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Arnoldo Cuellar

01/09/2016 - 10:54 am

El Palacio obsceno

Hoy tienen un Palacio que no por ostentoso es digno, sino que es simplemente una obscenidad en el escenario de un estado que no logra disminuir sus niveles de pobreza, no obstante su notable crecimiento económico de los últimos años.

Hoy tienen un Palacio que no por ostentoso es digno, sino que es simplemente una obscenidad en el escenario de un estado que no logra disminuir sus niveles de pobreza, no obstante su notable crecimiento económico de los últimos años. Foto: Zona Franca
Hoy tienen un Palacio que no por ostentoso es digno, sino que es simplemente una obscenidad en el escenario de un estado que no logra disminuir sus niveles de pobreza, no obstante su notable crecimiento económico de los últimos años. Foto: Zona Franca

El Poder Legislativo de Guanajuato ha sido históricamente el menos autónomo y el más inmaduro de la triada que conforma el Gobierno del estado.

Los legisladores de la era priista y los del dominio panista se han plegado sistemáticamente a las intenciones y los dictados del Gobernador en turno.

Si acaso, existen dos intentos de independencia lindantes con la insurgencia y ambos fueron en momentos críticos de la historia de Guanajuato.

Hablamos de 1948, en la XL Legislatura liderada por Armando Olivares Carrillo, que se opuso a la arbitrariedad de un Gobernador interino, Jesús Castorena, tras la desaparición de poderes derivada de la matanza del 2 de enero, hasta lograr su deposición y la designación de un mandatario sustituto en la persona de Luis Díaz Infante.

La otra asonada, que fue fallida, ocurrió en la LIV Legislatura, la última de la era priista, que pretendió rebelarse contra los designios del centro y evitar el trance de elegir a Carlos Medina gobernador interino. Las maniobras de la Secretaría de Gobernación y del propio mandatario saliente, Rafael Corrales Ayala, impidieron la asonada y con una diputación que apenas cubría el quórum, bajo amenazas y sobornos, lograron el resultado que puso fin a la crisis política de 1991.

Fuera de ello, nuestros congresos han ido de lo insustancial y lo anecdótico, a posiciones de franco entreguismo y subordinación. Las cámaras priistas, panistas y mixtas han sido instrumentos del Poder Ejecutivo y a lo más que llegan ocasionalmente es a establecer negociaciones vergonzantes, sobre todo desde la oposición, para cambiar votos por prebendas y premios en metálico.

Por eso, porque en verdad no se lo han ganado, resulta inadmisible y enojoso que los diputados de la LX Legislatura hayan alegado la necesidad de un recinto “digno” para emprender la obra más costosa e inútil de la historia moderna de Guanajuato: el nuevo Palacio legislativo de Marfil, que cuando esté completamente terminado superará ampliamente los 800 millones de pesos de costo.

Recorrí hace unos días las galerías interminables, las confortables oficinas y los enormes salones de esta polémica construcción, diseñada por el eminente arquitecto mexicano Teodoro González de León. No puedo dejar de pensar que se trata de un monumento al despilfarro y la inconsciencia.

No dudo de que los trabajadores del Poder Legislativo y de la Auditoría Superior vayan a trabajar en inmejorables condiciones, mucho más que los diputados que solo se aparecen allí ocasionalmente y casi todos solo para levantar el dedo, pues son muy pocos los que arrastran el lápiz en las comisiones.

Sin embargo, el beneficio de unos cuantos cientos o miles de trabajadores, que muy pronto serán más pues la burocracia tiende a llenar todo el espacio a su disposición, no puede estar encima de las prioridades y necesidades de toda una comunidad.

Piénsese, en contraste, en las colas que deben hacer de madrugada, en plena calle, miles de afiliados al seguro popular; o en las precarias instalaciones escolares en decenas de comunidades rurales; dimensionar la necesidad que hay de instalaciones geriátricas para la cada vez mayor cantidad de personas de la tercera edad; o las camas necesarias en los hospitales; las escasas clínicas materno-infantiles; la imposibilidad de cambiar el alumbrado público por lámparas led para disminuir la carga económica de los municipios; la urgencia de más becas para jóvenes con talento académico o deportivo; el precario impulso a la ciencia y la innovación; la escasez de bibliotecas públicas y un largo etcétera.

Los diputados, que hasta ahora no logran generar una imagen de confianza y credibilidad entre los ciudadanos, que están entre los servidores públicos peor calificados y que ganan sueldos multimillonarios, creyeron que una sede “digna”, se medía en metros cuadrados de construcción.

Hoy tienen un Palacio que no por ostentoso es digno, sino que es simplemente una obscenidad en el escenario de un estado que no logra disminuir sus niveles de pobreza, no obstante su notable crecimiento económico de los últimos años.

Al despilfarro monumental se unen la ceguera y la soberbia. Los diputados anteriores nunca estuvieron dispuestos a escuchar críticas; mientras que los actuales solo piensan en disfrutar las bondades de su nueva casa, que lo es de ellos y no de los guanajuatenses como quieren hacer creer, pues estos no tienen manera de llegar hasta sus puertas si se mueven en transporte público, además de que serán mantenidos a distancia si acuden a realizar reclamos de cualquier índole, pues el Palacio se encuentra convenientemente protegido por rejas y seguridad privada en su perímetro.

Curiosa paradoja, por cierto, guardias privados cuidando un edificio público por antonomasia.

Contra lo que sus promotores pretendían, el palacio de la montaña es todo, menos digno y en nada abona a la autonomía del Poder Legislativo, pues para costearlo hubo necesidad de recurrir a la benevolencia del gobernador del estado, a fin de obtener un financiamiento convertido en auténtico “préstamo al Gobierno”, pues nunca será reembolsado.

Por si algo faltara, la actual Legislatura, la LXIII, vive uno de sus momentos de mayor fragilidad frente al Poder Ejecutivo, gracias a la voluntariosa intención del coordinador de su mayoría y jefe de la Junta de Gobierno, el Diputado leonés Héctor Jaime Ramírez Barba, quien al tratar de convertirse en candidato del PAN a la gubernatura como prospecto de Miguel Márquez, ha endosado su actuación al Gobernador panista como si de un cheque en blanco se tratara.

Así, atado por compromisos financieros y políticos, el Poder Legislativo que se apresta a habitar la construcción pública más cara de la historia de Guanajuato, difícilmente logrará justificar la desmesura de un recinto que amenaza con ser siempre más grande que sus ocupantes.

Esa ostentación, por ejemplo, ha sido evitada cuidadosamente por los últimos gobernadores de Guanajuato, que han paliado la evidente insuficiencia del Palacio de Gobierno en la Presa de la Olla con la utilización de sedes alternas, como el Centro de Convenciones de Guanajuato.

Así que: ¿Dignidad? ¿Soberanía? ¿Independencia?

Quizás solo obscenidad.

Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).

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