Irène Jacob encontró en la actuación la forma perfecta de rebelarse contra sus padres, y sin imaginarlo se convirtió en una de las divas del cine europeo gracias a su trabajo con tres legendarios realizadores: el polaco Krzysztof Kieslowski, el francés Louis Malle y el italiano Michelangelo Antonioni.
A los 18 años, la actriz franco-suiza quiso liberarse de una educación rígida y la presión que le representaba ser la única mujer de cuatro hijos de un padre físico y una madre psicóloga. “Pertenezco a una generación en donde los padres dictaban a los hijos qué hacer de su vida, así que había muchas razones por las que deseaba actuar, pero creo que la principal eran ellos (mis padres). Quería demostrarles de lo que era capaz y ese refugio fue la actuación”, cuenta Jacob, en entrevista con SD.
No pasó mucho tiempo para que Irène lograra su objetivo y de la mano de Kieslowski se alzó con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, gracias a su trabajo en el filme La Doble Vida de Verónica. Entonces Jacob tenía 25 años de edad y un futuro prometedor en el séptimo arte.
En dicho filme, Jacob interpretaba a un doble personaje femenino, Weronika y Vèronique, dos jóvenes almas gemelas conectadas por místicos enlaces premonitorios. Si bien Irène alcanzó la gloria con dicha interpretación, ésta también le hizo cargar el estigma de ser una actriz joven y sensual que debía superar en el próximo proyecto los resultados obtenidos con Kieslowski, con quien repitió mancuerna en un segundo filme, Rouge (Rojo) de la trilogía Trois Couleurs.
Originalmente, Kieslowski quería que la actriz estadounidense Andie MacDowell diera vida a Vèronique, pero una confusión en los contratos de trabajo hizo que éste desistiera.
En Rouge (1994), la francesa da vida a “Valentine”, una inocente estudiante universitaria que trabaja de medio tiempo como modelo, y su tormentosa relación con un novio posesivo. Tras un accidente en el que atropella al perro del juez Joseph Kern (Jean-Louis Trintignant), la joven entabla una relación con este hombre maduro.
“El misterio era ver cómo nos encontrábamos Trintignant y yo. Kieslowski me decía: ‘No puedes ser siempre la mejor, la vida son altos y bajos, unas veces ganas y otras pierdes’. ‘Bueno’, le decía yo, ‘lo haré lo peor que pueda”, recordó Jacob, en una entrevista concedida al diario El País.
Jacob refiere que le gusta trabajar con realizadores preocupados por la fragilidad humana, aquellos capaces de encontrar un balance entre la monstruosidad de la vida y el lado tierno y maravilloso de ésta, y que luego transmitan esos contrastes sin tanta pretensión.
“Cuando trabajé con Malle era muy joven, fue mi primera película y me quedé asustada: no me daba indicaciones, no me dirigía. Sólo me decía que hiciera pequeños gestos; limpiarme las uñas, bostezar, tirar la bicicleta con una pierna. Supuse que eso era dirigir: indicar pequeñas acciones cruciales”.
Con Kieslowski fue muy parecido: “En La doble vida de Verónica me enseñó a buscar gestos para enriquecer los personajes; en vez de hablarme de las complejidades, sólo me daba pistas muy concretas, como sostener una hierba y tocarme la mejilla con ella; pequeños hábitos, tics. Y luego me pidió que los buscara yo. Decía que era una historia poética, y muy abstracta, y que la teníamos que llenar con cosas pequeñas. Ése era su talento: hablar de los grandes misterios como si fuera una rutina”, recuerda la actriz de 46 años.
Jacob también menciona que Kieslowski se mostró reacio a hablar sobre la metafísica de sus películas con los actores: “La misma naturaleza de la historia de La Doble Vida de Verónica habría significado hablar de metafísica, de azar y de dobles, pero él decía que la película podría ser tomada en un nivel tan poético que debíamos ser muy directos. Para él, la metafísica y la oportunidad fue algo que siempre estuvieron presentes en la cotidianidad”.
