Ciudad de México, 22 de marzo (SinEmbargo).- El mediodía de ayer, breve y puntual, el olvido llegó al Hemiciclo a Juárez del Centro Histórico de la Ciudad de México. El Presidente Enrique Peña Nieto montó una guardia de honor, depositó una corona tupida de flores verdes y firmó un libro de visitantes distinguidos. Honraba la memoria de Benito Juárez.
Se paró en silencio en el mismo sitio donde otro mediodía –el del 1 de diciembre, cuando tomó protesta- este cuerpo de mármol italiano parecía sangrar. Aquella tarde, una pinta en rojo se resistió al jabón industrial del grupo de barrenderos del Gobierno del Distrito Federal como se resiste el pegamento: “Fuera Peña” -decía.
Por eso llegaron los chorros de agua. Y los chorros, fuertes y persistentes, lograron poco. Entrada la tarde, las letras habían cedido convirtiéndose en hilos deformes, como de sangre. Las palabras seguían tercas: “Fuera Peña”.
La vida parecía detenerse. Aquí, en el Centro Histórico de la ciudad de México, se detuvo. Las batallas cuerpo a cuerpo lo llenaron todo. Empezaron en Eduardo Molina, siguieron por Fray Servando y concluyeron en el Hemiciclo, en este Hemiciclo construido en 1910 por encargo del Presidente Porfirio Díaz, con el estilo neoclásico del arquitecto Guillermo Heredia.
En torno a él, el 1 de diciembre, a las dos de la tarde, algunas mujeres buscaban a sus hijos.
-¿Se los llevaron a todos a la delegación de Dr. Vértiz a todos? –decía una.
-¿Quiénes son todos? –intentaba otra con un granadero. Pero el granadero mantenía la cara robotizada y un silencio profundo.
-¿Por qué? –decía una.
-¿Por qué? –decía otra.
La verdad era que 69 jóvenes estaban detenidos. Algunos adolescentes, casi niños. Las autoridades no les pudieron fincar cargos de ninguna especie. Sus culpas iniciales desgranadas en acusaciones de sedición, ataques al orden público y daño en propiedad ajena, se diluyeron con los días y los meses. Con excepción de uno, todos recuperaron la libertad.
Pero alguien –alguien cuya identidad aún no es revelada- tenía que ser responsable de la alfombra de vidrios rotos frente al Hemiciclo. Y de las piedras que destrozaron la acera de enfrente, donde están las sucursales de Bancomer y Banamex, así como el hotel Hilton. Aquel mediodía todo quedó dañado. "Después del 1 de diciembre, mi alma y mi vida entera están quebradas. ¿Quién me las va a restablecer?", preguntó una de las detenidas, la última en abandonar el penal de mujeres de Santa Martha Acatitla.
Si como dejó plasmado Jorge Luis Borges, “el olvido es la única venganza y el único perdón”, ese episodio se ha escapado de todos los recuerdos. Ayer, la Primavera inundó los corazones. La Alameda ya tiene jacarandas, la flor morada que tapiza la capital mexicana cuando hay buen tiempo, y cuya imagen recorre el mundo. Peña Nieto le hizo guardia de honor a Benito Juárez, el Presidente de México que nació el 21 de marzo, en el mismo sitio de aquella pinta necia.
DEL VATICANO A BENITO JUÁREZ
El Presidente Enrique Peña Nieto modificó la Historia y a la vez, ingresó a un juego de paradojas. Hacía 12 horas, se encontraba en El Vaticano, el Estado con el que México mantuvo distancia desde 1860 y hasta 1992. Más de un siglo de lejanía y desencuentros.
El rompimiento con la Santa Sede se debió a que el ex Presidente Benito Juárez expropió los bienes de la Iglesia Católica en México. La sanación de esa fractura se le adjudica a otro Presidente, Carlos Salinas de Gortari, quien reformó la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público en 1992. Salinas no sólo le brindó ciudadanía a los ministros de culto católicos, sino a los de todas las iglesias.
