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Mario Campa

01/08/2024 - 12:05 am

Tenemos que hablar de la sobrerrepresentación en medios masivos

Dos consecuencias mínimas de que los marcos de disputa en las pantallas y las prensas estén disociados del ánimo popular son la pérdida de audiencia y la erosión de credibilidad. Existen pistas de que ese malestar con el cuarto poder contribuye ahora mismo a una recomposición silenciosa, pero insuficiente del panorama mediático.

El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado. La cita es de Rousseau, pero pudo habérsela apropiado Denise Dresser como corolario a la frase que encendió rubores, ya como ofrenda para públicos ávidos de comedia ya como dosis diaria para adictos a la polémica del momento: “volvieron a colocarse las cadenas que les quitamos en los ochentas y noventas”. Lejos de apaciguar ansias de protagonismo propias de quien vive de él, la politóloga remató su malestar poselectoral con una columna donde conviven en armonía sus prejuicios y atajos semánticos habituales. Dresser agitó el avispero y generó más irritación entre quienes desprendidos de las cadenas del liberalismo estrecho cuestionan hoy como ayer a los poderes electos por nadie y por ende los menos democráticos: los económicos, donde descuellan por su carencia de contrapesos los fácticos. 

A los medios corporativos y sus apologistas asociados les estorba el pluralismo sustancial porque desfigura intereses privados e incomoda agendas de élite. ¿Alguien imagina a un Ricardo Salinas Pliego empleando a periodistas independientes de su agenda libertaria? ¿Puede alguien en Azteca exigir una reforma bancaria que reduzca comisiones? ¿Se escucha entre sus micrófonos o se lee entre sus plumas quien demande ahora mismo al magnate frenar el proceso judicial — repudiado por Artículo 19— contra el fantasma del “terrorismo financiero”? La libertad de prensa ha sido siempre la voluntad del dueño de la imprenta, y en México que un puñado de milmillonarios controlen a un poder mediático alejado del interés general confirma la regla. Ensanchar el perímetro democrático exige un rebalanceo de mesas de opinión diseñadas para concentrar su copioso parque en el poder presidencial — ese sí electo— y frenar cualquier cambio que altere la correlación de fuerzas donde el dinero manda y ostenta sobrerrepresentación.

Ya debiera ser incontrovertible que tener el Gobierno no equivale a concentrar el poder ni controlar el Estado. Recién lo padeció Joe Biden en Estados Unidos, donde una serie de editoriales coordinados y cheques rebotados tras un debate espantoso gatilló su retiro voluntariamente forzado de la contienda. Las élites y no una interna derribaron al Presidente más poderoso del mundo sin mecanismo democrático alguno. Gramsci, estudioso y crítico de la prensa y la radio como facilitadores de Mussolini y el fascismo en Italia, lo supo bien: “El Estado es apenas una trinchera avanzada tras la que se asienta la robusta cadena de fortalezas y fortines de la sociedad civil”, escribió el teórico de la hegemonía mucho antes del empoderamiento de televisoras que décadas después coronarían a Silvio Berlusconi y su emporio tentacular. Con diferencias menores, en México la defensa de feudos comienza en el duopolio televisivo engendrado por el PRI y el PAN.

Aun con un ovillo de contradicciones propias de quien equilibra proteína ideológica con carbohidratos de eficacia, una de las victorias culturales irrebatibles de la coalición que nutre al movimiento de izquierda transformadora es el encendido de una “revolución de las conciencias” o la disputa por el patrimonio ideológico de la Nación. En amplios e imperfectos sentidos, esa coalición removió las cadenas de resignación legadas por el neoliberalismo. Y a pesar de tener una mayoría indisputable, los medios tradicionales se resisten a una apertura en cancha pareja. El viernes 26 de julio, la inconformidad llegó a la conferencia “mañanera”: “Ya no basta, y eso ojalá lo tomen como una recomendación de buena fe en Televisa, en Azteca, en Radio Fórmula, en el Reforma, en El Universal: ya no basta con tener diez comentaristas y uno progre buenaonda”, dijo el Presidente entre la crítica y la congratulación.

Dos consecuencias mínimas de que los marcos de disputa en las pantallas y las prensas estén disociados del ánimo popular son la pérdida de audiencia y la erosión de credibilidad. Existen pistas de que ese malestar con el cuarto poder contribuye ahora mismo a una recomposición silenciosa, pero insuficiente del panorama mediático.

Televisa y Azteca preservan un duopolio televisivo, pero enfrentan cierto ocaso. En señal abierta, mediciones de audiencia como las de Nielsen e INRA registran caídas continuas en sus noticieros y barras de opinión. HR Ratings, calificadora con seguimiento analítico de medios, registra una estrepitosa caída de teleaudiencia desde los días gloriosos de Joaquín López-Dóriga y Javier Alatorre. Por primera vez en años, un noticiero gana yardas al duopolio con la incursión frecuente de Ciro Gómez Leyva al Top-5 semanal del segmento, aunque persiste una laguna de medios públicos y plataformas de interés social acompañada del control extendido de las televisoras en radioemisoras, portales digitales, revistas y sistemas de cable.

