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Antonio María Calera-Grobet

01/09/2024 - 12:05 am

Revelación

Pensemos que no importa tanto Wall Street como un simple y sencillo dulce de tapioca, y lo que se quiere decir aquí es que a veces no se sabe si algo es valle o cresta, sinodal, perito, especialista o mero licenciado en ver todo esto que se dice “realidá concreta”, confundimos decir “semilla” con “lacrimosa”.

La Torre Latinoamericana, el rascacielos más antiguo de la Ciudad de México.
“Me gusta que el aire circule con toda libertad, como cuando no existían los rascacielos y éramos solos tribus, nomás, nada menos y nada más, meros nómadas”. Foto: María José Martínez, Cuartoscuro

Por Jorge Cogollo, Miguel Corral, Salvador Arizmendi y Antonieta María Calera-Grobet

Despertar. A estas horas de la cosa: ¡Qué ilusión! “Nanai” más que Narnia que será. Mirarse al espejo. Al fondo del reflejo el universo… en el fondo del espejo del universo, se entienda decir en lo hondo, el verdadero nodo, hoyo, pozo de nuestro adentro, hay un bar y una carta de tragos, a minifalda, escote, bello cuello de la esperanza. Y bueno, al fondo, del reflejo del universo para ese par de extraños que comparten la misma copa…

La copa jamás se rompe y la copa nunca alcanza: es el fondo y la forma, lo mismo tigre que mangosta.

Ella, quizá, es la que refleja la luz del salón. Este salón, el tuyo. No otro, el tuyo. Este y no otro el salón. Y ahí cada quien, con su grey, tropa, legión, cada quien en su Pamplona o Waikiki, lo que hace o deshace, su elegido pin-pon. 

Quiénes son los rostros del paisaje. Desenredar los cordones de los zapatos, lo importante es correr, sin pensar en los puertos, caerse es parte del delirio de existir, besar la tierra como si fuéramos infantes naciendo por primera vez…

Por primera vez la vid, por primera vez la raíz, la luz, por primera vez yo, tú, todos los yo-yo y los tutús, y sabemos bien a qué nos referimos. 

Contención, sin miedos, sin el peligro de ser lo que no somos.

¿Me entiendes? Quiero decir, ¿me explico? Quisiera haber dicho de verdad lo que quiero decir, entender eso de “darme a entender” sin civismos cutres, parafenalitas, bombachas bajadas de esas piernas lindas, tan largas esas piernas de la certeza de tener verdad. Vamos, joder, sin necesidad del hampa de “Los Ángeles”, menos de la “Fox Broadcasting Company, lejos de un compa como Compay Segundo, y sus más de 83 años como dizque, maqueta-paqueta de lo real, dizque de los principales estudios del cine estadounidense, porque lo que de verdad quiero, que es en verdad lo que de verdad quiero, aparezca ya. Y que lo haga como verdadera alba y no como el show de las empanadas de queso, pero no traen ese queso, y todo para decir que la revelación puede provenir de Gerber, Singer, Jodeputaequisoyé o Santa toqueteando niños en el Sears de tu procastinata, nimia-natilla de nación o como sea, a pesar de tus amigos en el desgobierno, de tanta mierda, existe. Hablo de ese fuego que siempre ha estado, incluso cuando la ciudad se apaga y no quedan más que aullidos, autos que derrapan al final de la calle, gritos de prostitutas enfermas. El museo está solo. Bien solito en la sinfonía para cactus y arrugas y piano número veintitantos de lo que sea que queramos sea Ludwig van Beethoven, lo que queramos sea una orqueta u orquesta, carrera de fondo, mera varita o gesta, y esto pareciera a veces o a veces no más una cosa no de grandes escritores, magníficos pensadores más bien otra cosa. Pensemos que no importa tanto Wall Street como un simple y sencillo dulce de tapioca, y lo que se quiere decir aquí es que a veces no se sabe si algo es valle o cresta, sinodal, perito, especialista o mero licenciado en ver todo esto que se dice “realidá concreta”, confundimos decir “semilla” con “lacrimosa”.

No es necesario sacar la brújula.

Tú sabes dónde estoy / Yo sé dónde estás. Y todos ellos ahí en sus butacas-computadoras, todos esos lobos que se quieren hacer pasar por beso, léxico, cabaña real, lo que sea que digas, sobre todo cuando son simplemente un “ahí te ves”, o bueno, un “nos vemos”, la cosa loca de los vecinos que, luego de su “te casas conmigo, un mero ciao”, ni se sabe por dónde anda, donde estamos desde el dolor al placer. 

En la nada, y siempre hemos estado allí, en el Niguas, el “Nanai”, en el “Nada de Nada”, y me fiero al hecho mismo de que igual nos viene que va, nos mueve un tantito lo mismo decir que callar. Pero, en fin. “Ciao”. 

Pero bueno, es perfecto, me gusta que seamos de ningún lugar, que no figuremos en la historia oficial… Somos libres, aunque el país diga lo contrario, se trata de volver a nadar, y bajo el mar descubrir el amanecer y sus construcciones.

Vivir en el océano entre edificios acuáticos.

Vivir en el cielo entre pájaros heridos.

Vivir en la tierra entre sicarios con credencial electoral.

Vivir en el infierno entre amores que fueron tan sólo promesas falsas.

Encontrarse con Dante en el callejón, digo el Centro Histórico de la Libertad Ciudad, y dispararle directo a los ojos. Un trago con Beatriz en los infiernos, el laberinto sólo es mi lengua y su amor es la única cosecha del mundo… 

Pues bien, que pido se aclare y apenas digo esto, se aclare digo lo del no reparar, sólo parar, paraditos quedarse ahí en mera encuesta, y no paro de reconocer que, justo o por eso, o esto y su aquello (léase el Pandemónium del “no”, venga pues que salirse), nos volcamos desde ya. 

No quiero que nadie tome café, frente a frente, en el frontón que no futón de la idea del dar, vaya que ruego que nadie tome café con eso que soy, nadie tome café en estas ruinas que me burlaron como verdad. 

Me gusta que el aire circule con toda libertad, como cuando no existían los rascacielos y éramos solos tribus, nomás, nada menos y nada más, meros nómadas. Nada de eso de “nada por aquí y nada por acá” de los magos que ni apenas te despertase y te dejaron en la nada. Magos como decir bancos, bancos como decir carnadas. Carnadas como decir, al mismo tiempo “encarna” que “ama”.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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