Toda novela es intento de decir aquello que no puedes decir de otra manera, responde el escritor, mientras circula su novela Di su nombre, sobre la pérdida de su esposa, creada desde una espiral de dolor
Desde que murió su mujer en un trágico accidente en el mar de Huatulco, el escritor y periodista estadounidense Frank Goldman (Boston, 1954) sintió caer adentro de un abismo sinfín. Un periodo oscuro y devastador que ya lleva cinco años y en cuyo transcurso publicó un libro con los textos inéditos de su esposa, la joven escritora mexicana Aura Estrada y organizó un concurso literario en su nombre, que ya va por la tercera edición y que tiene como objetivo apuntalar la carrera de una autora menor a los 35 años.
Todos gestos externos -dice el también escritor guatemalteco, de vez en cuando mexicano- que no expresan el dolor verdadero, el sufrimiento que conlleva una pérdida tan inesperada y para la cual no sirven ni los libros de autoayuda ni las drogas más duras.
Eso es la tragedia: a edad madura, un hombre con corazón de Peter Pan conoce a la mujer de su vida, una joven brillante, guapa y, lo que es mejor, dispuesta a enamorarse de él y de todos sus defectos. A los cuatro años de su casamiento en una hermosa hacienda de San Miguel de Allende, una ola feroz mata a la muchacha, de apenas 30 años.
No hay reparo para el dolor. Sólo queda el abismo. Pero el abismo puede llenarse con algo. Ya lo saben las personas que han pasado por una tragedia en su vida, que somos todas las personas, en realidad.
Supo decirlo tan bien alguna vez el director de cine Francis Ford Coppola. Su joven primogénito Gian Carlo murió de forma absurda durante un accidente de barco y él, que nunca se recuperó de la pérdida, aceptó la circunstancia “como la cuota de tragedia que a todos nos está dado atravesar durante nuestra existencia”.
Incluso en 2011, a más de tres décadas de aquella muerte, Coppola rodó un filme en homenaje a su hijo.
A un lustro de la desaparición física de Aura Estrada, Goldman escribió un libro que acaba de dar a conocer en español la editorial Sexto Piso y que, editado a fines del año que pasó, promete en convertirse en una de las mejores novelas del 2013.
No importan los rankings, claro, sólo para medir –en todo caso- un hecho que a Frank, tal como es llamado por sus amigos, resulta contundente: “Estaba obligado a escribir el mejor libro posible para ella”, dice sin dudar.
Si la prosa dolida, doliente y abismal de Goldman en Di su nombre es fruto de un despojo del lenguaje primero para después recuperar las palabras que realmente valen, las esenciales, es tarea de los críticos determinarlo.
Pero pocas veces un drama tan íntimo, tan personal, ha logrado traspasar, como en la novela de Frank, las fronteras de lo individual para convertirse en una obra capaz de abarcar y contener otros corazones, las vidas atribuladas o no de los lectores a quienes es permitido vivir como propia una tragedia ajena desde la primera página de la novela.
Eso es pericia narrativa, eso es calidad de escritor. El resto es dolor lacerante de un alma en pena que ahora tiene algo para encontrar adentro del abismo, algo de lo que aferrarse para seguir pegado como sombra a la tierra de nuestros descontentos.
– Hay un equilibrio prodigioso entre la narración y el dolor en Di su nombre. ¿Estuviste atento a ambas cosas o es la pericia narrativa luego de tantos años de escribir lo que posibilita ese balance?
– Mira, empecé a escribir este libro a seis meses de la muerte de Aura. Yo estaba en un estado de locura total, vivía un duelo muy traumatizado que incluso fue diagnosticado como estrés post traumático que se manifestaba por medio de alucinaciones, episodios psicóticos… para el funeral yo había escrito una nota que quería poner en su ataúd, pero el cajón estaba cerrado y no pude meter la nota, que llevaba tres promesas: iba a fundar un premio literario en su nombre, publicar un libro con sus escritos y hacer un libro para contar al mundo cómo fue ella. Luego de eso pensaba suicidarme. Este año (por el 2012), al reencontrarme con la nota, vi que había cumplido las dos promesas primeras, pero que todavía me faltaba terminar el libro en su nombre. Nunca consideré la posibilidad de hacer una biografía o un libro de memorias, siempre supe que debía escribir una novela. Y aunque me dé vergüenza decirlo ahora, mi promesa también consistía en hacer una novela bella en su honor y no porque la belleza se basara en un autoelogio, iba a ser bella porque Aura lo era.
– ¿Por qué una novela?
