Ciudad de México, 18 octubre (SinEmbargo).- La poesía de Maricela Guerrero (DF, 1977) trabaja con la sorpresa de un gag. Podría ser un exabrupto de Buster Keaton o los mismos pastelazos que –nos imaginamos- propiciaba la poeta en aquellos tiempos cuando trabajaba de payaso para financiarse la carrera de Letras.
Lees de brasieres y de días mínimos, hasta que, zas, crecen adolescentes en la memoria o se dice aquello de que el mundo necesita mejor suerte, por lo que entiendes que esta muchacha que quiso ser arquitecta del paisaje y se conformó con cultivar lechugas hidropónicas hable de la poesía como de la supervivencia y una bomba para dinamitar el lenguaje.
La vida de la madre de Eliseo y Sofía ha sido dejarse llevar por las formalidades de un trabajo estable, hoy en un centro de investigación y capacitación laboral, sin por ello permitir que la chamba mengue su “vocación de alegría y de pachanga”.
“En el 2005 nació mi primer hijo, Eliseo, y en el 2009, mi primera hija, Sofía, y desde entonces hago malabares para ser su mamá, dejarles un patrimonio e inculcarles la vocación de alegría que me ha enseñado la historia de mi familia.
Cuando los llevo a la escuela les cuento chistes o ellos me los cuentan a mí; a veces despotricamos contra los horarios y el tráfico, pero la mayoría de las veces nos inventamos diálogos de las personas que se transportan o esperan transportarse o nada más cotorreamos”.
– ¿Hace cuánto que escribes poesía?
– Pues hace mucho, pero es muy chafa decir que el primer poema lo compuse a los cinco o seis y que fue para mi abuelo… luego quise componer teatro en unas vacaciones de verano con unos vecinos, así como los Fineas y Pherb, pero a nosotros sí nos cacharon cuando rompimos unas macetas, nos regañaron y se acabaron las vacaciones. Posteriormente, ya bastante grandecita entré a un taller y luego a otro, hasta que un día, después de muchos poema-intento apareció el “Poema en que se retoma el beatus ille” y dije de aquí soy.
– ¿Qué es la poesía?
– Es una cosa extraordinaria que se construye con lo más ordinario y democrático del mundo: palabras. Puede ser un artefacto para deschongar bestias desde las entrañas, podría ser un antigripal, un antihístaminico, un sostén, una cosa viscosa y fría que tocas por las noches cuando duermes solo y te dan ganas de chillar, y así. Es una sustancia, un objeto o pura elucubración, pero sólo es cuando está, eso creo.
– ¿Es un síntoma de la juventud que se te pasará cuando seas mayor?
– Pues digamos que ya estoy bastante grandecita como para pensar que se me pasará; además no quiero que se me quite nunca, con poesía se puede sobrevivir casi todo, naufragios, catástrofes, inundaciones, el horror, todo lo anterior es humus de poemas, de poesías visuales, espaciales, sonoras, grandes, chiquitas, fritas o pasadas por agua, y es tan emocionante vivir en estado poético, que sería muy inútil dejarlo.
– ¿Quiénes son tus poetas preferidos?
– Me emociona muchísimo escuchar, leer y ver lo que hacen un chorro de compañeros, la verdad es que están pasando escrituras extraordinarias Paula Abramo, Minerva Reynosa, Karen Villeda, Karen Plata, Sergio Loo, Luis Felipe Fabre, Rodrigo Flores, Óscar de Pablo hay una especie, un conjunto, de creaciones muy muy poderosas en el ambiente que la red propicia.
– ¿Qué piensas de la nueva poesía mexicana?
– Pues eso, que es explosiva, una verdadera bomba capaz de dinamitar nuestras creencias de lo que hasta hace unos años consideramos poesía y lenguaje. Están pasando verdaderas maravillas poemas de zombis, de nacimientos, documentales, reapropiaciones, instalaciones, de recuperación, de destrucción, hay un deschongue de los códigos, los referentes, los soportes, la misma recitación dejó de ser esa cosa solemne y blancuzca que tan raídita nos parecía. Me parece que la nueva poesía mexicana es una emergencia nacional.
– ¿Crees que los jóvenes leen más a José Juan Tablada y Xavier Villaurrutia que a Octavio Paz?
– Quizás, quizás, pero mucho más Gilberto Owen y a Jorge Cuesta; digo los otros han pasado a los libros de texto, aunque ya ni eso, pero los discretos que dejan sus poemas y algunas historias sórdidas que alguien recuerda, esos son los que luego se vuelven protagonistas de novelas y terminan llegando con los poemas por otra parte.
– ¿Cómo es tu proceso de escritura?
– Pues comencé a imaginar poemas sueltos, de ocasión, mientras hacía algo como lavar los trastes, digamos: un tema breve, unas referencias y ¡zas! un poema. Luego poemas libro una sola cosa larga y estruendosa con aliento que imaginaba al caminar después de hacer ejercicio o correr, ya caminando iba hilando palabras, historias, e ideas que me aprendía: hasta que ya muy de noche y con la casa sosegada, sin ser notada: escribía: así salió Desde las ramas una guacamaya. Luego sucedió que aprendí a escribir libros de poemas girando alrededor de un tema, bueno y eso de que aprendí es un decir, me enseñaron, me dieron norte otros libros, amigos, lecturas y así aparecieron Kilimajaro, Se llaman nebulosas y ahora .Peceras.
– ¿Escribes otras cosas además de poesía?
– Pues a veces ensayo, ahora estoy documentando algo sobre las familias y el trabajo remunerado. También edito, escribo cartas –hagan sus pedidos–. Y hace unos meses le pedí unas ilustraciones a Ángela Leyva para un texto que escribí para mis hijos, luego Laura Peralta, diseñadora, armó los materiales y con ese proyecto ya llevamos unos tres álbumes y queremos que el proyecto prospere.
– ¿Qué le dirías a un joven poeta?
– Que se deschongue, que le encuentre los tres o dos millones de pies al gato: baila baila bailemos, luego di o escribe o pinta lo que tengas que decir. Y que como dice la hermosa de Zymborska, que crea que de veritas el mundo se merece mejor suerte de la que ha tenido hasta ahora.