Adrián López Ortiz
17/11/2016 - 12:00 am
Contra Trump, primero la casa
No hagamos lo mismo que nuestros vecinos del norte, y dejemos de culpar a Trump y sus seguidores de todos los males por venir.
Ayer, desde su columna en Reforma, Sergio Aguayo llamaba a la reconstrucción de la política exterior mexicana para encarar la amenaza que significa la llegada de Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. Coincido, pero reconstruyamos primero nuestra política interna.
La propuesta de Sergio es pertinente, pero en las condiciones actuales se antoja imposible: ¿cómo poner orden afuera si no somos capaces de poner orden adentro?
Por más que lo quiera, por más instrucciones y boletines que se giren a los consulados, el Gobierno Mexicano no tiene la fuerza necesaria para plantarse frente a las intenciones perversas de Donald Trump.
Nos mina el estigma de violencia, la corrupción rampante y la debilidad ya crónica de la figura presidencial. ¿O alguien se cree el cuento de que invitar a Trump fue un acierto estratégico de Peña Nieto y Videgaray?
En primer lugar hay que señalar la crisis de derechos humanos que sufre nuestro país. Esta semana, el Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Libertad evidenció la escalada de violencia en todo el territorio nacional. Según las cifras, Septiembre ha sido el mes más violento del sexenio con 2,287 víctimas. De esas, Guerrero, Estado de México, Michoacán, Sinaloa y Veracruz concentraron más de una tercera parte, con el 37.49 por ciento. A eso hay que sumar las cifras de secuestro, desapariciones, desplazamiento y feminicidios.
Sobra decir que a pesar de la reciente implementación del nuevo Sistema de Justicia Penal Acusatorio, la capacidad para procurar justicia del gobierno mexicano no muestra ninguna mejoría. Al contrario, las instituciones responsables enfrentan un serio cuestionamiento desde la sociedad civil por el impresentable nombramiento de Raúl Cervantes al frente de la PGR.
Por otro lado, está el desmoronamiento del procedimiento contradictorio democrático del país. Los partidos de oposición son pura comparsa en el Congreso y el Senado. A los primeros les pasaron el nuevo presupuesto sin chistar y a los segundos el nombramiento de Raúl Cervantes no les ocasionó ningún rubor. El Poder Judicial opera en la opulencia y la opacidad.
Mientras el país se descompone entre la inseguridad, la desigualdad y la corrupción, nuestros partidos políticos se ocupan de su mezquindad.
El PAN opera entre el pacto Peña-Calderón para hacer de Margarita Zavala la opción de una transición segura para el grupo político en el poder, al tiempo que se traga el encarcelamiento de Guillermo Padrés. En el PRI “no saben” dónde quedó Javier Duarte, pero el otro Duarte (César) sigue intacto junto con Roberto Borge. En Morena, "El Peje" va en caballo de hacienda infundiendo miedo entre la élite; y en el PRD pues… sí, Mancera.
Vista la política como esa noble actividad por el bien común, parece que nuestros actores andan en otra cosa.
En ese contexto, es imposible que el Gobierno mexicano proteja a nuestros paisanos en Estados Unidos cuando es incapaz de proteger a los ciudadanos dentro de México.
Trump ha sumido al mundo en la incertidumbre y México intenta adivinar qué esperar del futuro Presidente norteamericano. Somos el chivo expiatorio que él ha elegido para culparnos de todos los males que la globalización provoca y hay un riesgo enorme en esa postura.
Pero ojo, otro gallo nos cantara si frente a Trump tuvieramos un gobierno sólido, un Presidente respetado y unas instituciones confiables. Así que no hagamos lo mismo que nuestros vecinos del norte, y dejemos de culpar a Trump y sus seguidores de todos los males por venir.
Porque de la inseguridad, la corrupción, la impunidad, la desigualdad y otras desgracias, somos nosotros -los mexicanos, los culpables.
Somos culpables por no exigirle a diputados y senadores que hagan su trabajo fiscalizador. Por no denunciar los abusos de los gobernadores. Por tolerar el enriquecimiento de nuestra clase política.
Somos culpables por seguir siendo comparsas de un sistema corrupto que renuncia a su obligación de garantizar seguridad y libertad a sus gobernados.
Somos culpables de callar, de transigir, de no mirar. Mejor seamos responsables y hablemos, exijamos, denunciemos.
No sabemos hasta que niveles se instalarán en Estados Unidos el racismo y la intolerancia. Sin duda, habrá mucho por hacer del otro lado de la frontera. Pero no olvidemos que nuestros paisanos están allá por todo lo que dejamos de hacer acá, de este lado.
Por eso, frente a Trump, primero la casa.
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