En la crisis de oportunidades y desarrollo laboral, las y los jóvenes mexicanos son los que desde ya se enfrentan a las injustas condiciones que el mercado informal y formal ofrece. Además de ser catalogados como “mujeres y hombres a los que les cuesta asumir un compromiso de trabajo” por el hecho de ser millennials, diversos estudios demuestran que en el país –y para el grado de estudios de muchos de ellos– las ofertas y los beneficios no son justos.
Esta población es el rostro de la pobreza. Y es peor si son jóvenes mujeres o jóvenes, mujeres e indígenas. Es una generación que nació en un círculo de pobreza que ni con educación superior pueden aspirar a salir de esa condición.
Son los jóvenes que están en la calle ofreciendo cupcakes y fruta picada o atendiendo un puesto en un mercado, y son personas que, pese a tener título universitario, están subcontratados por una gran empresa o repartiendo comida en una bicicleta y con mochila de Uber Eats.
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Ciudad de México, 27 de julio (SinEmbargo).– Carlos tuvo que dejar el bachillerato por un año. Al no tener ninguna actividad decidió buscar un empleo pero no hubo muchas opciones para un joven de 16 años. Encontró uno en Cinemex, que consistía en ir casa por casa vendiendo una tira de tickets con descuentos a 30 pesos. Tenía una cuota diaria y para cumplirla caminaba varias horas al día. Dejó el trabajo luego de que una patrulla lo detuviera a él y a otros compañeros por vender los cupones.
Del otro lado, está el caso de Francisco, de 25 años. Su trayectoria académica fue impecable; no perdió un solo año y tampoco perdió tiempo en realizar el trámite de su titulación. Como Ingeniero Eléctrico ha trabajado para dos grandes empresas, pero siempre subcontratado, por lo que sus prestaciones se limitan sólo a su salario y a “generar experiencia”.
Ha recibido ofertas de trabajo formal pero con un salario mensual de 9 mil pesos y que lo obligan a cambiar de residencia, lo que implicaría gastar en la renta de una vivienda y en toda su manutención y con ese salario que le ofrecen, él lo ve imposible.
Son dos realidades a las que los jóvenes mexicanos se enfrentan día con día. Poco parece importar ya el grado de estudios porque las opciones para encontrar un empleo bien pagado y con buenas prestaciones son cada vez menos en un país en que el 51 por ciento de los trabajadores están ubicados en la economía informal.
En las opciones de la bolsa de trabajo para jóvenes sobresalen las de “Ejecutivos de ventas”, es decir Call Centers, ganando 3 mil pesos al mes; como meseros con un salario de 2 mil 600 pesos más propinas; “ganar dinero manejando” es afiliarse o ser subcontratado en Uber, con ingresos de 15 mil pesos mensuales menos gasolina, plan de celular y mantenimiento del automóvil; otro es ser repartidor en Uber Eats, con 200 pesos diarios menos el plan de celular; también repartiendo volantes por 600 pesos a la semana o de medio tiempo en cadenas como McDonald’s o en supermercados.
“Las nuevas generaciones ya no sabrán lo que es tener un empleo con prestaciones ideales. Se deben olvidar de empleos que permanecían estables por largo periodos –de 10, 15 o 20 años–. Los empleos estables, de largo plazo y con muchas prestaciones y todo por arriba de la Ley, ya no existen”, dijo en entrevista Jorge Barajas Martínez, coordinador del Centro de Acción y reflexión Laboral (Cereal).
Todos esos trabajos implican poca estabilidad y en consecuencia cero generación de antigüedad y de ahorro para el retiro. Tampoco se goza de las utilidades básicas como el seguro médico o el ahorro en Infonavit. Es la realidad de esta generación.
Sin embargo, el problema no sólo se limita a lo laboral, sino que la falta de buenas oportunidades de desarrollo tiene efectos intergeneracionales relacionados con la economía y las condiciones de vida.
Las cifras más recientes del Consejo de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), señalan que los mayores índices de pobreza se concentran, desde hace más de cuatro años, en niños, niñas y adolescentes. El 51 por ciento vive en pobreza, es decir, de los 31 millones de jóvenes entre 15 y 29 años de edad, de ellos, 15.2 millones viven en pobreza por ingresos. En el caso de jóvenes indígenas, el 72.8 por ciento son pobres.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y empleo (ENOE), seis de cada diez jóvenes trabajan en empleos informales con salarios bajos, inestabilidad laboral y sin prestaciones como servicios de salud y seguridad social y sólo la mitad de los jóvenes que estudiaron una licenciatura se encuentran ocupados (53.9 por ciento) y a pesar de estar empleados, 57.7 por ciento no tiene acceso a servicios de salud y cuatro de cada diez trabajan en empleos informales.
En el caso de las mujeres, Coneval expone que a pesar de que estudian en la misma proporción que los hombres y se titulan en mayores proporciones, siguen siendo contratadas para ocupar los niveles más bajos de investigador. Además, tres de cada diez mujeres jóvenes que tuvieron al menos un hijo nacido vivo tenían rezago educativo, mientras que solo una de cada diez que no tuvieron hijos tenía rezago.
