Por Julio Patán *
Ciudad de México, 23 septiembre (SinEmbargo).– El periodista, dice Karl Kraus, está marcado por los plazos: cuanto más tiempo tiene, peor escribe. Jorge Zepeda Patterson (Mazatlán, 1952), un purasangre del periodismo formado no solo en los trabajos forzados de la edición sino en los de la escritura, como el director de diarios que ha sido y el columnista que sabemos que es, parece confirmar esa máxima.
Los corruptores, el muy bien escrito relato a coro de la investigación de un asesinato en las altas esferas del nuevo priísmo, tiene que haber sido escrita a velocidad de crucero, como prueban el pie de imprenta, septiembre de este año, y la evidencia de que muchos de los hechos referidos en el libro saltaron a las ocho columnas hace pocos meses y en algunos casos hasta pocas semanas.
Antes que nada, Los corruptores es una novela rigurosamente ficcional, no una investigación periodística en clave narrativa. Después de todo, en este país han pasado cosas muy raras, pero no, hasta donde sabemos, que una actriz de gran popularidad sea asesinada en casa del Secretario de Gobernación, motivo por el que se reúnen cuatro amigos de juventud, los Azules, para apoyar a uno de ellos, periodista, que hizo pública la historia del crimen, previa filtración.
El nuevo priísmo de este libro es un nuevo priísmo ficcional, digamos hipotético, casi simbólico, hecho con nombres inventados. Sin embargo, es la novela de un periodista consciente de que el thriller, la novela negra, el género policial, en suma, es un vehículo ideal para arrojar luz sobre el país corrompido y tinto en sangre que nos alberga.
No es necesario avanzar mucho en la lectura para caer en la cuenta de que este libro, más allá del asesinato de Pamela Dosantos, de lo que habla, sobre lo que arroja luz, es la complejidad del México reciente, es decir, el del narco, el de los gobernadores erigidos en señores feudales, el del protagonismo tal vez inevitable de las policías y los servicios de inteligencia y el de los medios de comunicación tradicionales que se niegan a reconocer su decadencia ante el empuje de las nuevas tecnologías (muy presentes en esta historia).
El México, pues, de nuestras ocho columnas diarias. Lo que pasa es que se trata del libro de un periodista escéptico, ahí uno de sus secretos. “Tengo haciendo columna semanal casi 20 años –dice Jorge Zepeda frente a un café– y soy muy consciente de lo agotado que está el recurso. Si relees mis columnas de hace 10 años sobre la corrupción, la podredumbre de la clase política, puedes cambiar los nombres de los protagonistas y se sostienen idénticas. Esto me provoca una sensación de frustración e inutilidad; alcanzas los límites de lo que posibilita el espacio periodístico.” Es ahí, en esos límites, donde se manifiesta la necesidad de la literatura o de la ficción, para usar un término del inglés que ya se quedó en nuestro idioma.
Porque la ficción ayuda a matizar. Zepeda es conocido por su talante crítico, pero su intención en Los corruptores no es pintar el enésimo retrato de una clase política satánica, absolutamente libre de virtudes, sino, por el contrario, acercarse a ella en sus mil rostros y mil matices.
“Lo que quería era demostrar que la política es mucho más compleja que el blanco y negro que se ve desde la calle. Después de 20 años de estarlos describiendo, intentando entenderlos, explicarlos, quería dar cuenta de que los entramados son bastante complejos, de que lo bueno y lo malo está muy distribuido en los actores políticos. Los cuatro amigos en que se centra esta historia tienen sus claroscuros. Como después van descubriendo, los políticos que tienen enfrente también están llenos de claroscuros.”
Lo están, efectivamente. La trama mueve permanente de sus certezas al lector no porque Zepeda Patterson apele una y otra vez al recurso de la vuelta de tuerca argumental, siempre un mal síntoma narrativo, sino porque los personajes, como es propio de cualquier literatura bien hecha, pero sobre todo de la novela negra desde que la patentó Dashiell Hammett, entiende que incluso los más puros y los más viles de los hombres alternan la virtud y el vicio y que en todo caso en donde nos movemos casi todos y casi siempre en tonos de gris.
Los corruptores es la novela de periodista escéptico, pues, pero sobre todo la novela de un lector de novelas y lector evidentemente obsesivo. La realidad, lo que sea que eso signifique, permea Los corruptores, pero constituye, digamos, el veteado de grasa que le da sabor a la carne. El filete, el verdadero plato, es la arquitectura compleja de la obra, una estructura polifónica que sin embargo, como es requisito ineludible del género, muerde al lector en el cuello y no lo suelta.
