Javier Solórzano
01/04/2013 - 12:00 am
Soraya
Soraya Jiménez estaba concentrada en su último turno para acceder al menos a la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Sídney del año 2000. Algo pasó con su adversaria directa, quien no salió en el tiempo en que tenía que hacerlo y perdió su turno. Lo único que tenía que hacer Soraya era […]
Soraya Jiménez estaba concentrada en su último turno para acceder al menos a la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Sídney del año 2000. Algo pasó con su adversaria directa, quien no salió en el tiempo en que tenía que hacerlo y perdió su turno. Lo único que tenía que hacer Soraya era levantar las pesas con los kilos que ella misma había escogido y con ello en automático se llevaba el oro. No había ninguna competidora que la pudiera alcanzar. En el gimnasio no estábamos más de dos mil personas, buena parte éramos mexicanos.
Televisa y TV Azteca estaban antes del último turno de Soraya peleándose la exclusiva a la vista de todos, era de pena. Soraya se iba a llevar en ese momento al menos la medalla de plata. Entró muy seria y firme a la duela y levantó con menor esfuerzo del que imaginábamos las pesas y las mantuvo en alto el tiempo que marcan las reglas. En ese momento las y los mexicanos que estábamos en el gimnasio fuimos tomando conciencia de lo que estábamos viendo: Soraya Jiménez era la primera mujer que ganaba una medalla de oro en la historia del deporte nacional.
Todos querían la foto y los del dupolio seguían en sus excesos en medio de la euforia pública, mientras Soraya lo único que quería era aislarse y estar con los suyos. El papelazo por la exclusiva llegó esa misma noche a un popular programa australiano sobre los Juegos. Los ocurrentes conductores de la muy popular emisión no dejaron de ironizar sobre el papelazo de las televisoras mexicanas presentando imágenes de lo que había pasado. Nosotros que estábamos en la tribuna y veíamos a la distancia lo que pasaba no entendíamos la razón de llegar a esos extremos.
En sentido estricto esto fue lo de menos. Lo importante fue la hazaña de Soraya Jiménez y el hecho de que hubiese pasado unos grandes Juegos Olímpicos. Como su oro lo consiguió al inicio de la olimpiada, se pudo pasar muchos días caminando por las calles de esa gran ciudad que es Sídney. No había quien no quisiera, quisiéramos mejor dicho, sacarnos una fotografía con ella y con su medalla.
Soraya era un buen personaje al que la vida como atleta le fue cobrando su gran esfuerzo. Dio todo y para ello llegó a los extremos. Se dijeron muchas cosas sobre ella, pero nunca le comprobaron nada. Fue el centro de atención de los medios de comunicación y de todos hasta que los medios en esas misma olimpiada encontraron otros objetos de atención y explotación. Soraya vivió como muchos deportistas, ganen o pierdan, en la incertidumbre por acusaciones que, insistimos, nunca se comprobaron. Era merecedora de mayor atención y reconocimiento. La última vez que la vimos fue en un aeropuerto. Iba sola, nos saludamos y era evidente que le costaba trabajo caminar, “son las rodillas que me están cobrando el oro”, nos dijo. Se le veía contenta pero daba la impresión de que algo pasaba con su estado de salud, más allá de sus juguetonas referencias al estado de sus rodillas.
Soraya Jiménez ganó una medalla olímpica en tiempos en que hacerlo es una auténtica hazaña ante los altos niveles de competencia mundial en cualquier rama del deporte. Era una mujer que dedicó su vida a algo poco común en el país como es el levantamiento de pesas. Hay que tener carácter para dedicarse a ello. Soraya lo hizo y habrá que recordarla por muchos motivos, distingamos tres: era mujer, ganó una medalla de oro y nos dio una alegría que en el deporte nacional no es común.
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