Ciudad de México, 25 de septiembre (SinEmbargo).– Apenas las autoridades anunciaron la intención de imponer un impuesto adicional a los refrescos, las compañías del ramo comenzaron una campaña para argumentar que los más afectados con esa iniciativa serán los dueños de pequeños establecimientos.
Los empresarios también comenzaron a difundir mensajes para asegurar que no hay evidencia científica de que un impuesto a los refrescos ayude a reducir la obesidad.
Asimismo descalificaron la propuesta y cuestionaron el destino de los fondos que se recaudarían. Surgieron incluso organizaciones ciudadanas en defensa del derecho a tomar refresco.
Eso pasó en Richmond, California, condado donde el año pasado las autoridades propusieron gravar los bebidas gaseosas.
Algo así se ha visto en México recientemente. Las compañías han pagado desplegados en periódicos para oponerse al impuesto a refrescos para combatir la obesidad, propuesto por organizaciones de la sociedad civil e impulsado desde el Congreso por la Senadora panista Marcela Torres Peimbert, cuya propuesta ha sido retomada en la miscelánea fiscal presentada por el Secretario de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Luis Videgaray Caso.
La experiencia de Richmond, en California, la cuenta el cardiólogo y ex funcionario de ese condado, Jeff Ritterman, quien ayer ofreció una conferencia junto con la organización El Poder del Consumidor para recordar los embates de las compañías refresqueras.
Allá la medida fue proponer un centavo de dólar por onza a los refrescos. Las compañías gastaron 2 millones y medio de dólares, poco más de 25 millones de pesos, para tratar de revertir la medida.
LOS EMBATES
Ritterman, de 61 años, recuerda la campaña puesta en marcha cuando como consejero municipal de Richmond, propuso el centavo por onza de refresco.
En su experiencia como cardiólogo vio que el consumo de azúcar, incluida en los refrescos, aumenta el riesgo de infarto en un 20% cuando se toma una lata al día.
Con 30 años de experiencia como cardiólogo, dice que un ataque puede ser devastador. “Sientes que te mueres, se bloquean las arterias del corazón con grasa y tejido fibroso”.
Un impuesto a los refrescos ayuda a disminuir su consumo en un porcentaje de entre 8 y 15 por ciento.
Cuando lo propuso iniciaron las campañas.
Un ejemplo era un espectacular donde un comerciante latino se quejaba de que con el impuesto se venderían menos refrescos y él saldría afectado. El mensaje tuvo éxito, reconoce el propio Ritterman.
Otros espectaculares pedían decir "No al impuesto". Aunque la propuesta del gravamen era además de reducir el consumo y usar lo recaudado, 3 millones de dólares al año, para invertirlo en bebederos en las escuelas y educación contra la obesidad, las compañías cuestionaron el destino de los recursos, enteradas de que para los contribuyentes siempre queda la duda de si el dinero no será desviado para otros fines.
La medida de hecho fue puesta a consulta y para ello requerían dos terceras partes de la votación.
“Usaron el argumento de que el impuesto era regresivo, que afectaba a los más pobres. En otro anuncio aparecía un afroamericano pobre, y decía que el impuesto golpeaba a la población pobre. El mensaje era ‘Coca Cola es un lujo para pobres, por qué se los quitas'”.
Ritterman no se quedó cruzado de brazos y contratacó con una campaña donde repartía agua a la que le ponía sus 14 cucharadas de azúcar, las que contiene un refresco. La gente lo miraba extrañada y él les decía que eso era lo que tomaban en un refresco, pero con otra envoltura.
“La gente se preguntaba: ‘¿Eso consume mi hija’? Catorce cucharadas se disuelven, no se ve y vivimos en negación. Debes explicar qué nos provocamos con este consumo. Este argumento no fue fácil frente a 2 millones y medio de dólares, había desempleo y ellos contrataron a gente joven y llamaban para explicar por qué votar por el No”.
Incluso a él lo llamaron para preguntarle qué opinaba sobre la propuesta de Jeff Ritterman, es decir él mismo.
“Compraron todos los anuncios espectaculares. Decían que el impuesto afectaría a los pequeños comercios, es el argumento que usaron allá y el que usarán aquí. Circularon mentiras, le decían a la gente que el dinero iba a ser tomado por mí”, y que pretendía quedarse con todo lo recaudado por ese impuesto, recordó Ritterman.
La propuesta iba también enfocada a reducir la diabetes, a evitar la obesidad entre la población infantil, a la que son más propensos afroamericanos y latinos, de acuerdo con estudios que Ritterman citó.
La propuesta no pasó.
VAN POR EL EJEMPLO
Por eso es que México el impuesto al refresco puede convertirse en un ejemplo para combatir la obesidad.
Explica que el azúcar líquida es la peor forma de azúcar. El refresco no sólo aporta calorías vacías, sino que se trata de calorías malas.
El proceso al tomar el azúcar en refresco es que el hígado la convierte en grasa. Las arterias se llenan de grasa, el hígado se hace graso. Surgen las caries por combinación de bacterias y azúcar. Aumenta el riesgo de diabetes e infartos prematuros.
El agua es una alternativa saludable y barata al refresco, es lo que el cuerpo humano siempre ha pedido y aceptado, explicó el especialista estadounidense.
Por su parte Alejandro Calvillo, director de la asociación El Poder del Consumidor, dice que en México las refresqueras ya comenzaron a mover una campaña para evitar que pase el impuesto.
Han dicho que los cañeros saldrán afectados, pero la mayor parte de los refrescos están endulzados con fructosa de maíz, traída del extranjero, la cual puede ser incluso más dañina que el azúcar, pero es más barata, explicó.
También han comenzado a decir que afectará a pequeños comerciantes, pero la propia industria tiene productos alternativos, como aguas, jugos, los cuales no serán gravados.
“El problema real es si la gente consumirá azúcar”, dijo.
ARGUMENTOS Y CONTRAARGUMENTOS
1. La obesidad es un problema complejo y no es correcto señalar cualquier causa como única, dicen los refresqueros. En realidad, el azúcar líquida es la mayor responsable de la obesidad y detener su consumo ya es una mejoría.
2. El impuesto al refresco no disminuirá el consumo o los avances de obesidad, es otro argumento de las compañías refresqueras. En realidad, los estudios demuestran que el consumo puede disminuir entre 8 y 15% y el dinero recaudado del impuesto puede ser invertido en orientación alimentaria o nutricional.
3. El refresco puede ser parte de una dieta balanceada, alegan las compañías. En realidad, el consumo de una lata de refresco al día incrementa el riesgo de enfermedades coronarias en un 20 por ciento.