Ciudad de México, 28 de julio (SinEmbargo).- Desde hace algunas décadas, la pena capital o los castigos físicos como manera de impartir justicia se han vuelto menos populares. Sin embargo, aún existen muchas partes en el mundo en donde se emplea este sistema correctivo. A pesar de ello, el deseo por utilizar otros métodos es cada vez más fuerte y algunos científicos y especialistas ya comienzan a ofrecer alternativas que no impliquen quitarle la vida a nadie.
De acuerdo con Zoltan Istvan (conocido por sus planes para convertirse en el primer presidente transhumanista de Estados Unidos) un implante cerebral podría ser la solución para la sobrepoblación de las prisiones y, sobre todo, ofrecería una alternativa humanitaria a las ya conocidas penas de muerte que actualmente se contemplan en diversos sistemas legales de todo el mundo. De esta manera, los peores criminales se convertirían en miembros respetables de la sociedad, mediante una rehabilitación que nunca antes ha sido posible, publicó Motherboard.
La idea parece descabellada, pero es un hecho que dentro de poco los implantes cerebrales –para cualquiera que sea su finalidad– van a empezar a ser utilizados de manera habitual en unas cuantas décadas. Tomando en cuenta dichas consideraciones, para entonces algunos especialistas contemplan implantes craneales que sean capaces de enviar señales a nuestros cerebros para manipular nuestro comportamiento. Al mismo tiempo, estos también serían capaces de mantener a raya todo tipo de temperamentos descontrolados, acciones violentas e incluso pensamientos “inapropiados”.
Sin embargo, estando apenas en los albores de este tipo de tecnología, esto también despierta algunas preguntas obvias: ¿debería considerarse esta alternativa como un correctivo para aquellos criminales que usualmente son condenados a muerte o a encarcelamientos ridículamente largos, para tratar de hacerlos “mejores personas”?
Según Istvan la tecnología para que esto suceda está prácticamente lista y argumenta que ya con cientos de personas usando implantes para la epilepsia o el Alzheimer y con muchas de las investigaciones actuales enfocadas en estudios del cerebro, su llegada no debe tardar, dio a conocer Popular Science.
“Algunas personas pueden quejarse de que los implantes son demasiado invasivos y extremos”, dice Zoltan. “Pero los resultados -especialmente enfocados en la alteración de la mente del criminal para un mejor ajuste a la sociedad- se pueden lograr mediante la ingeniería genética, la nanotecnología o incluso supermedicamentos. De hecho, a muchos delincuentes ya se les dan drogas poderosas que los hacen muy diferentes a lo que podrían ser sin ellos. Después de todo algunas personas, incluyendo a mí mismo, creen que el crimen violento es mucho más una versión de la enfermedad mental.”
De acuerdo con Amanda Pustilnik, profesora en la escuela de leyes de la Universidad de Maryland , “la historia es especulativa e interesante, pero pone un montón de cosas mal”.
Para empezar, Istvan malinterpreta el propósito de la pena de muerte (al menos en la Unión Americana en donde funciona como última vía de castigo para aquellos que actúan más allá del contrato social de manera que no puede ser perdonado. Por otro lado, no se trata de una cuestión práctica, sino de una emocional en la que la sociedad busca retribución, dice Pustilnik.
“La idea de que un implante cerebral pueda controlar el comportamiento pierde el punto. Estas [personas condenadas] son personas que ya controlamos”, agrega la profesora, para quien los implantes cerebrales no proporcionarían una alternativa viable a la pena de muerte y ciertamente no satisfaría a sus partidarios.
Por otra parte, también hay una gran cantidad de cuestiones pragmáticas que rodean a esta iniciativa de querer colocar implantes cerebrales en los criminales, dice Pustilnik. Una de ellas es que la tecnología no es tan avanzada como afirma Istvan.
“En dos décadas, tal vez, vamos a tener algo mejor de lo que podemos imaginar ahora, es divertido especular. Y tal vez si los dispositivos funcionan de la forma en que se plantea la hipótesis en el artículo, las normas sociales sobre el castigo van a cambiar y no serán tan retributivas”, agrega. Sin embargo, con base en la información que actualmente nos ocupa, “estamos tan lejos de cualquier cosa que pueda controlar el comportamiento”, enfatiza.