Ciudad de México, 20 de abril (SinEmbargo).- La muerte del escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) despertó hondas reacciones de tristeza en todo el mundo. Se trata de la ida de un autor fundamental para las letras en español, pero también de una figura literaria que trascendió todas las fronteras y alcanzó dimensión mundial.
Sin embargo, ni siquiera frente a su gran personalidad convocante existe unanimidad y es así como a lo largo de una carrera prodigiosa, cuyo éxito rotundo inició en 1967 con la publicación en Buenos Aires de Cien años de soledad, hubo y seguramente habrá detractores entre los que se halló el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975), quien poco menos demolió la novela de Gabo, en un artículo publicado en la revista Tempo el 22 de julio de 1973.
Para el director de El evangelio según San Mateo, era un hecho “absolutamente ridículo” llamar obra maestra a Cien años de soledad.
“Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen).
Los personajes son todos mecanismos inventados- a veces con espléndida maestría- por un guionista: tienen todos los «tics» demagógicos destinados al éxito espectacular”, escribió el cineasta.
“Márquez es sin duda un fascinante burlón, y tan cierto es ello que los tontos han caído todos. Pero le faltan las cualidades de la gran mistificación, las cualidades que posee, como para dar un ejemplo, Borges (o en menor escala Tomasi di Lampedusa, si Cien Años de Soledad recuerda un poco al Gattopardo aún en los equívocos que ha despertado en el pantano del mundo que decreta los éxitos literarios)”, aseveró.
UN ENEMIGO PÚBLICO
Entre los latinoamericanos, el también colombiano Fernando Vallejo, nunca escondió su animadversión contra el autor, entre otros, de La hojarasca, El otoño del patriarca y El coronel no tiene quien le escriba.
La edición en mayo de 2013 por parte de editorial Alfaguara de Peroratas, un compendio de ensayos del escritor nacido en Medellín en 1942 incluye un ensayo de Vallejo en contra de Cien años de soledad, que había sido rechazado en 1998 por la revista El Malpensante.
El escrito “pretendía demoler Cien años de soledad diciendo que es una novela escrita en tercera persona y otras cosas. Yo era el director en esa época y recuerdo que mi respuesta a Vallejo fue: ‘uno no ataca a un elefante con un cortauñas’. Dicho esto, me parece estupendo que Alfaguara haya publicado el ensayo de marras para que sean los propios lectores quienes decidan si el elefante muere o no”, dijo el periodista Andrés Hoyos al periódico El Espectador.
“¡Cómo voy a atacar yo a un elefante! Ni con un cortauñas ni con nada. Yo no soy como el Borbón bribón que tienen los españoles, que hace poco mató a uno de esos hermosos animales con un rifle y salió como un héroe en primera plana en El País de España. Yo amo a los animales.
En prueba los cien mil dólares del premio Rómulo Gallegos, que los di para los perros abandonados de Venezuela; y los ciento cincuenta mil del premio de la FIL, que los di para los de México. Muchos años después del incidente de El Malpensante, recuerdo la remota mañana en que el coronel Andrés Hoyos me rechazó el artículo sobre nuestro genio máximo escrito para nuestra revista máxima. Bogotá era entonces una aldea de cien mil habitantes que vivían de huevos prehistóricos”, explicó el autor de La virgen de los sicarios al periódico colombiano.
El texto, con el título “Un siglo de soledad”, echa mano de la ironía y del humor para cuestionar la sintaxis de García Márquez en la famosa frase inicial de la novela: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, donde según Vallejo sobra la palabra “remota” y el conocer el hielo, constituye, además, una referencia no explicitada a una historia contada por el poeta nicaragüense Rubén Darío en su autobiografía.
“Por él aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia». ¡Te plagió, Gabito, te plagió ese cabrón nicaragüense! ¡Y con semejante frase tan fea! Y no sólo te robó el hielo y el grado de coronel, sino hasta la expresión genial tuya de “muchos años después”, pues el “pocos años más tarde” de ese sinvergüenza ¿no viene a ser lo mismo, aunque al revés?
Y después dicen que los colombianos somos ladrones. ¡Ladrones los nicaragüenses! Cuando te acusen de plagio me llamás a mí, Gabito, yo te defiendo. A cambio vos me vas a enseñar a ser autor omnisciente y a leer los pensamientos”, escribe Vallejo.
Desde discutir si en el realismo mágico los huevos pueden ser prehistóricos hasta poner en duda la eficacia de la aseveración de “Gabo” en el sentido de que “muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”, todo el texto es la expresión máxima del conocido sentido del humor de Vallejo, una daga punzante en el corazón de los mitos y de los clichés.
“Esto no es un reproche, Gabito, yo a vos te tengo buena voluntad. Nada más te lo recuerdo por si algún cabrón malpensado algún día te lo saca a relucir, estés preparado y sepás qué responder. Respondele: – Animal, ¿no ves que estamos ante el realismo mágico? Por eso es mágico. Si las cosas tienen explicación, ¿dónde está la magia? ¿Qué chiste hay pues?”, dice en otro tramo.