En televisión restringida, el IFT cifró la participación de mercado de Grupo Televisa en 45.4 por ciento al cierre del 2023, cuando apenas a finales del 2019 su peso ascendía a un insólito 70.3 por ciento que habría abochornado a cualquier regulador sensato. A pesar de la expansión de Megacable como retador, Sky e Izzi — y TotalPlay al sumar a Grupo Salinas — aún tienen poder de veto en el acceso a la distribución. Cuando se envalentona, Carlos Slim aún arremete contra el bloqueo de su gigante sudamericano Claro TV, consciente de la captura del IFT y de la carga sectorial acumulada, como la Ley Televisa.

Es precisamente la televisora fundada por “soldados” del PRI la que hoy lastra mayor desconfianza. El último reporte del Instituto Reuters y la Universidad de Oxford (2024) muestra que 30 por ciento de los encuestados desconfía de N+ (Televisa) y Latinus, seguidos de Azteca y Aristegui con 23 y 22 por ciento. Contrario a quienes como Sergio Sarmiento fijan la lupa en los síntomas y no en las causas, la confianza en las noticias ha caído desde el 2018 en una magnitud similar al descenso en Chile, Canadá o Brasil todas democracias americanas. México comparte con estas naciones otra tendencia: el creciente uso de las redes sociales como cantera de noticias y no sólo de entretenimiento. Con el tablero mundial contextualizado, afirmar que el obradorismo es el único acicate de una demanda cambiante sería desproporcionado.

Otras víctimas por inadaptación al giro tecnológico y de preferencias políticas son las camarillas intelectuales encumbradas por los partidos tradicionales. Mediante subsidios directos y disfrazados, relaciones y otras prebendas, las revistas Nexos y Letras Libres fueron en algún tiempo referentes de análisis coyuntural para (auto)consumo de las élites y lograron comunicar la realidad política caoba con los encuadres y significantes del PRI y del PAN, a cuya sombra se arrimaron hasta la convulsión morenista. Con la llegada del invierno, lejos de adaptarse redoblaron la apuesta. Sólo hace falta revisar hoy sus blogs, autores destacados y notas de redacción para palpar una cerrazón crónica a incorporar voces incómodas a sus intereses y heterodoxas frente a su crítica. Por consecuencia, en un ambiente de politización aguda y estrechez del espacio anti-4T, el descalce de oferta y demanda castiga el tráfico de ambos portales, y los deja a merced de viejos competidores y nuevos retadores.

Es incontrovertible que las preferencias cambian. Públicos que (a) desconfían de medios tradicionales, (b) evaden el texto frente al video o (c) simpatizan con la 4T prefieren mesas de debate que hagan contrapeso al poder económico o que generen discusiones más comprometidas con las injusticias sociales que con el espectáculo y el rechazo por consigna al Ejecutivo federal, que es sólo uno de varios poderes. El apetito por análisis desalineados del consenso anterior de época es palpable en cifras de suscriptores a canales de YouTube. Ante el descrédito de la oferta mediática próxima al partidismo tradicional desgastado, medios multiplataforma emergentes ganan participación de mercado en el consumo de noticias. En particular, aquellos en el espectro progresista crecen sin obstaculizarse entre sí. En cambio, Latinus, faro del estrecho espacio antiobradorista, merma plataformas como Aristegui, donde el tráfico a sitio y las búsquedas de Google apuntan a achicamiento. En general, la sobrerrepresentación de extremistas anti-4T en las mesas de debate puede facilitar la canibalización. Cuando Denise Dresser agita sus joyascomo pedía Lennon a la realeza británica — y sus cadenas removidas en Latinus, Aristegui y Foro TV, la audiencia castiga la repetición y uniformidad.

Un matiz de esta realineación estelar en México es que el auge de las redes sociales abreva también del contenido de la vieja guardia. Sea por escarnio o cualquier otro motivo, aún es común encontrar tiktoks o tuits originados en mesas de debate cuidadas para preservar desbalances y cultivar relaciones públicas. Contra pronóstico, creadores independientes compiten en cancha dispareja mediante modestos presupuestos para alcance y posproducción. Allende actos heroicos, el caso para la creación de medios sin fines de lucro como asociaciones y cooperativas de comunicadores y periodistas que compartan tanto una plataforma central como las ganancias ahí generadas sigue vigente como dique al poder de los medios corporativos. Esa flecha al aire aún no encuentra diana.

Sería ocioso pronosticar quién pescará más en semejante río revuelto. Los consumidores de noticias mudan seguido de plataformas y formatos. Pero lo que aún no cambia al ritmo democrático deseable es la subordinación de opinadores a intereses económicos y poderes fácticos por miedo a ser vetados de las mesas de opinión y su moderación. Esas minorías enquistadas tuvieron ayer y mantienen hoy una sobrerrepresentación mediática.

Mientras ese atronador silencio perdure, es obligación del resto alzar la voz por audiencias cada vez más críticas de quienes refugiados ayer en un teleapuntador se pensaban intocables. Mientras esas fortalezas y fortines de los mandamases sigan impenetrables, millones de consumidores de noticias y debates seguirán encadenados a la desinformación, a las agendas unidimensionales y al sesgo por diseño de unos cuantos. Y eso no es democracia sustancial.

Mario Campa
Mario A. Campa Molina (@mario_campa) es licenciado en Economía y tiene estudios completos en Ciencia Política (2006-2010). Es maestro (MPA) en Política Económica y Finanzas Internacionales (2013-2015) por la Universidad de Columbia. Fue analista económico-financiero y profesor universitario del ITESM. Es planeador estratégico y asesor de política pública. Radica en Sonora.

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