Sus siguientes filmes memorables, tras el trabajo realizado con Kieslowski, época en la que Hollywood comenzó a golpear a su puerta, fueron: El jardín secreto (1993), Othello (1995) y Los federales (1998), pero al poco tiempo Jacob volvió al cine francés en filmes sin mayor repercusión internacional, hasta La educación de las hadas (2006), del español José Luis Cuerda. En 2007, Irene también actuó en The inner life of Martin Frost, de Paul Auster.
LA MÚSICA, SU OTRA PASIÓN
Dentro del seno de una familia tradicional, aunque con un alto nivel intelectual, Irène Jacob siempre contó con un cómplice: su hermano Francis, con quien la franco-suiza comparte el gusto por el cine, el jazz y la filosofía.
“Desde que teníamos 20 años, Francis y yo hablamos de juntarnos un día para hacer música. A ambos nos gusta contar historias, yo desde los personajes a los que doy vida en el cine, y él, como creador de atmósferas sonoras”, explica la actriz, durante la charla.
El deseo de hacer música hizo que Irène y Francis Jacob grabaran Je Sais Nager, su álbum debut estrenado en 2012, donde estos hermanos exploran diversos sonidos, resultado de la fusión de ritmos contemporáneos provenientes de Occidente y el Norte de África.
El álbum del dúo fue lanzado al mercado estadounidense por el sello independiente Sunnyside Records, y en él se incluyó la canción “Les Corps Simples les Plus”, inspirada por el filósofo francés Gilles Deleuze.
“Deleuze habla de la memoria y lo hace de una manera muy lúdica. Cuando los sabios pueden ser tan accesibles es un regalo para todos”, señala la actriz, quien es la encargada de escribir las líricas en el proyecto musical que tendrá un segundo trabajo álbum a finales de 2013, e incluirá cuatro temas inspirados por dicho filósofo.
Je Sais Nager es un álbum fácil de escuchar. Con tonos sensuales – resultado de la voz susurrante de Irène, respaldada por los precisos acordes de la guitarra de su hermano Francis- las canciones se vuelcan en delicadas piezas que serenan el ánimo y revitalizan los sentidos. Una verdadera joya sonora atemporal.
“Mi hermano Francis vive en Nueva York, así es que está en contacto con diversas manifestaciones artísticas y culturales, pero también con muchos músicos. Juntos intentamos llevar a la audiencia por un viaje a través de los sonidos”, señala la cantante, que junto con su hermano Francis se presentaron recientemente en México.
Aunque Irène cuenta que siempre estuvo en contacto con la música, la actriz realmente desarrolló su pasión por el canto cuando fungía como estudiante de actuación en la Academia Nacional Francesa de la Rue Blanche y en el Dramatic Studio de Londres, entrada la década de 1980.
“La disciplina que adquieres en la actuación te obliga a cantar. El canto es una de las formas de expresión por excelencia, tal como lo es el movimiento corporal, las palabras o los gestos”, dice Jacob.
Irène encuentra muchas similitudes entre su trabajo en un set de filmación y el escenario de una sala para conciertos. “El director, el fotógrafo, tus compañeros actores, la gente de escenografía, todos juntos hacen que las cosas sucedan durante la filmación. Con la música es lo mismo, la banda conecta con el público a través de las canciones”, indica.
La actriz de belleza exquisita acepta que si bien no es una cantante virtuosa, la conexión con la audiencia llega cuando se introduce a profundidad en cada personaje como si todo lo que interpreta fuera autobiográfico. ”Mi voz se convierte en algo íntimo, y junto con los músicos que nos acompañan, establecemos un diálogo profundo con el público”, detalla.
Irène y Francis Jacob se hacen acompañar por una banda de talentosos músicos, entre los que figuran: el cantante de origen marroquí Malika Zarra, la percusionista afro-peruana Pichio, el percusionista brasileño Gilmar Gomes y el sueco Grégoire Maret, en la armónica.
Al igual que el cuidado que Krzysztof Kieslowski imprimía en el desarrollo de los personajes en sus películas, el realizador era meticuloso con la música que acompañaba a sus trabajos fílmicos. Dominaba el arte de transformar algo simple en la cosa más compleja. Quizá esa sea la mayor herencia que el polaco dejó en Irène. “Imprimía un halo de misterio en cosas muy simples, esa misma nostalgia es la que impera en mi música”.