“Llegados a este punto, Gabito, te quiero preguntar una última cosa, pero si no me la querés contestar no me la contestés: ¿De veras plagiaste a Balzac? ¿O eran elucubraciones sin fundamento de ese guatemalteco envidioso de Miguel Ángel Asturias? ¿Te acordás con la que salió ese güevón?
Que dizque vos sacaste a tu coronel Aureliano Buendía del Baltazar Claës de La búsqueda del absoluto de Balzac, quien arruina a su mujer tratando de fabricar oro pero en vez de oro sólo fabrica un diamante. ¡Cómo lo ibas a plagiar si tu coronel Aureliano Buendía no fabrica diamantes sino pescaditos de oro! El tono, claro, de las dos novelas, la tuya y la suya, se parece mucho. Ustedes dos escriben como comadres chismosas, en prosa cocinera.
Pero eso está bien para el tema de ambos. Además, ¿quién te puede probar Gabito que le robaste a Balzac el tono? Robarle un autor a otro el tono es como robarle un hombre a otro el alma. Y si a ésas vamos, también a vos te lo robó Salvador Allende. Ah no, fue su sobrina, ¿cómo es que se llama?”, ironiza Vallejo, implacable y feroz, como es su costumbre.
LO QUE BORGES DECÍA…O NO DECÍA
Hoy son vistos como los baluartes de casi toda la literatura latinoamericana del siglo XX, tal como lo señaló el escritor mexicano Jorge Volpi en un artículo imperdible en el periódico argentino La Nación, titulado “García Márquez y Borges, nuestro Dioniso y nuestro Apolo”.
“Los dos escritores más influyentes y poderosos de nuestra región y nuestra lengua. Los dos más admirados e imitados en el orbe. En ese juego de dualidades que tanto nos gusta, nuestro Platón y nuestro Aristóteles. O, mejor, nuestro Apolo y nuestro Dioniso”, escribe el autor de la reciente Memorial del engaño (Alfaguara).
Sin embargo, es leyenda en la historia literaria continental el hecho comprobado de que al célebre escritor argentino no le gustaba la novela Cien años de soledad, de la que llegó a comentar “Lindo título, ¿no?”.
En una entrevista aparecida en el periódico chileno La Tercera, en 2005, el que fuera el secretario personal de Jorge Luis Borges entre 1973 y 1975, el periodista Waldemar Verdugo, contó entre otras cosas que el poeta sudamericana “no soportaba que le leyeran” la famosa novela de Gabriel García Márquez.
Verdugo a diario le leía un par de libros a Borges en voz alta; siempre volvía a los clásicos argentinos: Ricardo Güiraldes y el Martín Fierro, autores ingleses y algunos estadounidenses como Walt Whitman y Edgar Allan Poe, cuenta el periódico.
Sin embargo, lo que el autor de El Aleph no toleraba era Cien Años de Soledad.
“Comenzamos a leerlo y él me dijo: – dejémoslo hasta aquí”, dijo el periodista de nacionalidad chilena, quien también reveló en la citada entrevista que a Borges le gustaba mucho Pedro Páramo, de Juan Rulfo, aunque consideraba “horrible” el título Llano en llamas.
En una entrevista llevada a cabo en 1980 por Joaquín Soler Serrano en su famoso programa A fondo, cuando el periodista español le pregunta concretamente por Gabriel García Márquez, Borges dice haber leído Cien años de soledad, que le pareció “uno de los grandes libros en nuestra lengua” y aclara no conocer otro libro de Gabriel García Márquez.
LAS CRÍTICAS POLÍTICAS
Los ejemplos de Pasolini y Vallejo son reflejo de una visión sobre la literatura que podría considerarse opuesta a la representada por Gabriel García Márquez y representan, queriéndolo o no, la conformación de un debate interesante y, por qué no, enriquecedor.
Sin embargo, los detractores del célebre Gabo se han formado y expresado sobre todo en el ámbito de la política, donde la mayoría de las veces no dan ganas de pararse, toda vez que es imposible que los involucrados cambien de pensamiento.
Se trata muchas veces de ofensas destinadas a cuestionar su relación con Fidel Castro o las ideas de izquierda que lo acompañaron durante toda su vida. Un caso más que lamentable es el protagonizado recientemente por la legisladora colombiana María Fernanda Cabal, quien al conocer la noticia del fallecimiento del escritor, le deseó una estada “en el infierno”.
Aunque luego borró el mensaje de Twitter, en reacción a la gran cantidad de protestas que generó su odio manifiesto, el daño ya estaba hecho y la política uribista fue objeto de un repudio colectivo que no cesa en las redes sociales.
La forma de ser de Gabriel García Márquez, su conocida agudeza, impiden pensar en él como en un prócer o en un santo. Verlo como un ser humano, lleno de luces y de sombras, negarle infalibilidad, es honrarlo y eso incluye ser conscientes de las críticas, tanto a su ideología como a su obra.