El historiador presenta la colección “El ensayista liberal” y en una larga conversación con SinEmbargo dice que toda vida luchó contra el PRI, al que describe como un partido político “corruptor y corrupto”. Evoca, entre otros personajes que integran el tomo Caras de la historia II, a Emilio Azcárraga Milmo: “hombre que murió en perplejidad, sin entender qué era la democracia”. Para el intelectual, la sociedad mexicana en estos días es “auto-lesiva” y encuentra en la indignación un sentimiento fácil que no sirve para nada.
Ciudad de México, 19 de julio (SinEmbargo).- Enrique Krauze, hidalgo, estricto frente a una agenda que siempre está ocupada y que él define con un vocablo reiterado y entusiasta: “proyectos, proyectos, proyectos”, promueve la salida de la colección El ensayista liberal, editada por Penguin Randhom House, en la que confluyen diversos textos inéditos con retratos, perfiles, ensayos y entrevistas.
Se trata de seis volúmenes que engloban 35 años de trabajo y pensamiento, cuya curaduría editorial se conforma de la siguiente forma:
Entrevistas y conversaciones.
Personas e ideas.
Biografías y retratos.
Caras de la historia I.
Caras de la historia II.
Ensayos alrededor de la democracia, que abarcarán los siguientes periodos:
1982-1996.
1996-2006.
2006-2012.
En estos días, los lectores tienen a disposición el segundo volumen de Caras de la historia, compuesto por 51 ensayos biográficos, con retratos de David Alfaro Siqueiros, Luis H. Álvarez, Manuel Álvarez Bravo, Emilio Azcárraga Milmo, Javier Barros Sierra, Heberto Castillo, María Félix, Francisco Gabilondo Soler, Alejandro González Iñárritu, Alexander von Humboldt, Frida Kahlo, Joy Laville, Salvador Nava, José Clemente Orozco, Juan Soriano, entre otros.
Algunos retratos son pinceladas breves, la mención de un gesto, una virtud, una tarea poco conocida, que sin embargo alcanzan a transmitir una sustancia esencial del retratado. Otros textos, como el dedicado al abogado y jurista Alberto Vázquez del Mercado (1893-1980) o al fundador del PAN, Manuel Gómez Morín (1896-1972) son ensayos demorados en los que la primera persona produce la sensación de cercanía que permite una lectura gozosa, donde la anécdota adquiere la virtud de una verdad recientemente revelada.
Son textos nuevos que traen a la luz un pasado a veces desconocido y siempre nutricio en términos de identidad nacional, de pertenencia a una cultura que hoy no alcanza a morigerar el desánimo de toda una sociedad, la mexicana, desorientada a causa de la violencia, la corrupción y el futuro incierto planteado por la ausencia de un líder político que tome la posta luego de este sexenio que parece haber dado todo de sí, aun cuando falten todavía tres años del Gobierno de Enrique Peña Nieto.
Sin embargo, si hay esperanza para México, esa esperanza está en México mismo, en los hombres y mujeres que construyeron los bordes y los contenidos de una forma de entender el mundo desde un lugar donde la grandeza persiste y enseña.
Fue ese loco genial de Friedrich Nietzsche el que promulgó aquello de que el recuerdo debe venir distinto. Caras de la historia I y II proporcionan esa posibilidad tan necesaria en nuestros días: la de pensarnos grandes, esplendorosos, dueños de una narrativa certera que debería darnos la voluntad y la energía para cambiar el estado actual de las cosas.
Que la historia sea no una evocación nostálgica sino un potente punto de partida.
Entrevistar a Enrique Krauze es tomar contacto con el placer que otorga el diálogo, el intercambio de pareceres; no es confrontar ideas ni discutir conceptos, porque el entrevistador nunca debe ponerse al mismo nivel que el entrevistado y porque entre otras cosas siempre existe la esperanza de que un hombre sea algo más que sus ideas o las ideas que tengamos de su pensamiento.
Enrique Krauze (Ciudad de México, 1947) es escritor, historiador, biógrafo y editor. Su obra comprende más de veinte títulos de historia, biografías y retratos, ensayos políticos y literarios, crítica del poder e intelectual. Su obra ha sido traducida al inglés, polaco, japonés y portugués.