Los corruptores es un guión adictivo que se sostiene por el ritmo y la incertidumbre y que por ello emparienta a Zepeda Patterson con una loable tradición de narradores recientes que tal vez empiece con el problemático y brillante James Ellroy y que llega hasta el Stieg Larsonn de la trilogía Milenium pero también, muy lejos del thriller, al George R. R. Martin de Juego de tronos.
En efecto, hay mucho de narrativa televisiva en esta novela, que no podía ignorar que si de captar atenciones por la vía de la escritura se trata, mucho tiene que enseñarnos la TV, eso que no hace mucho todavía alguien llamaba la caja idiota.
Pero Zepeda, el lector, tiene y reconoce otros antecedentes. “Podemos remontarnos a los clásicos, claro, pero en la literatura mexicana convencional tenemos a Luis Spota en los '70 y '80, haciendo el primer retrato sistemático, la primera visión antropológica de la clase gobernante. Luego está Héctor Aguilar Camín en los ¡90, con Morir en el Golfo y sobre todo La guerra de Galio. Cuando doy clases de sociología y ciencia política les doy a leer estas novelas, que me parecen mucho mejores que cualquier ensayo sobre la democracia. Parte de la intención de Los corruptores es esa: darle un estado de la cuestión a esos códigos, esas subculturas del poder.”
EL OFICIO DE REPORTERO
Por lo demás, la realidad se cuela en Los corruptores de muchas maneras. Las redes sociales nos hacen olvidar con demasiada frecuencia que el de reportero es un oficio, que el periodismo se sostiene en métodos y protocolos y que, en una palabra, no todo es publicable en los medios con sólo cumplir la condición de que te lo creas.
“Como director de periódicos te topas con muchas infamias, con muchas anécdotas, que periodísticamente no puedes tratar porque no puedes demostrarlas. Es decir, sabes que sucedieron –te lo platicó el protagonista, te enteraste– pero no hay manera de documentarlo. La ficción me dio la posibilidad de sacar muchas historias que efectivamente están en este libro. Buena parte de los casos que se dan a conocer en el libro tienen los lugares cambiados, pero sucedieron.”
Y es que, por último, estamos ante una “proyección del analista político”. El uso de la literatura “en términos de militancia”, dice Zepeda Patterson, “provoca mala literatura, si es que puede llamarse así”.
Dicho esto, cabe recordar lo evidente: suponer que la política debe ser ajena a la literatura, como dice el lugar común, es como suponer que debe serlo el amor, o el sexo o la amistad. La reflexión sobre el ejercicio del poder, sobre el derecho a la rebelión, sobre la soledad del monarca, sobre las tentaciones autoritarias o las pulsiones libertarias, están con los lectores de ficción desde los clásicos griegos y en Shakespeare, Tolstoi o la fructífera tradición de novelas latinoamericanas sobre dictadores, por ejemplo.
Y están en Los corruptores. “Una última pulsión para escribir esta novela tiene que ver con mis reflexiones sobre qué está pasando con la democracia, con el regreso del PRI, con nuestra presunta modernidad. ¿Estamos frente al regreso del autoritarismo disfrazado? Los 12 años panistas fueron un fracaso de nuestra democracia electoral. Incluso entre los que no votamos por Fox en el 2000, la salida de 70 años de administración del PRI provocaba la actitud de respirar que había una especie de primavera mexicana. Claro, en vez de Mandela nos tocó Fox, pequeño detalle. No hubo primavera. En el libro hay, creo, hay reflexiones interesantes sobre el hecho de que no nos funcionó la democracia, esto es un desmadre y los poderes factuales tomaron el control de muchas cosas, por lo que hay en algunos una lógica que sostiene que debemos dar un paso atrás, darle más recursos al piloto de la nave, el presidente en este caso, para poder reenfilar la democracia.”
¿A qué ritmo camina este libro de claroscuros, este thriller que es una reflexión sobre el poder, que es un libro sobre la amistad, que es una historia de amor (porque también hay una historia de amor)? A ritmo veloz. Están ya comprometidas una traducción al italiano y una amplia distribución en el orbe hispano, mientras Jorge Zepeda Patterson escribe ya una secuela.
Hay libros así, que parecían destinados a aparecer cuando más los esperaban los lectores, con naturalidad, sin tropiezos, quemando etapas, con una envidiable fluidez. Tal y como este fue escrito, tal y como se lee.
* Julio Patán es periodista y escritor, colaborador regular de televisión y de diarios y revistas mexicanos