Ambientada en los años 70 en la Argentina burguesa que vivía los años previos al golpe militar que derrocó a la presidenta María Estela Martínez de Perón, la película recorre el camino que acompaña a sus protagonistas, un abogado de prestigio y un detective famoso con un programa en la televisión.
San Sebastián, 23 de septiembre (EFE).- San Sebastián aplaudió hoy a rabiar a los actores Darío Grandinetti y Alfredo Castro nada más terminar la proyección de Rojo, la cinta con la que Benjamín Naishtat compite por la Concha de Oro, y que es un atrevido relato de la complicidad civil durante la dictadura argentina.
“La película habla del contexto en el que germinaron las condiciones por las que comenzó en Argentina una década de plomo, de terrorismo de Estado, y se ubica un poco antes de eso; algunos espectadores tendrán bagaje para hacer esa lectura y otros se quedarán con el contexto policial”, explicó el director en una rueda de prensa.
La película, ambientada en los años 70 en la Argentina burguesa que vivía los años previos al golpe militar que derrocó a la presidenta María Estela Martínez de Perón, recorre el mismo camino de silencios que acompaña a sus protagonistas, un abogado de prestigio (Grandinetti) y un detective famoso con programa en la tele (Castro).
Una muerte violenta, unos colegiales que ensayan una obra de teatro, Camilo Sesto y Los Diablos en la banda sonora y un eclipse de sol que deja el cielo rojo, se mezclan en un extraño y atrevido ejercicio cinematográfico que culmina en el desierto, en un enorme combate actoral entre los dos grandes maestros latinoamericanos.
“Quisiera destacar la mirada que tiene Benjamín sobre ese momento tan oscuro de nuestro país. Nunca se había puesto en el cine argentino el acento en la complicidad civil”, dijo Grandinetti quien, como Andrea Frigerio y el chileno Castro, advirtieron de que la cinta habla del pasado, pero “exige atención” al futuro.
“Aspiro a que esta película nos haga reflexionar sobre la necesidad de estar atentos siempre, porque no se van nunca -señaló Grandinetti-, hay que verlos llegar desde lejos para que no nos sorprendan mas, porque no se han ido y siguen trabajando de otras maneras con el mismo objetivo: quedarse con todo”.
El actor argentino indicó que vivió y tiene “muy presente” esa época, “en la que todos sabíamos que estaba pasando algo feo, aún sin tener idea de la magnitud de lo que se avecinaba”.
“En el 75 yo tenía 14 años (…) y creo que Benjamín lo hizo muy bien. Eran tiempos de doble moral, de no preguntar, no querer saber, no ser amigo de alguien del que no conoces su origen social por no arriesgar a estar en su listín de teléfonos”, apuntó Frigerio.
La actriz afirmó que “cada vez que una sociedad pide paz, detrás de ese pedido que parece tan inocente e ingenuo puede haber un pedido de sangre, de que las cosas se acaben rápido, como sea, y eso puede ser peligroso, porque hablamos del pasado pero puede ser hoy y mañana”.
Por su parte, tras recordar que su país, Chile, también vivió dictaduras paralelas a las de Argentina, Castro destacó las contradicciones morales de su personaje.
“Me apasiona cómo desvela esta película, con gran inteligencia, a esos cómplices pasivos de la dictadura que nunca han estado en prisión, nunca han ido a juicio”, dijo el chileno.
Naishtat (Buenos Aires, 1986) contó que estos “dos monstruos de la actuación” tienen “una forma muy difícil de trabajar”, uno (Grandinetti), opina el director “tiene un acercamiento más cerebral, con mucha conciencia de la cámara”, mientras Castro “tiene una capacidad física de encarnar de repente a otra criatura hasta el punto que uno no lo reconoce”.
Antes de despedirse, Castro pidió que “presten atención a las coproducciones latinoamericanas” como esta: “es importante que las tengamos en cuenta y sigamos trabajando en ellas”.