Es autor, entre otros libros, de Redentores. Ideas y poder en América Latina (Debate, 2011), Octavio Paz. El poeta y la revolución (Debolsillo, 2014) y El arte de la biografía (Endebate, 2012). Ha escrito para The New York Review of Books, The New Republic, Dissent y El País, entre otros medios.
Fue subdirector de la revista Vuelta desde 1981 hasta 1997. En 1993 fundó la Editorial Clío, productora de libros y documentales históricos. En 1999, fundó la revista cultural Letras Libres, que se publica en México, España y en su edición online.
LA ENTREVISTA
–En un océano de rasgos que definen a una persona, ¿cómo encontrar esa gota sustancial, mínima, que puede explicar el todo?
–Siempre me ha fascinado en personas conocidas, en amigos, que pasan frente a uno, encontrar eso específico. A veces ese interés es tan absorbente, que lo mueve a uno a cribar a fondo en la obra para tratar de despejar ese misterio. Pero las personas pasan rápido en el paseo de la vida, no hay tiempo, entonces hay que tratar de atraparlos con una fotografía, un gesto, un tic, cierta forma de mover los brazos… se trata en el fondo de detener la vida, siempre me ha fascinado eso, es decir, como hacían los viejos retratistas, los pintores flamencos, cuando pasaban horas retratando a un mercader, un sacerdote, un obispo, una mujer, frente a una ventana.
–Lo que no sé en este oficio es si en la elaboración de esa foto fija debo confiar en mi ojo o en lo que la imagen me muestra
–Es muy misterioso. A veces también pienso que se trata de un trabajo de un analista, no de un terapeuta: de un analista. Creo que Freud tenía ese gen, de tratar de bucear en el alma del otro para descubrir ese tesoro, ese interrogante, aquel motor que mueve a esa persona. Tiendo pensar que predomina un motor y que aparece, a veces en sueño, haciéndose consciente: esto es lo que te mueve. Ese es el motor. A veces es inconfesable, a veces es difícil descubrirlo. ¿Hay una ciencia en esto? Francamente lo dudo. Uno puede encontrar ese motor, pero no con certeza científica, acercándose a lo verosímil.
–Hacer perfiles es lo contrario a la misantropía, ¿verdad?
–Me ha gustado siempre estar acompañado en la vida, pero con una compañía atenta, respetuosa. Una compañía a veces admirativa; me ha tocado eso, desde joven, en la vida cultural y política de México, ver que era un país muy rico. Vengo de una familia judía, hasta los 17 años estudié en un colegio israelita que era una especie de gueto, así que cuando salí y entré a Ingeniería, luego al Colegio de México, todo me deslumbró. Me deslumbraron los suplementos literarios, los historiadores, los maestros. Me deslumbraron bastante menos los políticos, más bien me repugnan pero también me interesan, como quien estudia una fauna extraña y fascinante, repulsiva a la vez. Así se va construyendo a lo largo de décadas un trabajo que se traduce en biografías amplias, en ensayos biográficos y en viñetas de personas que conocí y no quise dejar en el olvido.
–Un perfil no consiste en hablar bien o mal de alguien… Como usted describe la entrada a un lugar de María Félix, por ejemplo, resulta abrumadora esa personalidad, de ahí a pedir que le cortaran la cabeza a San Juan Bautista faltaba poco…
–Creo que la operación fundamental es comprender. Esa entrada es tremenda. Le dije: –Qué bueno que puedo conocer a la mujer que se robó el siglo. Le encantó esa frase. Me dijo que quería que escribiera su biografía y que me iba a abrir sus entretelas. Ya no estaba en edad de abrirme muchas entretelas de manera real, pero mire usted que me las abrió en términos biográficos, porque de verdad me habló de su vida real. Me reveló cosas tremendas de su vida, como el amor incestuoso por su hermano, de quien ella decía que había muerto asesinado, pero averigüé que se había suicidado probablemente a causa de ese amor imposible hacia su hermana. Estamos hablando de una tragedia griega. Cuando quise penetrar más en otros aspectos de su vida, recuerdo que me dijo: –Pero, oye, no soy Porfirio Díaz ni Emiliano Zapata. Soy mito, soy fantasía, no puedes contar todo sobre mí, tienes que contar lo que te platico. Le dije que así no era una biografía y le propuse que escribiera una autobiografía y que yo la ayudara. Con mi amigo el novelista Enrique Serna, basada en las entrevistas que le hice, escribió Todas mis guerras y el texto que publico en Caras de la historia fue el prólogo de esa autobiografía. A pesar de que digo cosas tremendas allí, ella no me reclamó nada. Entendí que había sido sincera. Es fantástico pensar que he conocido a decenas de personajes tan fascinantes como María Félix.
