Por Témoris Grecko, especial para SinEmbargo
Ciudad de Gaza, 30 de julio (SinEmbargo).– Si en alguna pequeña medida el estado de ánimo de los periodistas puede ser un indicador de lo que padece la población sobre la que informan, el grupo de colegas que esperaba se le permitiera salir de la Franja de Gaza brindó a los cronistas que llegaban una elocuente primera impresión. Es decir, los cuerpos oprimidos por un enorme agotamiento, los ojos sombreados por la interacción cotidiana con la muerte y el dolor de otros, las bocas intercambiando mensajes de esperanza ante la inminencia de la liberación, las manos prestas a palmear las espaldas de los colegas que apenas se dirigían hacia la guerra.
Habían pasado la peor noche, la del lunes al martes, en tres semanas de conflicto. Lo fue para la zona, en general, por la decisión del ejército israelí de tomar revancha por la muerte en combate de diez de sus soldados, incluidos cinco que murieron en una sorpresiva incursión de combatientes del grupo islamista Hamas en Israel, a través de un túnel.
Durante el período de oscuridad, los aviones y los drones de la fuerza aérea, y la artillería de tierra y de mar, atacaron más de 150 objetivos a lo largo y ancho de la Franja de Gaza, con estimaciones incompletas que variaron entre 60 y 100 muertos.
Para los periodistas, en particular, fue también la velada más dura. Frente al puerto de Gaza se agrupan unos pocos hoteles ocupados casi exclusivamente por periodistas, lo que la convierte, en principio, en una de las zonas más seguras de Gaza. Pero las fuerzas armadas israelíes les ahorraron el trabajo de dejar la comodidad de sus habitaciones y los bombardeos incluyeron los puntos circundantes, como las bodegas de pescadores junto al muelle. Los reporteros se dividieron entre los que pensaban que el sótano era la parte más segura de los edificios, los que pensaban que los pisos altos eran mejores y los que se rindieron ante la idea de que si el edificio se cae y uno está adentro, poco queda por hacer.
Todos se sintieron unidos, eso sí, por la imposibilidad de dormir ante las explosiones que sacudían todo, hasta que con el amanecer amainó el ataque.
Otros no tuvieron la suerte de que, a fin de cuentas, no les pasara nada: el céntrico edificio Shorouk, cuyas oficinas estaban ocupadas por varias televisoras de países árabes, era también la sede de la radio y la televisión de Hamas. En un video de la BBC, se escucha una ráfaga, se aprecia el golpe del misil que penetra la estructura y, desde el interior, se extiende inmensa la bola de fuego de la explosión
La calma matinal no duró mucho. Tras dejar las instalaciones de migración israelíes, intocables, los periodistas no tuvieron que registrarse en las de Gaza porque de ellas sólo quedan escombros. Lo mismo que la población más cercana, Beit Hanun, que está parte en pie, parte en ruinas, parte en cenizas y totalmente despoblada: sus habitantes son ahora miembros del nada exclusivo club de los 200,337 desplazados que se hacinan en 85 refugios habilitados por la ONU. Uno de cada nueve habitantes de Gaza está en esa condición.
Serán muchos más. El esporádico ruido de las bombas estallando se fue haciendo más frecuente conforme los periodistas avanzaban hacia el puerto, en un ómnibus llamado “Sweety”. A media tarde se hablaba de entre 30 y 50 víctimas más. También se incrementaban los sonidos de los morteros palestinos arrojando granadas hacia territorio israelí. La ofensiva militar ha logrado disminuir el número de cohetes que Hamas lanza contra las ciudades de Israel, pero todavía parece lejos de lograr el objetivo de cancelarlos de manera definitiva. Eso sí: todos los que potencialmente podrían causar daño son interceptados por el sistema defensivo Cúpula de Hierro y sólo unos pocos cayeron en áreas desérticas.
En apariencia, el fiero debate dentro del gobierno israelí sobre cuáles son los objetivos de la guerra se ha resuelto, por el momento, con la decisión de continuarla.
Ésa es la posición expresada por el premier Benjamin Netanyahu. Por el lado palestino, la discusión no es si se pide un cese al fuego, sino quién lo hace: como lo planteó públicamente la Organización para la Liberación de Palestina, que no está en guerra con Israel, quienes sí lo están -Hamas- se sintieron pisoteados.
La vida en esta Gaza bloqueada por tierra y mar, a la que no ingresan alimentos, combustible ni ningún otro producto, se acaba de ver todavía más complicada porque durante esa dura noche los aviones destruyeron los depósitos de su única planta de electricidad, y la energía, hasta ahora racionada a unas tres horas diarias, probablemente desaparecerá. Se necesita para todo, hasta para arrojar las aguas negras al Mediterráneo.
Los periodistas que se iban agotados, estremecidos y reanimados por la proximidad de la salida, gozaban precisamente de ese enorme privilegio: la posibilidad de salir. La población sobre la que informaron, en contraste, está encerrada en este rectángulo de 8 por 42 kilómetros. Son un 1,8 millones de personas. Los periodistas recién llegados parecen, en este momento, a punto de experimentar lo mismo que sus colegas.
El ejército israelí se comunicó con el responsable del edificio para dar una orden. Normalmente, ésta es la llamada con la que una familia tiene tres minutos para despertarse y salir corriendo antes de que bombardeen su casa. Pero éste es un caso diferente: “Que los reporteros no salgan a la calle ni un metro”. Viene otra buena noche.