Jesús Robles Maloof
01/10/2015 - 12:00 am
Absurdo
“Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta”. El Hombre Rebelde. Albert Camus.
“Grito que no creo en nada y que todo es absurdo,
pero no puedo dudar de mi grito y necesito,
al menos, creer en mi protesta”.
El Hombre Rebelde. Albert Camus.
“La sensación de absurdo a la vuelta de cualquier esquina puede sentirla cualquiera. Como tal, en su desnudez desoladora, en su luz sin brillo, es inasible”, leí en el Mito de Sisífo de Camus hace tres meses, en una fría madrugada. ¿Qué hacía yo a as 4 a.m. en el aeropuerto capitalino? Absurdo tal cual.
Recorridas todas las horas y los segundos de ese 4 de junio y pasados casi tres meses he pensado que el absurdo puede definir la política en México. El día previo a la conmemoración de los 5 años de la tragedia en la Guardería ABC y estando en el aeropuerto de la ciudad de México, me fue inevitable recordar que en ese mismo lugar, apenas unos días atrás, Ignacio Suárez Huape, mi amigo el activista del Movimiento Por la Paz con Justicia y Dignidad, recogía a su hija para media hora más tarde un accidente carretero, morir junto a su esposa.
“Duele deveras, la ausencia tan absurda de Ignacio, duele no haberle dicho a este entrañable amigo, lo mucho que se le quería y admiraba”.
Con este mensaje mi hermano Dani Gershenson, alivió toda una mañana de intensidad y coraje oprimidos en mi pecho, que solo esas palabras lograron liberar a través de mis ojos.
¿Qué me lleva a Hermosillo? ¿Por qué me involucré en este caso? Ya instalado en el avión escarbaba en los laberintos de mis motivaciones, cuando sin poder evitarlo las letras “A B C” en la señalización de los asientos me interpelaron. Siempre que las leo en esa secuencia pienso inevitablemente en la mayor tragedia infantil de nuestra historia, pero ¿a 6 años significa algo para nuestra sociedad? Traté de dilucidar aquella pregunta buscando en mi contexto, descontando por supuesto a los gobiernos que con la impunidad, dejan clara su postura.
Hace un año en las mismas fechas, divagaba con la idea de lo absurdo de haber conocido a las madres y los padres ABC, porque de no haberles conocido quizá eso significaría que la tragedia se evitó a tiempo y que entre nosotros aún crecerían las y los 49 pequeños, sin sospechar que el 5 de junio de 2009 estuvieron en grave riesgo. A pesar de mi imaginación, a terca realidad nos recuerda que las y los pequeños murieron en una bodega que funcionaba como estancia infantil y que tal establecimiento existió porque desde el gobierno federal decidieron crear un sistema que entregaría a particulares un modelo de negocio (no a cualquiera, a las familias de los políticos en cada región del país) y retira de facto, la condición de sujetos de derechos a millones de niñas y niños en México. En cientos de bardas y anuncios de todo México podemos leer “Guardería Gratis”. ¿Gratis? Vaya absurdo.
Con los ojos puestos en las letras A B C pensé que debía cuestionar el “Luto y Lucha” que a manera de lema usan las familias ABC. Con eso intentaría al menos resolver mi duda sobre, cómo al mismo tiempo alguien puede estar de luto y de lucha. ¿Qué acaso el dolor va primero y una vez diluido entonces se pasa a la lucha?
Recordé que las heridas son en ocasiones muy profundas y que si esperas a que sanen con el tiempo, corres el riesgo de inmovilizarte. Porque hay heridas que no siempre sanan. Como me dijo un día Tita Radilla, “¿Cómo dejar atrás la desaparición de mi padre? ¿Cómo sanar la herida si la herida sigue abierta? Quieren que perdone, pero no me dicen quien desapareció a mi padre. ¿A quién debo perdonar entonces?”. Recordé en el viaje.
Una cosa me llevó a la otra ¿Qué significa una herida? ¿Qué tipo de herida tienen las familias A B C, o las de San Fernando, Cadereyta, las de Ayotzinapa o tantas miles de familias? ¿Cómo se cierran las heridas? Imaginé esos nudos de células que se forman sobre la superficie de una laceración en la piel. Nudos insensibles y amorfos pero funcionan para clausurar la apertura dolorosa y cerrar el paso a la infección. Pronto caí en cuenta que el concepto de “herida” no explica lo que pasa día a día en la vida de miles de familias en México.
