Darío Ramírez
01/03/2018 - 12:00 am
La ingeniería de la corrupción
La corrupción en México la pagan los más pobres. Los más jodidos. A los que continuamente les aseguramos la discriminación y la perpetua desigualdad.
La corrupción en México la pagan los más pobres. Los más jodidos. A los que continuamente les aseguramos la discriminación y la perpetua desigualdad.
De acuerdo con el INEGI las familias que subsisten con menos de un salario mínimo gastan el 33 por ciento del ingreso familiar en algún acto de corrupción. Para aquellas familias que tienen más del salario mínimo es el 14 por ciento de su ingreso se va a actos de corrupción. Los más pobres pagan la corrupción de los más ricos.
Esto explica muchas cosas, pero, sobre todo, la pasividad y negligencia de la clase política para atacar de frente la corrupción. Al final, literalmente, le pasan la factura a los más pobres, mientras que a la clase política vive en su cómodo sistema corrupto.
México, según el índice de Transparencia Mexicana, ha caído 12 lugares en los últimos dos años. Hoy nos colocamos en el lugar 135 de 180. Nuestra calificación por país es de 30 sobre 100. Si cualquier estudiante tiene ese promedio de reprobación probablemente tendría que dar de baja la escuela, para el gobierno mexicano parece ser inocuo el dato de nuestra realidad. Obviamente de la OCEDE somos el último lugar lo mismo que del G20. Una vergüenza a la cual nos hemos acostumbrado.
Chile, por ejemplo, cayó este año dos lugares en el citado índice. La respuesta del gobierno y congreso del país sureño fue determinante. Han formado comisiones especializadas para estudiar el problema y tomar acciones para atacar el problema. En México, por el otro lado, la respuesta de nuestras autoridades fue: silencio. Ni una sola palabra mereció la vergüenza internacional. Ni un escueto comunicado lleno de mentiras. Pero el silencio gubernamental parece una oda a la impunidad.
Sin embargo, la funcionalidad de la economía mexicana hace que sea una vergüenza útil para los que detentan el poder político y económico. En otras palabras, el afianzamiento de la corrupción como el aceite de nuestra sociedad, quehacer político y económico está fijo porque así es la voluntad de los que detentan el poder. Porque nos han hecho creer que “así es el sistema”, “así somos”, “está en nosotros”. Pero ejemplos como Polonia, Brasil, Chile, Eslovaquia e Italia, entre otros, nos recuerdan que cambios profundos han sido posible.
El 79 por ciento de la población en México cree que el problema de la corrupción es serio. El 14 por ciento cree que es un problema. El 1 por ciento no cree que realmente sea un problema. Así mismo, el 49 por ciento de la población cree que la corrupción es muy frecuente y 40 por ciento frecuente, es decir, 89 por ciento cree que la corrupción es parte frecuente de nuestras transacciones sociales. Los números son una vitrina a nuestra incompetencia social para atender nuestros problemas más serios.
Somos una sociedad severamente incongruente entre lo que nos preocupa y lo que hacemos para con lo que nos preocupa. Es decir, no resolvemos los problemas que más nos preocupan como sociedad (corrupción e inseguridad). Estamos a la deriva.
Y la deriva radica en que vivimos acéfalos de un verdadero y eficaz liderazgo político que conduzca el cambio. Ninguno de los tres candidatos que compiten por la presidencia aporta esa visión de Estado y no tienen, ni la voluntad ni la capacidad para generar el cambio de paradigma que es necesario. Ni los candidatos que compiten ni los partidos políticos que los sostienen tienen evidencia clara y contundente sobre su voluntad para luchar contra la corrupción. Ninguno.
Todos los partidos son o han sido gobierno y no han aportado ningún cambio ni evidenciado un liderazgo claro para combatir la corrupción. Hablan con una facilidad sobre su “compromiso” al combate a la corrupción pensando, claramente, que la sociedad es idiota. La corrupción está en los niveles que está por la voluntad política de todos los partidos para sostenerla tal cual.
