Ciudad de México, 1 de febrero (SinEmbargo).- “A chingar a su madre. Cuando tenían que cuidar a los muchachos no lo hicieron, ahora ya no los necesitamos”, grita Catalina mientras la punta de su pie golpea los glúteos de un policía de tránsito del Distrito Federal.
Sin soltar la fotografía de su sobrino Felipe Arnulfo Rosa, la mujer ordena a otros uniformados: “Órale, a chingar a su madre, aquí no tienen nada que hacer”. Un joven se cubre la cara y entra en acción, no lleva más arma que su furia contenida. “A la verga, culero”, exclama. Tira patadas al aire y finta a los “puercos”.
Un tercer hombre con gorra aparece y se lanza a reclamos contra un fotógrafo: “No tomes fotos, a poco cuando me desaparezcan a mi hermano, ¿tú me lo vas a regresar?”.
Es 26 de enero y se cumplieron cuatro meses de la desaparición de los 43 normalista de Ayotzinapa. Más muchachos que se mantenían detrás de los camiones estacionados sobre la lateral de la calzada de Tlalpan, a la altura de General Anaya, salen como apoyo a amedrentar a los policías. Los uniformados no mueven un dedo, en su rostro se ve el pánico; tras comunicar por radio la situación, comienzan a retroceder.
Esto es apenas una probada de “La avanzada”, así se les llama al grupo de guardias que escoltan a los familiares de los normalistas desaparecidos en Iguala. Aquí apenas son unos cuantos, el resto del equipo está dividido en varios puntos de la ciudad, algunos se encuentran a 2 kilómetros al sur, justo en las inmediaciones de la estación del Metro Taxqueña. Allá varios contingentes se alistan para iniciar la marcha del 26 de enero.
Aron, uno de los coordinadores de este brazo protector, explica a SinEmbargo que “La avanzada” surge justamente luego de varios intentos de represión. “Es simple prevención, no hemos tenido golpeteo, pero [Miguel Ángel] Mancera ha denostado su ganas de reprimir la protesta social”.
Son casi las 11 de la mañana. El sol comienza a calentar el suelo de la Calzada de Tlalpan. Las seis camionetas repletas de granaderos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF) han desaparecido. La escolta que viene de Guerrero ha limpiado el primer punto del camino para que los padres de los normalistas de Ayotzinapa, estudiantes, maestros y demás marchistas avancen hacia el Zócalo capitalino.
Aron recibe un pitazo por radio. Hay un posible infiltrado. Los hombres de “La avanzada” se mueven de forma discreta para encontrar a la “rata” mientras la vanguardia avanza y grita: “No has muerto, camarada, no has muerto camarada. Tu muerte, tu muerte será vengada”.
“Como venimos en un grupo muy compacto y de puros conocidos es fácil detectar a infiltrados. Si hay una persona sospechosa se le piden datos. Si viene con un contingente se le pide que vuelva a su lugar”, explica Aron.
Los rostros de estos escoltas son imponentes. La gran mayoría son hombres de piel morena. Algunos visten camiseta, de modo que permiten ver los músculos de sus ejercitados brazos. La edad no importa, hay jóvenes y señores maduros, al igual que mujeres. No usan uniforme pero hay elementos que los distinguen: todos portan algo para cubrirse el rostro como paliacates o gafas, usan radio, la gran mayoría lleva sudadera o chamarra puesta.
El calor de la una de la tarde arrecia. Los asistentes a la marcha se cubren con gorras, sombreros, y hasta improvisan sombrillas con las pancartas. “Ayotzi vive, la lucha sigue… Ayotzi vive y vive, la lucha sigue y sigue”, las consignas retumban en los edificios de Tlalpan; al llegar al número 1034 de esa calzada un hombre que iba en bicicleta es detenido. El grupo de seguridad de la marcha lo interroga y le pide identificación. Uno de los elementos de “La avanzada” informa por radio; el hombre en el altavoz anuncia que hay enviados del gobierno que buscan desestabilizar al movimiento.