–Hortensia Elías Calles está en las antípodas de María Félix.
–Bueno, eran sonorenses ambas y las unía el carácter tremendo de las mujeres norteñas. Doña Hortensia tenía la devoción por la historia y por el padre, una ironía, una bondad, una decencia. Era como la Mamá Grande de Gabriel García Márquez, una gran patrona de la historia y por los archivos de México. Lo que ella hizo fue extraordinario y me tomó afecto. A los 90 años de edad, me sentó junto a ella y estuvimos oyendo misa, hágame el favor, esta mujer que era hija del mayor comecuras de la historia mexicana, oyendo misa de un padre jesuita, muy buena persona, nos hicimos amigos todos… Ojalá todos los políticos mexicanos hubieran tenido una hija como Doña Hortensia
–¿Piensa efectivamente que hay que rescatar de la historia a Plutarco Elías Calles?
–Sí, todavía merece una biografía. Escribí un ensayo biográfico, pero sin duda es uno de los personajes que merece una biografía. Ya por suerte contamos con varios trabajos, como el que ha sacado recientemente Carlos Tello Díaz sobre Porfirio Díaz.
–Hay una sobre Ricardo Flores Magón.
–Sí, es un trabajo de Claudio Lomnitz. No lo he leído todavía, pero promete mucho.
–Es muy lindo su perfil sobre Rufino Tamayo, breve pero sustancial.
–Bueno, pienso que Tamayo es el pintor más importante de México en el siglo XX. Por estar en ese corazón del país que es Oaxaca, él habitó todos los mundos y el inframundo de México, con su cara festiva y su cara trágica. Nos lo dio todo en esos colores, en esas bocas inmensas, en esas frutas y no tiene nada estetizante, es el puro fluir de las formas y las pasiones de México. Curiosamente, hay un mural de él que muchos automovilistas habrán visto sin saber que era de él, ahí en la avenida Chapultepec. Un inmenso mural al que nadie le hace caso. Lo que digo de Tamayo en ese brevísimo perfil (“un hombre en cuya obra encarna la cultura de un país”) puedo decirlo también de Juan Rulfo, Octavio Paz, Agustín Yáñez, Luis González como historiador… cada uno en su ámbito, de manera genuina y auténtica, visitó del cielo al infierno lo que es este país.
LA INDIGNACIÓN ES UN SENTIMIENTO FÁCIL
–El auge de Frida Kahlo no cede, ¿hay una fractura entre lo que es México para los mexicanos y México para los extranjeros?
–Me gusta mucho estudiar lo que los viajeros han plasmado de México, porque creo que son mucho más sensibles y admirativos, reconocen mucho más la variedad, la riqueza, la complejidad y la lúcida sombra de México que nosotros, los mexicanos. Tendemos mucho más estos días a lo auto-lesivo y a la indignación. La indignación es un sentimiento fácil, comprensible pero fácil. Es como de corto alcance y se expresa de una manera muy sencilla: bastan dos interjecciones y tres insultos; pero no es la mejor manera de acercarse a México, un país muy complejo que tiene mucho para rescatar y al que la indignación lo empobrece. En el caso de Frida Kahlo, ella es muy querida en México, es un mito, pero el mayor reconocimiento es desde fuera a la riqueza, a la complejidad, a la ternura, a la rabia, a las entrañas de ese personaje que nos ha dado sus ojos para comprender su vida. No le voy a dar mucho crédito a la película que salió sobre ella, pero algo tiene de mérito y también Hollywood la ha destacado y no hay que despreciar eso. No me gusta el aspecto ideológico de Frida, como el de Siqueiros o el de Rivera, muy simplista y dicotómico.
–Propio de una época también.
–Sí, pero óigame, ya en los ’30 el mundo sabía quién era Stalin. Aun en ese caso lo que predomina en mi pequeñísimo retrato es el reconocimiento a esta figura que por cierto me es mucho más simpática que Diego.
