El ganador del Oscar, de 87 años, protagonizó uno de los momentos más emotivos de la gala de premios llevada a cabo el domingo en el Dolby Theatre de Los Ángeles. Fue un acto de justicia, sin duda, para uno de las personalidades culturales más importantes de nuestro tiempo.
Ciudad de México, 1 de marzo (SinEmbargo).- Cuando el pasado 26 de febrero, el legendario compositor de música de películas Ennio Morricone descubrió una estrella que lleva su nombre en el Paseo de la Fama en Hollywood, el productor estadounidense Harve Weinstein dijo un sencillo “esta vez ganará”.
Se refería así a la anhelada estatuilla dorada que llegó en forma tardía para el maestro, de 87 de años, quien con su habitual modestia, vestido de traje negro y una corbata a rayas azules, declaraba: “Nunca hubiera pensado que mi trabajo sería valorado por tantas personas, aunque siempre supe que estaría al servicio del arte.
Postulado a un Oscar por The Hateful Eight, el reciente filme de Quentin Tarantino, Morricone, nacido en Roma el 10 de noviembre de 1928, finalmente obtuvo el galardón que, según los fans y los expertos en cine, debió haber ganado hace mucho tiempo.
Tanto así que este lunes muchos programas de radio de todo el mundo amanecieron comentando el hecho como el más trascendente en la ceremonia 88 de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood, incluso más que el Oscar que también ganó tardíamente el actor Leonardo DiCaprio.
Dueño de una de las carreras más fértiles en la industria del cine, a él se deben cientos de melodías reconocibles más allá de la pantalla grande para las que fueron confeccionadas.
“Tengo muchos discos de Los Beatles, pero más tengo de Ennio”, admitió en la imposición de la estrella en el Paseo de la Fama el director Tarantino, con quien el maestro italiano ha tenido una relación con altibajos, pero tan exitosa como para haber obtenido el primer Oscar gracias al director de Kill Bill.
Desde la década de 1960, el músico italiano compuso más de 450 bandas sonoras de películas, incluyendo películas como The Battle of Algiers, 1900, Exorcist II, The Mission, The Untouchables y Bugsy.
A él se debe también la hermosa melodía de Cinema Paradiso:
De El bueno, el malo y el feo:
De Le professionel (con un mítico Jean Paul Belmondo):
En su larga carrera fue postulado cinco veces al Oscar, pero siempre partió con las manos vacías. Sin embargo en 2007 recibió un Oscar honorífico por toda su carrera, que le fue entregado por Clint Eastwood. El domingo 28 de febrero se hizo justicia y ganó un Oscar por su trabajo real, por una película en cartelera.
EL PARAÍSO SEGÚN MORRICONE
El escritor chileno Roberto Bolaño se imaginaba al paraíso como un sitio lleno de italianas e italianos. La música de Ennio Morricone bien podría ser la banda de sonido para ese edén, como bien pudo comprobarse en 2008, cuando visitó por primera y única vez nuestro país, ofreciendo un concierto inolvidable en el Auditorio Nacional, además de presentarse en Monterrey y Guadalajara.
La propuesta fue Musica per el cinema, su primera incursión en los conciertos en vivo, cuando ya tenía 80 años de edad.
Dinámico y arrogante (la arrogancia del guerrero, la aristocracia del artista en plenitud más allá de la edad), Ennio Morricone fue enunciando su discurso enraizado en la economía climática, esa sabiduría que otorga el transcurrir por muchas vías pero en varios trenes a bordo y que posibilita la pintura de un paisaje multi-sensorial.
La música del compositor italiano fue de la oscuridad a la luz, de los vecindarios cercanos a territorios extranjeros, del frío al calor y de la indiferencia a la euforia con paso firme y a la vez sutil.
Los intocables de Elliot Ness, los westerns legendarios con el inmenso Sergio Leone, la voz de la soprano sueca Susanna Rigacci (un toque excesivamente temperamental quizás para el refinamiento del que suele hacer gala el director romano, pero dueña de una voz cristalina y de un registro marciano): todo fue conducido con mano rigurosa y poética, con una concentración espeluznante, ese tipo de firmeza que no es inflexible, ese tipo de consistencia suave que no se diluye entre los dedos.
No hubo ampulosidad hasta la segunda parte, pero en la primera destacó la rotundidad de la nostalgia viva, como si por un puñado de dólares retornaran con una presencia activa y activadora los feos, los sucios y los malos de aquellas películas de vaqueros que adoraban nuestros padres.
En la segunda parte, terció una épica majestuosa, tal vez algo grandilocuente, porque grandilocuente y majestuoso era el cine que dio cobijo a artistas de la talla de Morricone. En relación a los filmes que dan sustancia a sus presentaciones por el mundo y a una vastísima discografía que inició en 1961 (“En el 2011 cumpliré 50 años con la profesión”, anunció con orgullo en la conferencia de prensa en el Camino Real del Distrito Federal), hay que decir que si las películas no son las de antes, su música tiene la fuerza optimista que nos puede hacer soñar con un futuro cinematográfico menos irrespetuoso con su propio pasado.