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LO FORMAL PARECE INFORMAL
En entrevista con SinEmbargo, Barajas Martínez explicó que las principales oportunidades de empleo formal para los jóvenes son solo empleos de baja calificación y sobresalen las opciones en call centers, auxiliares en instituciones educativas o de gobierno o en la manufactura, que es uno de los mercados más grandes de México. Esas serían las principales áreas de oportunidades de empleo formal para los jóvenes y sobre todo para los jóvenes profesionistas.
En consecuencia, agregó, los jóvenes que no tienen educación universitaria tienen un panorama más complicado, ya que todos los que no tienen una formación superior ni por lo menos técnica, terminan en el empleo informal, en el comercio en las calles o en fábricas, pequeños talleres que no tienen seguridad social y en el autoempleo, vendiendo productos de belleza, químicos o partes automotrices.
“El riesgo de esta dinámica es que los jóvenes no se crean muchas expectativas de crecimiento. Están en pequeños negocios, negocios familiares o personales y al ingresar a ese tipo de empleos se quedan estancados por años. No generan una cotización laboral que les de acceso a derechos como el retiro o Afores, Infonavit o atención médica”, comentó.
Pero por otro lado, quienes tienen un empleo formal, gozan de lo mínimo. Los empleos formales están precarizados y algunos carecen de prestaciones, pueden tener servicios médicos pero no utilidades o no tienen aguinaldo o la atención médica es limitada.
En México, hay registrados hasta junio de este año, 19 millones 134 mil 058 mexicanos con un empleo formal con acceso a seguridad social y un ingreso promedio de 335 pesos diarios (10 mil 050 pesos al mes), de acuerdo con el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y 29 millones de mexicanos laboran en la informalidad sin seguridad social, cobertura de riesgos ni pensión, el 56.6 por ciento de la población ocupada, documentó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
En este sentido, Barajas Martínez sostuvo que hoy en día, los empleos formales se están informalizando, porque los patrones con tal de evadir impuestos o no pagar la carga tributaria no registran ante el IMSS o no pagan todas las prestaciones.
“El efecto millenial es una consecuencia del propio mercado de trabajo, no motiva tanto la idea de trabajar porque resulta muy precario, se reditúa muy poco por un esfuerzo muy grande y entonces es mejor buscarle de otro modo, con pequeños empleos o actividades informales como cantar en la calle o intercambiar ropa. Los empleos no son una motivación para establecerse y aspirar a ser como era la generación anterior que podía hacer planes a largo plazo”, expuso el especialista.
El tema de las pensiones es uno de los que más preocupa ya que los jóvenes con este tipo de empleos no están cotizando para tener una mínima pensión y cuando lleguen a los 65 años, se enfrentarán a las mismas carencias que ahora.
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EL FUTURO QUE QUEDA
El Centro de Estudios Espinoza Yglesias (CEEY) ha encontrado en sus estudios sobre movilidad social, que actualmente el esfuerzo de las personas no es determinante para su éxito económico, ya que 70 de cada 100 personas que nacieron en condiciones de pobreza, vivirán pobres incluso 30 años después; podrán aspirar a escalar a un siguiente rango, pero con ingresos casi iguales a los del primer grupo.
Al respecto, el doctor Marcelo Delajara, director de Crecimiento Económico y Mercado Laboral del CEEY, comentó que en lo que respecta a la informalidad, el problema es que las personas que tienen su primer trabajo en ese sector es muy probable que permanezcan ahí a lo largo de su carrera laboral y por lo tanto son personas con una condición social no retributiva y por lo tanto solo podrán tener una protección social derivada de los programas sociales del gobierno.
Delajara explicó la serie de consecuencias que esta situación provoca: no tendrán cotización para su pensión, no tendrán seguros de ningún tipo, habrá una alta probabilidad de que la situación se repita en la siguiente generación y todo se traduce en un menos bienestar en comparación con las que inician en el sector formal.
Los estudios del CEEY han mostrado que el problema se agudiza más en los jóvenes que abandonan o desertan de la educación media superior, lo que retorna de nueva cuenta al tema de la pobreza en jóvenes.
“Los jóvenes que abandonan los estudios a ese nivel tienen una caída en las oportunidades de acceder en buenas condiciones al mercado laboral. Ahí están los problemas y es el grupo más vulnerable en este momento […] hay iniciativas gubernamentales para tratar de resolver los problemas de deserción y para intentar que las personas completen sus grados académicos en preparatoria y secundaria. La discusión está en que cuando se completan grados hay una cuestión de pertinencia de la educación que se está impartiendo y la calidad”, comentó.
Para Delajara uno de los retos está en el tema de género, ya que en los grupos de jóvenes que desertan de la escuela y que tienen problemas para tener un buen empleo, las mujeres son las más afectadas, ya que la segunda razón de deserción de la media superior, después de las razones económicas, en las mujeres es un embarazo o el matrimonio.
“Cuando dejan la escuela por un hijo o un matrimonio, el hecho de tener esa obligación familiar les impide participar en el mercado laboral. Entonces las mujeres tienen doble carga en esto; no solo desertan, sino que además tienen obligaciones familiares y el mercado laboral mexicano no ofrece horarios flexibles, condiciones óptimas o no contratan a mujeres que tienen niños pequeños. Tampoco hay una infraestructura desarrollada de cuidados para que estas mujeres puedan confiar el cuidado de los hijos. Ahí la desigualdad de género es un tema adicional en esta discusión”, concluyó Delajara.