UNA IZQUIERDA LIBERAL PARA MÉXICO
–Es muy interesante el perfil que usted hace de Emilio Azcárraga Milmo.
–Azcárraga era, como Fidel Velázquez, la encarnación del sistema político mexicano. En ese sentido, era para mí una persona en las antípodas. Siempre me opuse al PRI, siempre ataqué al PRI, desde el ’68 –en el que participé-, hasta que dejó el poder. Lo sigo criticando. El partido corrupto y corruptor por excelencia. Siempre quise que llegara al poder una izquierda liberal que no veo ahora en el horizonte mexicano. Azcárraga no era demócrata, era un autócrata que creía que como él manejaba su empresa debía manejarse el país. Al final de su vida reconoció, con perplejidad, que ese México que admitía la autocracia se moría como él mismo. Se murió de perplejidad. Por otro lado, había una pasión patriótica, una creatividad, en las transmisiones de idea sobre televisión, en las telenovelas históricas, hasta en las buenas telenovelas que se hicieron en la época, en los programas cómicos… Yo no era muy fan de la televisión, pero creo que tenía esa creatividad y cuando se acercó a Octavio Paz propició la llegada de la cultura a la televisión, con grandes programas culturales, propició la vuelta de la libertad a la televisión mexicana en los ’90, propició el nacimiento de Clío, la empresa que encabezo, con perfiles biográficos y documentales… era un hombre que respetaba la cultura. Además, llevó la televisión y el entretenimiento a millones de personas. Era contradictorio, difícil, por momentos insoportable, autoritario, pero también como digo patriota y creativo. Me dolió mucho su muerte. Tuve una relación entrañable y difícil con él. Creo que el mundo que él dejó en 1997 se volvió inhabitable para él. Una vez me llamó y me dijo: –bueno, ahora explícame qué es eso de la democracia sobre la que has estado hablando, porque ahora sí quiero entender, porque no entiendo nada.
–Murió sin entender nada…
–Sí, murió sin entender eso, pero entendía otras cosas del alma mexicana que muchos intelectuales y académicos no entienden.
–La indignación hace ruido, como usted dice, es verdad. También es cierto que una posibilidad de cambio está en el hecho de aceptar el destino de grandeza que se merece un país tan rico como México.
–Vamos por partes. Primero, la indignación. En 1979 conocí en Argentina al gran Pepe Bianco, cuando era secretario de redacción de la revista Sur. Me contó que estaba leyendo el ensayo de Bertrand Russell “Por qué no soy cristiano”. Allí Russell dice que le resultaba antipática la figura de Jesús, porque siempre estaba indignado y que eso aunque era justificado reducía los registros de la vida. Cualquier persona con un sentido más humanista y menos religioso de la vida tiene que estar de acuerdo con Russell y Pepe Bianco. La indignación es un ruido, es fácil, tiene 140 caracteres y es indulgente con quien la siente; es como una borrachera. Analizar y entender y distinguir es más difícil. Escribí recientemente un largo ensayo sobre el desencanto de México y creo que no podríamos haber esperado un México distinto del que tenemos ahora, de impunidad, de violencia, de corrupción, porque para eso nos preparó el siglo XX. El PRI era corrupción, impunidad, violencia institucionalizada y no era justicia, igualdad ante la Ley, Estado de Derecho. Lo que hay que hacer frente a eso es construir instituciones, producir un debate público, enriquecerlo, construir ciudadanía, para que al mismo tiempo que se entiendan las malas herencias del siglo XX también se aprecie lo que sí se tiene. Por ejemplo, la situación económica de México, comparada con la del mundo, está relativamente mejor. México no es un país petrolizado, no es un país estatizado, es un país con una dinámica económica propia, muy desigual, eso sí, con un gran problema de pobreza todavía, pero al que hay que analizar con más objetividad. Millones de personas van a las elecciones y votan, castigan a los gobiernos, como en Veracruz, Tamaulipas o Chihuahua. Las mujeres están siendo elegidas para puestos importantes a lo largo y ancho del país. Por más que lo critiquemos hay un instituto electoral (el INE), la ciudadanía participa en la organización y supervisión de las elecciones. Usted no lo puede recordar, pero quiero decirle que en los ’80 y ’90, todavía era la Secretaría de Gobernación la que manejaba las elecciones. Las elecciones eran una broma, la gente se reía de los trucos del PRI que parecían parte del folclore mexicano. El PRI ganaba todas las elecciones, salvo cuatro, me sobran los dedos de la mano. Ahora, todo eso ha cambiado. ¿Qué se requiere para cambiar? Se requiere información. No se trata de ser indulgente ni echar campanas al vuelo, pero México tiene una dimensión económica y política muy importante en el mundo, una dimensión que los mexicanos por esa conducta auto-lesiva no apreciamos.