Estas, de todas maneras, son elucubraciones que no le hacen justicia a la verdadera esencia de la obra de Morricone que, sin dudarlo, es la actualidad. La música es presente, puede ayudarnos en el ejercicio de la nostalgia, en la elaboración de memorias y estadísticas, recuentos precisos de algo que pasó en tal fecha, en tal lugar, pero esos constituyen, por así decirlo, “daños colaterales”.
Cuando la música es música, lo que importa es el aquí y el ahora, la desnudez, la transformación del torrente sanguíneo, la verdad del momento en el que estamos vivos.
Morricone se puede escuchar sin ropas, tal vez ¿deba escucharse despojado incluso de los referentes que dieron origen a muchas de sus obras? ¿Es la película La misión, por ejemplo, tan buena como su banda de sonido? ¿Puede oírse “Cinema Paradiso” sin que el rostro de Totó marque las pulsaciones y temperaturas de la melodía? A juzgar por el concierto del Auditorio Nacional, impecablemente organizado por el empresario, melómano, poeta ejercitante, Julio Rivarola, las respuestas condujeron a un alelado y gozoso sí.
Es precisamente Julio Rivarola, el líder de Music & Frontiers, el responsable de aquella visita legendaria, quien recuerda para SinEmbargo esos momentos históricos.
–Cierras los ojos y piensas en aquella gira mexicana de Ennio Morricone, ¿qué primer recuerdo viene a tu mente?
–Pura magia, porque es un hombre de una intensidad humana extraordinaria. Con una sabiduría histórica en cuanto a música para cine. Lo que más recuerdo de él es su gran afición al futbol y sobre todo la paz que transmite su persona.
–¿Cómo llegaste a contratarlo?
–Fue una idea que tuve durante varios años y que no fue nada fácil realizarla, porque Morricone no es un hombre que se mueva con los códigos del mainstream, del show business. No era fácil dar con y él y que los agentes que lo manejan me hicieran caso. De hecho, no me hacían caso. Durante un año estuve mandando correos, hasta que me enteré de que su manager iba a estar en Nueva York, tomé un avión y fui a verlo. Sin cita, ni nada. Ahí lo convencí.
–¿Cómo lo convenciste?
–Ellos no hablan de dinero ni esas cosas. No es el tema central en las conversaciones. Lo que quieren saber es quién eres, qué experiencia tienes y qué propuestas llevas para Morricone. Cómo era la idea. Morricone llevaba dos años tocando en vivo. Nunca antes lo había hecho. No estaba acostumbrado a hacer giras. Las cifras eran muy altas, se trataba de 200 personas que venían de Europa, más otras 100 que debíamos poner aquí, por lo que estábamos hablando de una gran producción. Le llevé el plan a la gente de Nueva York, me dijeron que sí al mes y estuvimos durante un año y medio preparando todo.
–¿Él pedía cosas extraordinarias?
–No, para nada. Es un hombre muy religioso. Venía acompañado por su familia y su única petición estrambótica, por decirlo así, que tampoco es tan rara, es viajar en aviones que tuvieran primera clase. Fuera de eso, es un hombre muy fino, muy preciso, pidió una suite presidencial, nada raro respecto a la comida ni peticiones extrañas en el catering. El problema fue resolver la logística para traer a la Orchestra Roma Sinfonietta, creada especialmente para él. Una orquesta que suena a Morricone, era más práctico traerla de Italia que armar una aquí. Lo que sí hicimos aquí fue armar un coro de 100 voces con la dirección del maestro Gerardo Rábago y de hecho Morricone dijo que fue ése el mejor coro que tuvo durante sus giras.
–¿Qué sentiste ahora que ganó el Oscar?
–Primero lo que quiero decir es que Ennio Morricone es un hombre muy prolífico; una cosa es oír un soundtrack de una película, pero ha sido uno de los compositores para cine que hizo salir su música de la pantalla. Son músicas que entraron en el gusto popular y la gente joven muchas veces conoce las melodías pero no ha visto las películas en las que se originaron. Su manager nos dijo que no se podía pasar imágenes de las películas en los conciertos, pero la realidad es que a la hora de los shows, lloraba con la música y no necesitaba de las imágenes para emocionarse. Con respecto al Oscar, por supuesto que fue un acto de justicia. Vi la película de Tarantino y la música es un Morricone al ciento por ciento, esas orquestaciones densas, esas melodías penetrantes, es un hombre con gran oficio. Lo que más me sorprende y emociona es la calidad de su trabajo a los 87 años de edad que tiene. Ennio es alguien que está metido en el estudio de grabación todo el día y su trabajo es incesante. No para. Es una cosa realmente impresionante.
–¿Crees que el público mexicano valoró realmente su presencia aquella vez?
–Por supuesto que sí. Nos quedamos totalmente cortos. Calculábamos llenar un Auditorio Nacional, con 10 mil butacas, el boleto costaba 2200 pesos el más caro; se vendieron las entradas totales dos meses antes y por cuestiones de logística no se pudo hacer otra función. Lo sorprendente fue lo que pasó en las afueras del Auditorio Nacional, cuando un montón de personas que no tenía boleto, muchas de ellas disfrazadas de los personajes de sus filmes, escuchaba lo que podía. Los boletos en la reventa alcanzaron una cifra de 14 mil pesos.