Uno saca de su experiencia algunos ejemplos para tratar de entender y así recordé a mi abuela Alicia que aún después de 60 años de haber perdido a mi tío de quién llevo mi segundo nombre, siempre lloraba aún en el ocaso de su vida, y tal sufrimiento le alcanzaba para darme una lección de amor mientras limpiaba mi rostro lleno de llanto a comparsa. “Lloro porque la única y más clara ley de la vida establece que una madre no debe enterrar a su hijo”.
Y yo que de niño pensaba que mi segundo nombre, Roberto, no era buena por la tara que podía representar llevar el nombre de alguien que murió de pequeño. Desde ese día entendí que llevar el nombre de alguien que murió de niño a causa de la pobreza y la injusticia social, no era una fatalidad por el contrario, era un honor.
Así las heridas nos determinan y no se pueden dejar atrás tan fácil porque como bien dice Tita, ¿cómo se cura algo que no ha cerrado? En el caso ABC como en tantos otros no podemos curar algo que no tiene contornos, que sobre abunda la existencia humana constituyéndose en el dolor más profundo para el que ni miles de años de cultura humana han creado un concepto. ¿Cómo definimos ‘herida’? ¿Un cúmulo amorfo de células que contrastan con la geometría de la vida? Eso no alcanza para entender la injusticia de las vidas que son arrebatadas, no por la muerte, sino por el Estado.
Se es huérfano, se es viudo, se es paria o apátrida pero ¿qué palabra usamos para quién pierde un hijo?
El aterrizaje en la capital de Sonora me devolvió de la divagación a la realidad. Este Norte que hace 6 años nos cimbró al llevarse 49 pequeñas almas y así con dolor entendimos que la corrupción mata. Y cuando pensamos que hace 6 años algo iba a cambiar. Algo cambió pero para mal y en nuestra contra. El pacto de impunidad de la clase política se endureció. El mayor absurdo de todos es quien ha estado relacionados con la tragedia de la Guardería ABC no solo no han sido castigados y que actuaron de manera absurda, han catapultado sus carreras y por ejemplo, ahora gobiernan Sonora.
Desde ese día he pensado en lo absurdo como forma de la política mexicana, hasta que el pasado lunes 21 de septiembre, seguía la conferencia de prensa de las familias ABC, quienes por cierto días antes me comentaban de lo absurdo que era que el gobierno de Peña Nieto, que no se ha reunido con ellos les ofreciera ser sus representantes jurídicos. En su comunicado al que convocan a actividades a un año de Ayotzinapa, leí:
“Nuestro apoyo con los padres y las madres de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, su dolor es tan grande como el nuestro. Nosotros vivimos por horas la angustia de no saber donde estaban nuestras hijas e hijos, ellos llevan un año con la incertidumbre”.
Después al escuchar la conferencia de prensa de las familias de nuestros normalistas de Ayotzinapa, escuché que:
“Rechazamos la creación de una fiscalía camina por separado de todas las víctimas a de este país… La fiscalía se debe hacer consultando a víctimas de este país, el caso de #Ayotzinapa precisa una instancia de Investigación”.
“El gobierno tiene que escoger, o está con los delincuentes o están con el pueblo” #Ayotzinapa”.
Está última frase es en realidad el colmo del absurdo, pero en México así es. Los gobiernos están con los delincuentes de manera que constituyen su ejemplo más “elevado. Ver la tenacidad de ambos movimientos y no solo acompañar su lucha sino escuchar sus ideas y compromisos me da una lección esperanzadora.
Que si bien lo absurdo define a la clase política mexicana, ese concepto no caracteriza a quienes con su lucha construyen la justicia. La solidaridad y la profunda convicción en la vida humana basada en los derechos para todas y todos, son los principios que marcan el camino de salida a la barbarie.
Como dice Camus, podemos no creer en casi nada, pero no podemos dudar de ese grito de protesta que se escucha en el Zócalo, en Hermosillo y por todo México. Ahí radica la derrota del absurdo.
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