“Nomás estás dando vueltas y vueltas”, le recriminan. El detenido les explica que no es ningún desestabilizador. La revisión termina, se trata de una falsa alarma, el hombre queda libre pero le prohíben volver.
Tres muchachos de “La avanzada”, que minutos antes mostraban su rudeza abriendo el paso a los contingentes, ahora toman el fresco bajo un árbol del Parque Victoria afuera del Metro Villa de Cortés. Al paso que palían el calor con una nieve combinada fresa-limón bañada con salsa chamoy y polvo “Miguelito”, las sonrisas aparecen en su rostro. No les gusta que los vean, así que se van para las jardineras. Se niegan a dar entrevista. “¿De cuánto quieres la entrevista, de 3 mil o de a mil?”, se burlan.
Las dos vallas de seguridad conformada con cerca de 30 personas se detienen y descansan. Los dirigentes anuncian que habrá un mitin de una hora. Mientras, Luis Hernández de 22 años accede a conversar. Asegura que a raíz de la desaparición de sus compañeros su vida se ha dividido en dos vertientes importantes: estudio y el movimiento, más ahora “que el gobierno de Guerrero se ha vuelto más opresor”. Llegó esta mañana de Chilpancingo y regresará por la noche a su casa, y pese a lo cansado del viaje no piensa abandonar la “lucha” porque, dice, “desafortunadamente le toco a estos chavos, pero nos puede ocurrir a cualquiera”. Y aunque ahora no hay clases, sostiene que están retomando sus asignaturas de forma alterna para no descuidar su formación académica.
El mitin termina. “La avanzada” manda a dos de sus hombres de reconocimiento, quienes salen en bicicleta para explorar el camino. Dan el aviso: a unos metros hay varios policías en motocicleta.
La marcha acaba de pasar por el cuartel militar de Guardias Presidenciales cercano a Chabacano. Fue tardado superar el punto, debido a que uniformados motorizados se estacionaban a cada rato y los líderes del movimiento detenían la marcha para exigir que los policías se retiraran. Así lo hacían, pero metros después “los puercos” volvían a pararse.
“Es una provocación. Mantengan la calma, compañeros”, pide el hombre del altavoz.
Son más de las cuatro de la tarde. La policía capitalina sigue deteniendo la marcha, ahora a la altura de San Antonio Abad y Tlalpan. Se anuncia otro mitin. En un primer plano hay cerca de 30 policías de tránsito montados en sus motocicletas, pero dentro de las calles como la de Fray Servando hay decenas de granaderos esperando indicaciones; sin embargo, los manifestantes responden al duelo con un concierto de rap.
Aron está a punto de explicar las acciones de “La avanzada” pero interrumpe la charla porque ve llegar a dos sujetos sospechosos. Uno se acerca mientras se cambia de playera y otro porta en su mano derecha una resortera. Aron dice que la entrevista será más tarde, y reporta por radio dos infiltrados. “Ellos son policías. Los hemos identificado desde que inició la marcha. Ahorita vengo”.
Un grupo de escoltas van a encontrarlos. Los hombres no ponen resistencia, incluso entregan la resortera y se sientan a escuchar a los hiphoperos tirándole al gobierno.
Pasadas las 17:00 horas es hostigamiento baja de nivel. “La avanzada” se fortalece. Ahora un grupo de mujeres se toma de las manos y crea un cerco alrededor de los familiares de los normalistas. Mientras, en la intersección entre 20 de Noviembre y San Jerónimo, cerca de 20 judiciales desarmados y con playeras blancas con estampados de la Procuraduría de General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) se enfilan en la acera; no obstante, los padres y dirigentes de la marcha piden avanzar.
“La avanzada” se entrelaza codo a codo y avanza seguida de todos los contingentes. Pasan de largo a los judiciales. La marcha inicia el conteo de los 43. Van a dar las seis de la tarde cuando el hombre del altavoz grita: “Guerrero llega con la frente en alto, con dignidad, al Zócalo de la Ciudad de México.