Pero era el Vaticano el objetivo de esta revolución política. Paralelo a las reformas internas, el 21 de septiembre de ese año, la Secretaría de Relaciones Exteriores hizo un anuncio que viró para siempre el camino juarista: se restablecían las relaciones diplomáticas entre México y Roma. El siglo de encono quedaba enterrado.
Aun así, ningún presidente priista había acudido a misa ni contestado una letanía. Ni siquiera Salinas de Gortari. Enrique Peña Nieto fue el primero. Lo hizo en el Vaticano, el martes pasado, cuando Jorge Mario Bergoglio era ungido como nuevo Papa y empezaba su era como Francisco, el nombre que eligió para su misión.
Antes de convertirse en Presidente, como suspirante, Peña Nieto ya había ido a misa. Una vez lo hizo en Roma cuando ante Benedicto XVI hizo públicos sus planes de contraer matrimonio con Angélica Rivera y la otra, en Silao Guanajuato, cuando el renunciado Papa estuvo ahí en marzo de 2012.
Al Hemiciclo a Juárez ningún jefe del Ejecutivo mexicano lo había visitado durante 12 años, los de los gobiernos panistas. En esos tiempos, la figura histórica del ex Presidente oaxaqueño fue sometida a la desmitificación. Se intentó humanizarlo a través de una proclividad, antes poco estudiada, al alcohol y un carácter recio; más allá de los parámetros normales. En forma simultánea, producto de la casualidad o del descuido, el Hemiciclo vivió un deterioro. Le ocurrió lo mismo que a todos los monumentos de la Alameda Central: los baños de basura, resquicios de los vendedores ambulantes, lo inundaban. Muchas veces, amaneció rayado. O con latas de alcohol entre sus muros.
En 2012, el Gobierno del Distrito Federal emprendió un plan de restablecimiento de la Alameda Central, el principal parque de la ciudad. El Hemiciclo a Juárez volvió a brillar. Ayer, el Presidente Enrique Peña Nieto regresó del Vaticano para enseguida, depositar una corona de flores ahí.
EL SILENCIO DE UN PRESIDENTE
El Presidente Enrique Peña Nieto destacó la perseverancia y el trabajo del Benemérito de las Américas. Pero no lo hizo en el Hemiciclo; sino a través de su cuenta de Twitter.
Antes de su llegada al Centro Histórico, apareció en el microblogging, bajo su nombre:
“Hoy conmemoramos el natalicio de Benito Juárez, defensor de las instituciones y del imperio de la ley”. Casi en forma simultánea a la guardia de honor, surgió: “A 207 años de su nacimiento, su ejemplo de perseverancia y trabajo en favor del Estado de Derecho sigue inspirando a millones de mexicanos”. El Jefe del Estado Mexicano lanzó un video de 01:39 minutos sobre el ex Presidente.
Para aderezar la guardia de honor, Peña Nieto eligió el silencio. Antes y después. Nadie dijo nada. Ni el Procurador Jesús Murillo Karam, acostumbrado a ser entrevistado en la conclusión de los actos públicos del Presidente. También guardaron silencio los Secretarios de Energía, Pedro Joaquín Coldwell; de Marina, Almirante Vidal Francisco Soberón Sanz; de Educación Pública, Emilio Chuayffet Chemor, y de la Defensa Nacional, General Salvador Cienfuegos Zepeda.
Ahí estaban los presidentes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Juan N. Silva Meza, y de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores, Ernesto Cordero Arroyo. Compartían con creces el silencio.
Había vallas verdes. Las del Estado Mayor Presidencial. Los invitados de honor se tomaron fotos. Algunas señoras hundieron sus zapatillas de tacón delgado en una alfombra roja. El mármol estaba brillante. En menos de diez minutos, todo había terminado.