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#DefensoresdelaSelva | Drica se enfrenta a una mina y proyectos que destruyen selva amazónica

01/03/2021 - 11:00 pm

La activista brasileña es responsable de una asociación de seis comunidades de afrodescendientes que se enfrenta a la destrucción de la selva amazónica brasileña en su quilombo de la reserva del Río Trombetas. Una gigantesca mina de bauxita, voraces madereros, un megaproyecto hidroeléctrico y el machismo imperante hacen que el trabajo de Drica sea titánico.

Por Francesc Badia I Dalmases

Ciudad de México, 1 de marzo (OpenDemocracy).– La llegada de la lancha al quilombo —asentamientos donde se refugiaban exesclavos negros— Mãe Domingas, al que solo puede accederse obteniendo un permiso especial del Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio), por encontrarse en el interior de la Reserva Biológica del Río Trombetas (Rebio) en la Amazonia brasileña, coincide con el final de una consulta en asamblea.

La votación se produce tras haberse debatido la propuesta de una empresa maderera para explotar el territorio a cambio de una renta que parece fabulosa. Entonces, alguien comunica el resultado de la votación a los recién llegados: 15 a favor de la propuesta de los madereros, 100 en contra. Aunque se trata de una modesta representación del conjunto de las seis comunidades —Tapagem, Mãe Cué, Abuí, Sagrado Coração de Jesus, Santo Antônio y Paraná do Abuí— que conforman el territorio englobado en la asociación Mãe Domingascoordinada por Drica, una joven líder comunitaria de 29 años, profesora de educación infantil, este resultado es significativo.

Significa la victoria de las tesis que defiende Drica. Mãe Domingas, el territorio quilombola en que vive, se cuenta entre los más empobrecidos de los ocho que existen en el río Trombetas, afluente del margen izquierdo del río Amazonas, en el Estado brasileño de Pará.

La vida transcurre aquí en modestas unidades familiares. Estas agrupan dos o tres casas, muchas de ellas con paredes de madera y techos de hoja de palma, además de un fácil acceso al río, que es la vía de comunicación fundamental, a veces la única. No hay energía, salvo la de un generador que arrancan cuando hay combustible al caer la tarde, y obtienen el agua potable de pozos excavados.

Los quilombos están formados por varias comunidades y Drica, que salió a estudiar a Manaos, pero regresó a Trombetas a ejercer de profesora en la escuela, ha sido elegida recientemente para representar a la asociación del territorio, que forman seis comunidades para defender sus intereses desde hace ya 18 años. Por primera vez una mujer ocupa ese cargo. Esto genera expectativas pero también reticencias en una sociedad tan tradicional. “El machismo siempre estuvo aquí, desde el principio. Pero con mi elección como coordinadora por primera vez se rompió una barrera. Espero que sirva para que otras mujeres hagan lo mismo”, dice con orgullo.

El origen de estas comunidades de afrodescendientes, que existieron en distintos lugares del continente americano y que en Brasil llegaron a ser muy relevantes, es importante para comprender su condición actual.

Brasil retrasó todo lo que pudo la abolición de la esclavitud. Tanto que era el único país donde aún era libre la compraventa de personas, normalmente de origen africano, a finales del siglo XIX. Aunque la dimensión continental de este país y la inmensidad fértil de su cuenca amazónica ofrecían, en ocasiones, la oportunidad de huir, las comunidades de negros huidos eran fuertemente reprimidas.

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Drica camino a la escuela de la comunidad de Tapagem, donde es profesora de alumnos de cinco y seis años. Foto: Pablo Albarenga.

Escapar, entonces, significaba irse muy, muy lejos, a lugares remotos donde a los señores esclavistas les fuese difícil alcanzarlos, aunque no tan lejos como para renunciar a establecer contactos con fines de intercambio que aseguraran elementos indispensables para su supervivencia. Escondidos y desperdigados (evitar la concentración resultó ser una eficaz estrategia defensiva), aprendieron a sobrevivir en núcleos muy pequeños y con casi nada.

Acosados por expediciones punitivas periódicas, que en muchas ocasiones no lograban capturarlos pero sí arrasar sus modestos asentamientos, conseguían sobrevivir gracias a eficaces sistemas de vigilancia a lo largo del río y a su capacidad para esfumarse en el bosque tropical sin dejar apenas rastro para sus perseguidores.

Afrontar las condiciones extremas de la selva como escondite, en cualquier caso, compensaba la humillación, la crueldad y la deshumanización que comportaba la esclavitud.

Al igual que la historia de las demarcaciones indígenas, los títulos de propiedad de las tierras quilombolas han sido objeto de una fuerte especulación.

Arrancados de África con una violencia inaudita, los que sobrevivieron perdieron muchas veces toda referencia de sus comunidades de origen. Carecían además de los conocimientos ancestrales de los indios autóctonos para vivir en el bosque.

Aún así, llegaron a formar comunidades de varios miles de individuos, algunas de las cuales sobreviven hasta hoy y vieron finalmente reconocidos sus derechos sobre la propiedad de la tierra en la que habitan desde hace generaciones.

