La única opción de regresar a su tierra para muchos mexicanos que fallecieron en Estados Unidos por coronavirus es en urnas con sus cenizas. En los pueblos zapotecos de donde proviene Lucio, sin embargo, no se incinera el cadáver, se le prepara para su último viaje al inframundo, guiado por un perro. Para el camino, en el ataúd le depositan un peine, una jícara, un jabón, para que el finado se bañe y llegue limpio ante su destino. Además, le colocan monedas para que pague las deudas que dejó pendientes.
Por Kau Sirenio Pioquinto
Los Ángeles, 1 de junio (Pie de Página).– Antes de partir al inframundo zapoteca, Lucio Santiago no tuvo que lidiar con los perros para que lo ayudaran a cruzar el río. Lucio murió por COVID-19 y su cuerpo no podrá volver a la región Cuicateca Alta de Oaxaca para escuchar música y tomar mezcal antes de despedirse de sus familiares.
La única opción de regresar a su tierra para muchos mexicanos que fallecieron en Estados Unidos por coronavirus es en urnas con sus cenizas.
En los pueblos zapotecos de donde proviene Lucio, sin embargo, no se incinera el cadáver, se le prepara para su último viaje al inframundo, guiado por un perro. Para el camino, en el ataúd le depositan un peine, una jícara, un jabón, para que el finado se bañe y llegue limpio ante su destino. Además, le colocan monedas para que pague las deudas que dejó pendientes.
La autoridad sanitaria impidió que Lucio hiciera el largo viaje a su pueblo, por lo que su cuerpo se quedará en Los Ángeles, California. Sus familiares decidieron que descanse en esa ciudad para que pueda hacer compañía a los enfermos que cuidó durante los 20 años que trabajó como ayudante de enfermero. Su oficio le permitió sonreírle en vida a los ancianos de un asilo del que él se hizo cargo, cuando recién llegó de Oaxaca.
La activista Oralia Maceda explica que el sueño de todos los migrantes es trabajar, ahorrar dólares para comprar un terreno y construir una casa donde vivir cuando regresen a su comunidad. Sin embargo, Lucio no alcanzó a ver los bienes que logró hacer mientras trabajaba en un hospital al Sur de Los Ángeles.
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A dos meses de la pandemia de la COVID-19 en Estados Unidos han fallecido mil 36 mexicanos, según el más reciente reporte oficial. Nueva York ocupa el primer lugar con 671 muertos, le sigue California con 103, y el estado de Illinois con 73.
Cuando se reunían los fines de semana, los migrantes mexicanos hablaban de sus sueños de regresar a México a morir. Entonaban canciones entre “paisas” en los surcos del Valle Central de California o en los restaurantes de Manhattan. Pero su deseo de volver jamás se concretó para poblanos, michoacanos, oaxaqueños, guerrerenses, chiapanecos, veracruzanos, tabasqueños…
En muchos encuentros en la casa donde vivían hacinados para ahorrar la renta siempre escuchaban “El mojado acaudalado” de Los Tigres del Norte. Con los años, convirtieron la canción en el himno del migrante: “Me estás esperando, México lindo/ Por eso mismo me voy a ir/ Soy el mojado acaudalado/ Pero en mi tierra quiero morir…”.
Los que fallecieron en Nueva York regresarán en urnas y no en féretros como solían volver los que morían en esta ciudad. La repatriación de los cadáveres complicó todo antes de la pandemia. Cuando una persona fallece los paisanos cooperan para pagar los gastos fúnebres y el envío de los cuerpos de regreso a México para ser sepultado con los protocolos indígenas si fuera necesario.
Con la pandemia, no fue posible hacer la cooperación para los gastos fúnebres, sino que los paisanos se organizaron para conseguir alimentos porque se quedaron sin empleo, y sin comida. Ahora los latinos acuden a los comedores de las iglesias y organizaciones sin fines de lucro para almorzar, comer y cenar.
Estos migrantes en un momento sortearon veredas, desierto, policía fronteriza, policía migratoria y el racismo en Estados Unidos. Todo, para llegar a su destino final, donde un familiar los esperaba y les brindaba lo necesario para hacer una nueva vida fuera de México.
