Legisladores apresurados por hacer el trabajo por el que les pagamos. Un diputado que se estrella contra una puerta de cristal por ir corriendo, angustiado, a emitir su voto –aunque algunos dicen, burlonamente, que los diputados y la transparencia no se llevan bien, y de ahí el accidente con la puerta de vidrio–. Dos escenas que aparentemente no tienen nada fuera de lo común, pero que nos parecen sumamente raras.
A la luz de lo visto en los últimos años, lo que hemos presenciado en las semanas recientes causa extrañeza: no parece nuestro parlamento, ni parecen nuestros legisladores. De repente la tarea que no se había hecho en más de cuarenta años, es desahogada en menos de cuatro semanas.
Sorprendentemente, el trabajo legislativo cobró tal ritmo, que nos olvidamos de las quejas de los últimos quince años, de la parálisis y de la famosa congeladora en que se había convertido nuestro Congreso.
¿Qué es lo que cambió?, ¿los integrantes de esta nueva legislatura –a diferencia de los anteriores– llegan realmente decididos a hacer su trabajo o qué es lo que pasó?
No. Ni los actuales diputados y senadores son reformadores convencidos, ni nada fuera de lo común; ni los pasados eran todo lo contrario. Simplemente cambiaron las reglas de juego, se invirtieron los incentivos y de pronto nuestro Congreso es un hervidero; trabajando a destajo.
A principios del pasado mes de agosto se publicó una reforma constitucional en donde –entre otros puntos– se establece que el Presidente de la República puede enviar al Congreso –el primer día de cada periodo ordinario de sesiones– dos iniciativas de carácter preferente[1], las cuales deben ser votadas –por cada Cámara– en un plazo no mayor a treinta días.
Y así lo hizo el presidente Calderón. Estrenó esta facultad el pasado primero de septiembre. Junto con su sexto y último informe de gobierno, presentó dos iniciativas preferentes ya de todos conocidas: la que busca hacer más transparente el gasto de los gobiernos estatales –enviada al Senado y aprobada sin mayor discusión– y la más que polémica reforma laboral –remitida a la Cámara de Diputados y ya también ratificada, pero ésta sí bajo una gran controversia e importantes movilizaciones de algunos grupos sociales–.
Más allá del contenido de las propuestas y de lo que acabaron aprobando nuestros legisladores –aunque no hay que olvidar que ahora pasan a las respectivas Cámaras revisoras–, lo indiscutible es que finalmente nuestro Congreso se vio obligado a pronunciarse –en un sentido o en otro– y dejó atrás su tradicional letargo.
Las iniciativas preferentes han venido a alterar la dinámica política prevaleciente en el país durante los últimos quince años –poniendo fin a la parálisis– y ha obligado a nuestra clase política a tomar partido. Tan solo este hecho, ya es un gran punto a favor de la reciente reforma política –y un tímido inicio en el largo camino de las reformas que necesita este país.
En efecto, parece que cayó un meteorito sobre nuestro Congreso. No sé si extinguirá a los dinosaurios (de todos los partidos). Lo que es seguro es que los está haciendo trabajar. Bienvenido sea.
Twitter: @jose_carbonell
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[1] O en todo caso, puede señalar con el carácter de preferente, hasta dos iniciativas que hubiere presentado en periodos anteriores y no hayan sido dictaminadas.