–Y desde el punto de vista cultural es trascendente.
–Vivimos una nueva época de oro del cine mexicano, ¿lo estamos valorando? Hollywood y Cannes lo valoran, eso sí. Este cine es más profundo que aquel de la época dorada, que tenía un tinte más folclórico
–Pero que construyó identidad…
–Sí, construyó identidad y el nuevo cine mexicano construye globalidad. ¿Y dónde está el reconocimiento? Lo que quisiera es que la indignación diera paso a la crítica vertebrada…
–¿Es falta de información o escasa posibilidad de hablar de los temas importantes? No me parece que no estemos hablando de hambre, salud, educación y a cambio tengamos que estar hablando de crimen, de narcos, de cárteles…
–Hablamos de educación, pero hablamos mal de educación. El debate público en México es mucho griterío y poca sustancia porque está mal organizado. Es muy pobre el debate público en México. La Reforma Política atenta contra el debate público. Quisiera ver, en lugar de ese tsunami de spots de los partidos, que los políticos debatieran con los empresarios, los intelectuales, los periodistas. Este ejercicio que hacemos ahora usted y yo, lo estamos haciendo en SinEmbargo, qué bueno. En Letras Libres también propiciamos ese debate. Pero estamos hablando de medios que aunque llegan a públicos muy amplios –ustedes más que nosotros, desde luego–, quisiera que ese público se multiplicara por 10 o por 100. Y eso sólo los grandes medios podrían hacerlo. Para mí la palabra debate es central. Como no hay debate, no hay intercambio de ideas, lo que hay son etiquetas, modas: el narco, las drogas, nos alimentamos de 140 caracteres, insultos u ocho columnas.
–No me interesa una Reforma Educativa que me quieren imponer con una AK47 en la cabeza.
–A mí la Reforma Educativa me ha parecido mal porque es eminentemente tecnocrática. Los tecnócratas mexicanos son muy ciegos.
–Y muy de temer, como vimos.
–Antes de valuar si un maestro en Nuevo León, Ciudad de México u Oaxaca conoce bien el estado actual de su área de enseñanza, ¿por qué no intentar una gran cruzada de preparación, de cultura, de historia, de los grandes temas? ¿Por qué no hablarles de otro modo? ¿Por qué no prepararlos antes? Vasconcelos lo supo hacer mejor, mandaba libros y maestros en burro a los pueblos… la politización de la educación actual, la fuerza de los sindicatos, ha secuestrado el contenido de la educación y ha debilitado a la mayoría de los profesores, cuya vocación por enseñar es genuina, es casi un apostolado. Tanto los radicales de izquierda como los tecnócratas del gobierno deberían entender que sobre todas las cosas está primero llevar la cultura y formarlos antes de manera generosa. Todo ha sido muy frío, muy tecnocrático y por eso vemos lo que vemos.
–¿Cómo se hace una Reforma Educativa dándole la espalda a los intelectuales? Gente como usted, Paco Ignacio Taibo II, José Woldenberg, más allá de lo que piense cada uno de ellos, al contrario, cuanto más plural sea, mejor.
–Taibo está haciendo una cosa muy interesante, llevar la lectura a la gente, es un nuevo vasconcelismo. He intentado hacerlo con los documentales en la televisión. Imagínese a Woldenberg dando clases de cultura cívica, pero los intelectuales no vamos a estar tocando las puertas ni estar ofreciendo consejos que no nos piden. En los libros de biografías hablo de grandes maestros mexicanos, no sólo de Vasconcelos. Hablo de Cossío Villegas, de Gómez Morín, de Lombardo Toledano, de Antonio Caso, de Pedro Henríquez Ureña –que aunque fue dominicano se desarrolló en México–, es decir, los grandes maestros mexicanos fueron el puntal de la historia nacional en todos los siglos y en particular del siglo XX. Esto se ha perdido por el divorcio entre los sucesivos gobiernos, el egoísmo de los grupos sindicales y el radicalismo de algunos grupos… el cóctel es explosivo.
