Ernesto Hernández Norzagaray
01/01/2022 - 12:05 am
Emma y los sinaloenses
“Y en estas historias, de calor de hogar y sábanas de satén, los narcos sinaloenses llevan la delantera en una carrera que frecuentemente termina mal”.
A los lectores de Sinembargo.mx,
nuestros mejores deseos para 2022.
Ernesto Fonseca, Rafael Caro Quintero, Jesús Aguilar Padilla, Mario López Valdés, Lucero Guadalupe Sánchez López, Héctor Melesio Cuén Ojeda, Emma y Nacho Coronel, Joaquín “El Chapo” Guzmán y sus hijos, Ismael Zambada, Amado Carrillo Fuentes, Héctor Luis Palma Salazar, Arturo Beltrán Leyva, Dámaso López Núñez, Vicente Carrillo Fuentes, Juan José Esparragoza Moreno, Ignacio Coronel, Manuel Garibay, Manuel Garibay Jr.
Son algunos de los nombres de sinaloenses que aparecen en el libro de la valiente Anabel Hernández: Emma y las otras señoras del narco (Grijalbo), y ninguno es para exaltar sus buenas obras, si no, cada uno, como parte de una gran tragicomedia que asola la República y en particular, nuestro estado, que frecuentemente está sujeto al ritmo que le imponen este tipo de personajes y sus intereses.
Y es que Anabel Hernández hace una labor de filigrana periodística y, en esa búsqueda incesante de localizar cabos sueltos, nos dice, fueron apareciendo los personajes sinaloenses de su ya larga y reveladora obra editorial.
Una obra periodística que seguramente ya es y será consultada por especialistas en temas de narcotráfico y seguridad nacional, y por las agencias policiales de aquí, y de allá, lamentablemente Sinaloa está en el epicentro terrenal de este relato, una vez violento otras veces amoroso; unas veces frívolo otras veces triste; unas veces alucinante y otras, las más, tremendamente complejas.
En este nuevo trabajo actualísimo de Anabel Hernández sobre los señores del narco lo lleva a una dimensión que hasta ahora no había sido abordado por ella, ni por otro u otra periodista, quizá, haya por ahí trazos en la crónica y la novelística del narco, que, dicho de paso, parece haberse agotado sin que haya la gran novela del tema, como si sucedió en Colombia, con la escrita por Sergio Álvarez: 35 muertos (Alfaguara, 2013).
Y es que a los escritores del narco parecía les ganaba la prisa por narrar historias que les habían platicado o que ellos mismo inventaban, sin un anclaje serio, por ejemplo, al nivel de la de Álvarez que le llevó tres años recorriendo los pueblos colombianos y escuchando historias en ese amasijo de narcos, paramilitares, guerrilleros y políticos.
Esas historias que, de vez en vez, estos escritores buscan estar en sintonía con el mercado y se atreven imaginarlas con sus personajes y la relación que los narcos sostienen con las mujeres que se mueven en las coordenadas del miedo, la aventura, la fascinación, la conveniencia o el deseo por lo prohibido y, la siempre reconfortante impunidad, producto de complicidades en ese submundo donde, cómo diría El Ezequiel, personaje del comediante sinaloense Cid Vela, “con feria se arma todo”.
Y hoy, ante la revelación de Anabel Hernández, algunas de las mujeres exhibidas en el libro, gritan, manotean, gimen, lloran, amenazan, como un ejercicio infausto de redención de su pasado, quizá efímero, pero al fin parte de las historias personales.
Sin embargo, son revelaciones que Anabel describe con todo detalle periodístico y en ese ejercicio estresante, acojonante, revela historias, que oscilan entre la violencia más cruel y los regalos extravagantes; entre la intimidad y la aventura persecutoria; entre los procesos judiciales y la prisión; entre la exhibición impúdica y la desaparición de la escena pública; entre las caricias y las traiciones.
Es una historia larga de dolor, pero, ante todo, del “sistema” que lo creo y que a vuelta de décadas lo reproduce, y es que subyace a una vida pública carcomida por la corrupción económica y moral. Donde personajes del PRI, PAN, PRD y Morena, e incluso, las formaciones de la llamada “chiquillada”, no están exentos de complicidades, connivencia, cinismo, sino, también, son protagonistas de distintos episodios de lo que se denomina narcopolítica.
Ese tejido de relaciones entre el poder político y el crimen organizado, quedan expuestos de manera cruda en estas 300 páginas y no tienen desperdicio porque van de lo alto del poder a las alcantarillas de la vida pública y de ahí, a lo más bajo de las pasiones humanas. Anabel, aun con las posibles inconsistencias de un trabajo, por sí mismo frágil, no deja de estar marcado por el rigor, le sobrevive a la buena lógica e invita a una lectura aguda sobre los espacios de esa intimidad, el recogimiento y apapacho, los cumpleaños y la fiesta.
Solo de esa manera es posible aquilatar la naturaleza del Sistema en el que estamos viviendo, explicarnos los sucesos grandes y menudos que a diario aparecen en las portadas de los medios de comunicación y se pierden por la dinámica incesante del crimen.
Ahí, está, como el ejemplo de la semana, la balacera en del bar Casanova de Culiacán y la actitud indolente de la policía que deja ir a los hombres armados o la novedad de la recompensa estadounidense por información de los cuatro hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán y la interpelación “soberana” del Presidente quien afirma que esa detención, si sucede, será “tarea” de su Gobierno, noticias espectaculares que luego son sustituidas por otras de igual o mayor calibre.
Entonces, la nueva obra de Anabel Hernández documenta con nombre y apellido la tragedia que está viviendo el país, y en particular el estado de Sinaloa, y deja visible el tipo de arreglo entre los actores dominantes como también la naturaleza coja de nuestras instituciones y dónde los discursos del gobernante sólo son eso, y más cuándo la vida transcurre con una inaceptable y brutal normalidad que es capaz de alcanzar a cualquiera en cualquier lugar y hora, pero no a los personajes que son mencionados en el libro.
En definitiva, la obra periodística recorre el velo del espacio privado de los narcos y exhibe no sólo nombres sino, como ella lo dice en una entrevista, que el narco, cuando tienen a la mano todo lo que se puede adquirir con dinero o de forma simultánea, empieza la compra de personas y entre más visible y deseable sean estás, mucho mejor para el pedigrí del comprador, que las colecciona para presumirlas y en última instancia, para demostrar que no hay mucha diferencia entre “ellos y nosotros”, cuando los mueven los mismo apetitos por tenerlo todo.
Y en estas historias, de calor de hogar y sábanas de satén, los narcos sinaloenses llevan la delantera en una carrera que frecuentemente termina mal.
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