Al igual que la historia de las demarcaciones indígenas, los títulos de propiedad de las tierras quilombolas han sido objeto de una fuerte especulación y quienes aspiran a obtener suculentos beneficios extractivos en esos territorios, muy ricos en recursos naturales, han intentado impedir que se concedan.

Muchos de estos procesos de titulación están aún abiertos, pero el nuevo Gobierno de Jair Bolsonaro ha decidido echar el freno a la concesión de tierras. Así, para algunas de las comunidades de los quilombos, como la de Drica, que llevan décadas luchando por el reconocimiento de sus derechos de propiedad adquiridos, la batalla continúa.

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Vista aérea de un puerto de descarga del complejo minero, sobre el río Trombetas, próximo al territorio donde vive Drica. Foto: Pablo Albarenga.

Los quilombos del Trombetas existen por lo menos desde finales del siglo XVII, cuando el cultivo del cacao y la ganadería en el bajo Tapajós necesitó esclavos, que compró en el mercado de traficantes de la costa brasileña. Según la Fundación Cultural Palmares, en todo Brasil quedan 3.524 grupos. De estos, solo 154 recibieron títulos de propiedad, la fase final del proceso de reconocimiento y protección de quilombolas en Brasil. Por los datos de la Coordinación Nacional de Articulación de las Comunidades Negras Rurales Quilombolas (Conaq), otros 1.700 grupos, entre los que se cuenta el de Drica, están aguardando la conclusión de los estudios antropológicos o la emisión de laudos técnicos para conseguir un título.

Sobre el papel, esto otorga a sus habitantes, los quilombolas, una gran riqueza, pero comporta también importantes amenazas y ahí la lucha de jóvenes como Drica es fundamental.

Drica cuenta que esa es una mina opaca cuyas fiscalizaciones no han sido publicadas y teme que la presa con los residuos del proceso de decantación podría quebrarse y acabar con la vida en el río.

Las amenazas a los que están sometidos estos territorios son muy pesadas. Ya desde los años setenta la empresa Mineração Rio do Norte(MRN), perteneciente a un consorcio en el que participan las gigantescas BNP, ALCOA y otras, incluida Vale SA (responsable de las catástrofes de Mariana y Brumadinho), abrió una monumental mina de bauxita, base para la fabricación del aluminio, río arriba. Según sus propios datos, la mina extrae 18 millones de toneladas al año.

Drica cuenta que esa es una mina opaca cuyas fiscalizaciones no han sido publicadas y teme que la presa con los residuos del proceso de decantación podría quebrarse y acabar con la vida en el río. De hecho, denuncia, ya hay filtraciones que afectan al agua de los que habitan en las inmediaciones, que no pueden beberla y que provoca irritaciones en la piel.

Pero en sus 40 años de existencia la mina, para optar a expandir su actividad extractora, ha ido dando trabajo aquí y allá, y repartiendo algunos servicios a la comunidad para ganarse su favor, sobre todo a partir de la concesión de títulos de algunas de las tierras en favor de los quilombolas. Lo cierto es que sus propietarios invierten mínimamente en salud y educación, por ejemplo, en las comunidades quilimbolas. Casi siempre la parte a la que les obliga la legislación medioambiental, pero son migajas si se compara con los beneficios que aporta una mina de ese tamaño.

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Vista aérea del río Trombetas, donde uno de los cargueros de bauxita realiza una maniobra. Foto: Pablo Albarenga.

Pero la percepción dominante es que la mina estuvo ahí desde siempre: cuatro décadas se antojan un tiempo inmemorial para esta comunidad joven, que está viviendo, además, una verdadera explosión demográfica. En los quilombos, niños y niñas aparecen por todas partes y están ahí para recordarle a Drica constantemente la responsabilidad de preservar el territorio. “Nuestra lucha, como la de nuestros abuelos y bisabuelos, es defender esta tierra para que estas nuevas generaciones la reciban tal como la recibimos nosotros”, dice.

Enseñar a los niños pequeños a respetar el territorio es su motivación principal. Drica imagina un futuro en que los pequeños sepan reconocer y preservar los tesoros que alberga su tierra y sean conscientes de las amenazas que se ciernen sobre ella para, llegado el día, defenderla adecuadamente.

Aunque el quilombo parece asumir la mina como una fatalidad, no ocurre lo mismo con la amenaza de las madereras. Organizado por otros hombres blancos y barbudos pertenecientes a Imaflora y a Imazon, dos instituciones importantes en la región, se imparte un taller sobre explotación sostenible de la madera, con explicaciones demasiado técnicas sobre permisos y ciclos de explotación, habilitación de transporte de troncos y modelos de negocio sostenible, que a muchos de los asistentes suenan a engaño.

El taller tiene una función informativa, planteando alternativas económicas a la llegada de un maderero foráneo que, con un modelo de explotación depredador, en pocos años habrá repartido una renta que parece fabulosa. Muchos piensan que una vez haya acabado con los árboles preciosos del lugar, la maderera partirá a devorar el siguiente pedazo de selva, dejando un rastro de sobreexplotación, desestructuración social y, en el fondo, tristeza, corrupción y muerte.