El sueño que los llevó a otro país generalmente era trabajar un par de años, construir una casa, comprar un terreno, ahorrar para la boda con la novia que dejaron en el pueblo, aunque la boda no siempre se realizaba.
También hay historias de muchachos que prometen volver en dos años, pero esto nunca ocurría. Y es que es muy corto el tiempo para volver. En dos años apenas pueden pagar la deuda que adquirían para el viaje antes de salir de México. Una vez que cubrían su deuda, empezaba para ellos el descanso, y es ahí donde empiezan a hacer vida social y terminan en relación con una paisana o latina.
Muchos de los migrantes tienen vida temporal en los campos agrícolas. Por ejemplo, en la costa este, los jornaleros empiezan con el corte de tomate en Immokalee, Florida, y de ahí van recorriendo toda la costa hasta llegar a Carolina del Norte en la cosecha de tabaco y pepino.
En la costa Pacífico los jornaleros migrantes empiezan en Oxnard, California, en corte de fresa y hortalizas. Así recorren todos los campos agrícolas de California y Oregón hasta llegar a Washington, al corte y empaque de manzana. De ahí se quedan a la poda de arándano y corte de tulipanes.
Mientras que los que recorren los estados del centro de Estados Unidos lo hacen de Arizona a Illinois. En esta región los jornaleros se emplean en la avicultura, y ganado porcino o bovino. Además, trabajan en la pollería de las trasnacionales como Tyson, Simon, Cargil, Jeorge’s en Arkansas.
De ahí la despedida de los migrantes: “Adiós, Adiós, California/ Texas, Chicago Illinois/ Me llevaré su recuerdo/ Porque a mi tierra me voy/ Pues aunque tengo dinero/ No soy feliz donde estoy/ Adiós, Adiós, Colorado/ Nevada y Oregon/ Adiós les dice el mojado…”.
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Los migrantes que trabajan en Nueva York, Chicago, Seattle, San Francisco, Los Ángeles, Dallas, Miami, Orlando y Washington D. C. aprendieron primero a cultivar verduras, frutas en los campos agrícolas donde pasaron gran parte de su vida antes de llegar a las ciudades.
Des los 671 migrantes que fallecieron en Nueva York, la mayoría eran chefs, cocineros, meseros, cantineros, garroteros y lavaplatos. Otros más trabajaban en mantenimiento de hoteles, en la jardinería y en la construcción.
La población de migrantes indocumentados en su mayoría que murieron en Nueva York son de la mixteca de Guerrero, Puebla y Oaxaca. Mientras que en Chicago, Illinois, las víctimas son de Guanajuato y Jalisco.
De acuerdo con la información de la Secretaría de Relaciones Exteriores, los estados donde se registró menor número de muertes por coronavirus son: Colorado, Nueva Jersey y Wisconsin con 20 mexicanos fallecidos, le sigue Maryland con 13 víctimas; Pensilvania y Washington tienen 11 en cada uno, Texas con 10 decesos. Mientras que Indiana y Michigan, con nueve casos; Minnesota con ocho; y Carolina del Norte, Massachusetts y Virginia con seis cada uno.
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Para los mexicanos que viven en el área de Queens, la mejor birria en toda Nueva York era la del mexicano Jesús Román Meléndez. Pero el chef se llevó consigo el conocimiento sobre los olores y sabores el 1 de abril, cuando perdió la batalla contra la COVID-19.
Jesús Román dedicó 20 años en la cocina del restaurante Jean-George’s Nougatine del Hotel Trump, 15 días después de haberse contagiado de coronavirus. El chef se contagió al mismo tiempo que su esposa Miriam Reyes.
Jesús Román nació en la colonia Maravillas de Ciudad Neza hace 49 años.
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Antonio Barrera Hilario, de San Miguel del Progreso, municipio de Malinaltepec, soñaba con volver a su pueblo para cortar café. Quería acompañar la lucha de sus paisanos que se oponen a la minera, en el corazón de la Montaña de Guerrero.
En la tradición me’phaa no hay antecedentes de cremación de cadáver. Pero el caso de Antonio se suma a la lista de cuerpos de mexicanos que esperan en la morgue de Nueva York para ser cremados, desde el 25 de abril cuando perdió la batalla contra la COVID-19.