El argentino Fabián Casas escribe literatura tan fragmentaria que hace unas semanas en Perfil, el periódico donde publica su columna, hubo varios lectores que se quejaban porque no escribía un poco más.
Era un texto sobre Los diarios de Witold Gombrowicz, que lo impresionaron mucho por eso de que “son diarios de supervivencia en una ciudad al principio hostil, diarios que dan cuenta de la lucha de un escritor por instalar su obra”. Es poco lo que dice de Witold, de Jonas Mekas y John Cheever, todo en una misma columna por eso de los diarios, para referirse a Ángel Rama (el crítico literario que murió en un accidente de Avianca en Madrid, junto entre otros a Jorge Ibargüengoitia), pero cada palabra tiene un peso específico y dan ganas tremendas de ir al libro que recomienda. “Tal vez porque Angel Rama, más allá de la literatura, habla de la vida cotidiana, del temor a perder el trabajo, del amor incondicional por su mujer y el terror de que ella muera cuando se le declara un cáncer”, dice Casas y ¿dónde está ese libro de Rama que quiero leerlo ya?
Nacido en 1965, autor de Los lemmings y otros (novela en desarrollo y un buen archivo de memorias), cada día que pasa su poesía tiene más seguidores en el mundo, porque de eso no hay que dudarlo: él es poeta. Y como tal, escribe versos y visiones abismales, encerradas en sí mismas, autosuficientes.
A Fabián Casas lo tenemos en México por Almadía, con el volumen El pequeño mecanismo de los acontecimientos. “Antes que seguir el famoso tópico horaciano (“Vive el día de hoy”), Casas modifica su acción (“Captura el día de hoy”) y consigue una foto, una instantánea”, ha dicho Hernán Bravo Valera.
Pero no estaría nada mal su nuevo libro: Fabián Casas. Trayendo todo de nuevo, todos los ensayos (Planeta). Ahí están todos los ensayos de Breves apuntes de autoayuda, Todos los ensayos bonsái y el libro inédito El taller nómade.
Por empezar, Casas escribe mucho. Se trata de un libro de casi 700 páginas con miles de temas, cada uno disparado hacia su propia esencia y generador de varios subtemas inquietantes.
La razón entre ser escritor cuando se niega a Julio Cortázar (¿quién no ha negado al maestro argentino que hablaba como parisino?) y luego llorar envuelto con la frazada gris para volver a tener escritores como él “certeros, comprometidos, hermosos, siempre jóvenes, cultos, generosos, bocones”; la conciencia del barrio en Rumble Fish, aquella película cero costo donde Francis Ford Coppola se pierde “entre la niebla de Amarcord, donde los hombres y las bestias se pierden”; la zona de plagio en la obra de T.S.Eliot, con un estudio sobre La canción de amor de J. Alfred Prufrock (de quien Hernán Bravo Varela hizo una nueva traducción en estos días), en donde Eliot demuestra sus signos de modernidad al no acuñar “una voz poética fuera una marca registrada libre de toda influencia”, todos los asuntos que trata Fabián proponen un universo personal, un tratado sobre el lector, sobre lo que piensa el que lee más que él que escribe.
No se trata de columnas o ensayos para ver de qué modo piensa el escritor como uno, sino el fruto de un pensamiento dinámico con el que uno puede no estar de acuerdo, pero siempre disparado a un sujeto encantador, fascinante.
Está también el humor, el crecer con Videla pero ahora cantar para Alan Faena que Casas le dedica a Charly García o el sacarse de quicio por el concepto de los VIPS, que envuelve todos los textos con una ironía fina, fruto de un escritor atento pero sobre todo auténtico, veraz. ¡Que llegue pronto el libro de Fabián Casas, una escritura fresca y estimulante!