Drica y muchos como ella ya ni quieren atender a argumentos que les hablen de explotación maderera, ya sea esta sostenible. Tomaron una decisión en asamblea y ahora solo quieren administrarla.

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La activista Drica. Foto: Pablo Albarenga

Drica se encuentra al principio de su mandato de dos años. Tendrá que aprender a lidiar con los múltiples factores de riesgo que amenazan su territorio. La conciencia de que están asentados en una tierra rica y que ahora por fin les pertenece es para ellos una motivación más para mantenerla intacta.

La desconfianza acumulada por estos afrodescendientes huidos de la explotación más inhumana les carga de razón para recelar de los barbudos. El drama de privación y pobreza que enfrentan, sin embargo, les obliga a pensar tarde o temprano en algún modelo de generación de renta, especialmente cuando estos centenares de niños lleguen a la edad adulta, empiecen a formar familias e intenten progresar. Ya hoy las condiciones en el quilombo son muy duras y tomar la decisión equivocada podría resultar catastrófico.

Elegida a finales del pasado año, Drica se encuentra al principio de su mandato de dos años, Tendrá que aprender a lidiar con los múltiples factores de riesgo que amenazan su territorio. La conciencia de que están asentados en una tierra rica y que ahora por fin les pertenece es para ellos una motivación más para mantenerla intacta.

“Pero la mayor amenaza para nuestro futuro, más allá de las madereras o la mina de bauxita, es la de la presa hidroeléctrica”, dice Drica, que ve esto como el fin de los quilombolas del Trombetas. Desde hace tiempo se estudia instalar esta megainfraestructura con potencia prevista de 2 mil megawatios río arriba, en Cachoeira Porteira, y ha vuelto a tomar fuerza en el marco del proyecto de desarrollo del Amazonas conocido como Plan Barão do Rio Branco, que impulsa el Gobierno de Bolsonaro, según confirmó el general Maynard Santa Rosa, uno de sus siete ministros militares.

Drica ve al río seco y a la población realojada en casas reducidas y clonadas, de titularidad estatal, construidas para reubicarlos en algún extrarradio de Oriximiná o Santarém. No sería la primera comunidad de la región que acaba así.

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Tras un viaje a Brasilia para reunirse con autoridades gubernamentales y directivos de algunas de las empresas que operan en la zona, Drica explica a miembros de su comunidad las novedades. Foto: Pablo Albarenga.

Drica ve aumento de la violencia, consumo de drogas y alcohol, desarraigo, tristeza y ruina para los suyos y, sobre todo, ve violada la felicidad de los niños de la escuela, el baño matutino en el río, el sonido de la selva que es la banda sonora de sus vidas. Drica ve el final de la magia de los botos (delfines de agua dulce) que asoman sus lomos plateados al atardecer, el fin de la delicia de un mango caído del árbol enorme que preside la felicidad infantil.

Drica es una mujer valiente, pero tiene por delante una tarea muy difícil. Los riesgos que se ciernen sobre su pueblo, además de la mina de bauxita, las madereras y el proyecto hidroeléctrico, son incalculables. Y sobre todo percibe la práctica indefensión que las políticas de Bolsonaro puedan significar.

La dimensión catastrófica que pudieran significar estas amenazas en algún momento la sobrepasan, la abruman. Pero hay una determinación en sus ojos, un orgullo antiguo y una rebeldía heredada de abuelos y bisabuelos, que huyeron de la brutalidad y de la esclavitud para ser libres.

Drica y los suyos viven en condiciones muy duras, pero muestran un orgullo casi desafiante. Aún con toda su vulnerabilidad no están dispuestos a que nada ni nadie les arrebate su territorio y su conquistada libertad. Son libres desde los tiempos de un mítico mocambo, un gran quilombo originario del siglo XVIII río arriba, que los historiadores han determinado que se llamaba Cidade Maravilla, del que dicen descender.

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Drica posa junto a sus estudiantes tras un partido de fútbol en la comunidad de Tapagem. Foto: Pablo Albarenga.

Pero los quilombolas censados en el alto Trombetas son cerca de 10 mil, y Drica y los suyos parecen determinados a resistir. Al fin y al cabo, su historia es una historia de rebelión y resistencia.

Ahora es un reto mayor resistir al racismo y al desprecio absoluto, cargado en ocasiones de odio, y a la carta blanca con que cuentan constructoras, hacenderos, madereros, mineras y demás empresas depredadoras de cualquier calibre, que se sienten amparados por el Gobierno Bolsonaro. Un reto colosal. Drica va a necesitar de toda la comunidad, de todas sus fuerzas y de todo su corazón para vencer.

Este artículo pertenece a la serie Rainforest Defenders, un proyecto de democraciaAbierta en colaboración con Engajamundo Brasil, con el apoyo del Rainforest Journalism Fund del Pulitzer Center. Fue originalmente publicado por El País aquí.

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