Por ello, los escenarios que se decantan para el 1 de julio y los siguientes seis años va de lo malo a lo extremadamente malo (continuidad de los últimos seis años).
Hablar de amnistía a corruptos es tener una mente corrupta. No es la solución. Jamás puede ser la solución a un problema el hecho de ignorarlo. Por el otro lado, continuar con el atraco monumental del actual gobierno (y sí, el candidato oficial es sinónimo de la continuidad) puede llevar a México a los momentos más oscuros de su historia porque la pregunta sería: ¿porqué cambiarían si la impunidad les asegura bonanza y poder? Mientras que el tercero se hunde por los señalamientos de actos de … corrupción sin una defensa eficaz.
Hemos perdido confianza (si es que alguna vez la tuvimos). Somos una sociedad desencantada y enojada por la nuestra realidad. Pasamos de decenas de miles de personas en la calle gritando por la aparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa a aceptar que nuestra realidad es la injusticia.
Nos piden que votemos, pero la confianza en las instituciones y los personajes que las conducen es un bien escasísimo en nuestra administración pública.
La corrupción que vemos día a día en los medios, esa gran corrupción de los exgobernadores o de los atracos desde las secretarías de estado, es una corrupción que conlleva un alto diseño y conocimientos técnicos de contabilidad, derecho, economía y políticas y administración públicas. Es decir, la corrupción no es la ficción del cine de oro mexicano o de las películas de Estrada. No son los cómics o programas de televisión del canal de las estrellas.
La corrupción que hoy sufrimos, esa de los miles de millones de pesos del erario desaparecidos a través de miles de contratos públicos y empresas fantasmas, es de una sofisticación aguda y parece maquinaria suiza, es una sofisticada ingeniería de la corrupción.
No la lleva acabo algún bandido menor, hay muchísima inteligencia detrás de los sistemas de corrupción en México.
Lo cierto es que la corrupción de alto diseño para el atraco está doblegando al Estado mexicano. Por ello, la pregunta que cabe, aunque el orgullo nacional de algunos se exacerbe es: ¿No será tiempo de pedir ayuda internacional?, ¿No será momento de idear un mecanismo con la ayuda internacional que comience a restaurar la confianza en nuestras instituciones y en nuestra democracia?, ¿No será momento de darnos cuenta que no estamos pudiendo solos y que necesitamos una mano de fuera?
El modelo de la CICIG – Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala- puede ser una buena plataforma para comenzar a idear lo que México necesita de la comunidad internacional. Pensar que arrebataría la soberanía es un pensamiento arcaico.
Estamos ante la inminente necesidad de un cambio y nuestra democracia -por más insípida que sea- nos debería de ayudar en algo. Recientemente, invitado por Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, visitó México el Juez Federal Sergio Moro, principal figura pública en el combate a la gran corrupción en Brasil.
El Juez Moro en sus diferentes intervenciones mencionó lo siguiente que tal vez quite los nubarrones que tenemos y nos propicie inspiración que buena falta nos hace. 1. No es tarea de un juez en solitario, al contrario, él es solamente una pieza del sistema. No es trabajo de una sola persona; 2. El punto de inflexión en Brasil fue el hartazgo de la sociedad civil, el haber mostrado el músculo social; 3. Medios de comunicación comprometidos con la veracidad y carácter público de la información por el bien del país y 4. La voluntad política de actores claves para generar el cambio.
Nuestra necesidad de cambio deberá estar recargada en una canalización del enojo y hartazgo social como motor para el cambio. Tenemos que mostrarnos más allá de tuits y post en Facebook. Tenemos que asegurarnos de un cambio fundamental: construir un a Fiscalía General de la República, autónoma e independiente que procure justicia sin los vaivenes y voluntad política del Ejecutivo. Tenemos que cambiar nuestro sistema de medios y refundar el periodismo en México. El primer paso, claramente, desaparecer las partidas públicas destinadas a la publicidad oficial (dígase propaganda).
Necesitamos retomar la confianza y pensar que podemos y debemos cambiar nuestra realidad.
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