–Insisto con el papel que deberían ocupar los intelectuales en nuestra sociedad. Usted habla de eso en sus libros, eran intelectuales decisivos.
–Hablemos por ejemplo de Justo Sierra, de José Vasconcelos, de Torres Godet, de Cossío Villegas, Lombardo Toledano, fueron maestros incluso en la política. Fíjese como en México es muy natural que a alguien lo llamen maestro. A veces tengo ese honor de que me digan maestro, aunque nunca he dado clases. Sin embargo, he querido a través de los retratos biográficos, de los documentales, enseñar, dar un espejo al lector o al televidente para que él se vea reflejado y note que este es un país de gran riqueza y profundidad, un país que nos hace sentir orgullosos. Quizás el último secretario de educación con verdadera vocación fue Jesús Reyes Heroles en los ’80. Después, vinieron algunos con más o menos méritos, pero se politizó el sindicato más numeroso de América Latina, fuente de prebendas de corrupción y curiosamente frente a eso surgió la CNTE, que quería depurar, no quería caminar con la gran corporación, pero me parece que la CNTE incurrió en una radicalización excesiva.
–Quizás haber sacado a Elba Esther Gordillo fue como haber sacado a Sadam Hussein de Irak…
–Bueno, es un paralelo. Había una tercera opción que era la democratización auténtica mediante un consejo cultural amplio para llevar a cabo una Reforma Educativa distinta, porque México es muchos Méxicos. No se puede tratar igual a Oaxaca que a Chihuahua y tampoco se puede encerrar a los maestros como ganado en una prueba que según entiendo duraba ocho horas. Ni siquiera el examen de admisión en la UNAM dura eso. Eso es algo que sin duda debe de sentirse como atentatorio. Hubo una burocratización de la función del maestro, una politización, una ideologización, y se perdió la esencia. La vocación de enseñar que vimos en maestros inolvidables, que nos marcaron, maestros como los que retrato, eran maestros por el amor de transmitir conocimiento a las nuevas generaciones, no por interés, ni por querer hacer la revolución. Conocí a un maestro muy radicalizado, Otón Salazar, fundador de la disidencia magisterial en México, víctima de la represión en los ’50. Hicimos una gran amistad. Tenía la actitud revolucionaria en el mejor sentido, pero no tenía una actitud violenta. Era un maestro. Debemos dignificar a los maestros, debemos refundar la educación en México.
–Por hablar de un maestro, qué entrañable Pedro Henríquez Ureña, de quien Ángel Rama fue su gran discípulo…
–Hombre, el gran maestro del siglo XX. “El crítico errante” se llama mi ensayo. Fue maestro de Alfonso Reyes, de Ángel Rama, de Borges, de Cossío Villegas, de todo el Ateneo de la Juventud, de Salvador Novo, de Los Contemporáneos. En su obituario dice Borges que nunca olvidará “el inmediato magisterio de su presencia”.
–Hoy escasea la crítica literaria.
–No. Aquí en Letras Libres modestamente la ejercemos. Allí están Christopher Domínguez, Guillermo Sheridan, Adolfo Castañón… todavía hay buenos libros y poderosos críticos. Todos ellos reconocen ser biznietos o tataranietos de don Pedro Henríquez Ureña, que como usted sabe, murió en Argentina en 1946.
–¿Qué es ser un empresario cultural?
–Cossío Villegas fue un empresario cultural. Nunca esas dos palabras se habían juntado, porque si uno lo que quiere es hacer dinero no se dedica a la cultura y si lo que quiere es sólo ser escritor está muy bien, pero entonces perdería la oportunidad de propiciar la obra de otros escritores como él propició al fundar el Fondo de Cultura Económica. Me interesó mucho esa imagen, siempre lo guardo en la memoria, lo admiré muchísimo y quise ser como él, un empresario cultural. A él le gustaba la televisión y pensaba que había hacer documentales, la vida no le alcanzó para eso. También Octavio Paz pensaba que había que hacer programas culturales y documentales en la televisión. Pues bien, a eso me he dedicado. La revista Letras Libres es una empresa cultural, independiente, cuyo ingreso fundamental viene de la iniciativa privada, de los anunciantes privados y de los lectores en México y en España.