Óscar de la Borbolla
19/12/2016 - 12:00 am
Cuento Navideño
Este año decidí darme un buen regalo de Navidad. No pensé, por supuesto, en comprarme un reloj o una chamarra. La verdad tengo muchos, y así por el estilo con las demás cosas en la que uno piensa cuando escucha el verbo "regalarse". Hay algo que deseo desde hace mucho, pues aunque no pertenece a […]
Este año decidí darme un buen regalo de Navidad. No pensé, por supuesto, en comprarme un reloj o una chamarra. La verdad tengo muchos, y así por el estilo con las demás cosas en la que uno piensa cuando escucha el verbo "regalarse". Hay algo que deseo desde hace mucho, pues aunque no pertenece a ese tipo de asuntos que normalmente se traen en la lista de pendientes, en mi caso, por deformación profesional o por mi adolescencia incurable, llevo ya un largo rato deseándolo: encontrarme a mí mismo.
Así que fui a una agencia de detectives decidido a no reparar en gastos. En la recepción había una señorita que me invitó a tomar asiento en lo que su jefe terminaba una llamada. Obedecí y desde mi sitio contemplé una media docena de diplomas que acreditaban al detective como un experto en la búsqueda de personas desaparecidas, y otra media docena de recortes de periódico, debidamente enmarcados, en los que podían leerse diferentes titulares, aunque todos eran variantes de la frase hecha "caso resuelto".
En lo que aguardaba, la ayudante-secretaria me tendió un formato para que fuera llenando mi expediente. Más tarde, me explicó, ella haría el vaciado de mis datos en la computadora, por lo que me rogaba hacer la letra clara; accedí y escribí mis datos generales y dejé en blanco el pequeño cuadro donde debía anotar la razón por la que acudía a solicitar los servicios de la Agencia.
El detective, cuyo nombre omito por razones que cualquier lector inteligente comprenderá, me impresionó favorablemente: es un hombre de cincuenta y tantos años, delgado, de ademanes finos y voz seria que me escuchó pacientemente: Necesito que encuentre a una persona, le dije. Precisamente a eso me dedico; ¿qué sabe usted de esa persona?, me preguntó. Sólo cuestiones muy generales... ¿Nombre, dirección, teléfono, lugar donde trabaja, amistades? Sí, todo eso y más sé de esa persona. ¿Y hace cuánto tiempo que la tiene por extraviada? Pues, francamente, contesté, creo que desde siempre.
El detective me dirigió una mirada penetrante y me preguntó que si traía alguna foto reciente de la persona que quería encontrar. Sí, dije y saqué de mi cartera mi credencial de la UNAM y mi IFE. Las fotos no son muy buenas, pero... estuvo contemplándolas un rato y me preguntó si podía sacarles una fotocopia. Por supuesto contesté yo. ¿Así que usted quiere que lo encuentre a usted? Sí, respondí, eso es precisamente lo que quiero que haga.
Quiero que me observe; que me siga a todas partes, que se entere de todo lo que hago y finalmente me diga algo de mí que me aclare quién soy. Es inusual su caso, pero lo acepto, dijo imprimiéndole más seriedad a su voz. ¿Cuándo quiere que comience? Mañana mismo, le dije. Regularmente salgo de mi domicilio --que aquí le anoté-- a las nueve de la mañana. Convenimos el anticipo y salí contento de la oficina. Creo que, por primera vez en mi vida, he dado un paso en la dirección correcta para resolver el "conócete a ti mismo" del templo de Delfos, y creo también que no pude haberme dado un regalo mejor.
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@oscardelaborbol
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