– Porque desde el principio mi plan era empezar con un yo potente y luego cambiarlo por ese psicoanalista loco que era el personaje de la novela de Aura, una manera de recuperar la voz de ella en mi libro. Yo estaba decidido a convertirme en su personaje. Ves que eso finalmente no sucedió hasta las últimas páginas, donde hay un momento, como una chispa de pura ficción por medio de la cual me convierto en el psicoanalista que sube las escaleras y de pronto se detiene, respetando la autonomía de la historia de Aura. No sé qué iba a hacer ella con su imaginación, eso es algo que está perdido para siempre.
– La primera parte de tu novela está dedicada a marcar las diferencias entre Aura y tú. Ella es guapa, tú no. Ella es joven, es brillante…
– Y yo no, claro. Siempre jugábamos a eso. Ella me preguntaba: ¿Verdad que soy más inteligente que tú? Yo le respondía que por supuesto…(risas)
– Pero se parecían en eso de pasar la vida a la literatura, pasar la vida a la palabra…
– La verdad es que Aura era mi inspiración total. Ella estaba totalmente hecha a la literatura y lo mío en todo caso siempre fue una aspiración que tal vez junto a mi mujer se hizo más concreta, más posible que nunca. Pienso en Borges, en Bolaño, gente que si le sacabas sangre salía literatura de sus venas. Aura era así. Yo no soy así, aunque aspiro a serlo.
– ¿Qué sientes cuando muchos lectores y parte de la crítica hablan de Di su nombre como tu mejor libro?
– Lo que pasa es que debía a Aura mi mejor libro. Siempre digo que si no escribía un buen libro para ella, Aura me iba a matar. A ella no le interesaban nada los libros de memorias. La única biografía que compró y no leyó nunca fue la de Bob Dylan, de quien era fanática. Así que no me quedaba otra más que romperme el culo para tratar de hacer algo bueno, algo digno de mi mujer. En cierto modo, mis dos libros anteriores fueron una especie de preparación para este que nunca pensé que iba a tener que escribir, obviamente. Una vez en Nueva York fuimos a un cóctel donde estaba un famoso escritor irlandés que se enamoró de Aura. Yo me acerqué a él obviamente y de pronto me dijo: -mira, qué hermosa es esa mujer, parece un retrato de… y me nombró a un pintor italiano desconocido. No dijo Caravaggio. Dijo un nombre que luego no pude recordar y que luego de la muerte de Aura me empezó a obsesionar. Di tu nombre lo empecé a escribir en Berlín. Visité muchas veces la Gemäldegalerie para buscar al dichoso pintor italiano. Estaba obsesionado con la idea de que iba a encontrar la cara de Aura en un cuadro de un pintor menor. Mientras hacía esto, me enamoré de los cuadros de Johannes Vermeer, sus retratos de mujeres. ¿Cómo podía yo crear en mi novela esa ilusión de intimidad que sientes cada vez que miras un cuadro de Vermeer? Esa búsqueda de una luz que brilla en el retrato y que da ese efecto de realidad, como si lo pudieras tocar, fue deliberada. Mucha gente que leyó el libro me dijo que mi estilo había mejorado mucho, que antes yo trataba de llamar la atención, de demostrar lo bien que escribía…
– ¿Nunca te había pasado eso de trasladar un concepto de la plástica a la literatura?
– Bueno, no de manera consciente o deliberada. Siempre me gustaron las artes visuales, claro. La verdad también es que cuando empecé a escribir el libro, yo estaba loco y el libro abría una frontera constante entre el pasado y el presente. Oliver Sacks, cuyo maravilloso trabajo sobre las alucinaciones leí la semana pasada, dice que el duelo no es una cosa de memoria, sino alucinaciones que llegan del pasado al presente y que constantemente te están atormentando, dominando tu mente durante todo el día.
– ¿La locura era un tema de conversación entre Aura y tú? Porque al leer el libro, uno teme por la salud mental de ella…¿no? No comía, lloraba profundamente por cualquier cosa, se enojaba sin razón…
– Sí. ¡Y cómo lloraba! Yo temía por ella, pero la verdad es que fue muy valiente y logró conquistar sus miedos. Luchaba permanentemente contra ellos. Aura, en ese sentido, era mi héroe. Al principio era una mujer que tenía miedo de lograr sus sueños, se sentía muy obligada a cumplir con la academia, pero al mismo tiempo quería escribir. Fue muy valiente cuando tomó la decisión de inscribirse en un programa de escritura en Hunter. Era algo que tenía prohibido porque no podía hacer dos doctorados en universidades distintas, así que lo hizo en secreto. Ese diplomado de escritura era súper competitivo, no aceptaban más de seis alumnos al año y entre nosotros hacíamos siempre un chiste: Aura tenía en términos de estudio, una casa grande y una casa chica. Hablábamos bastante de la locura. De hecho, por eso quería situar su novela en un manicomio. Uno tenía que tener mucho cuidado con ese tema. Si yo le decía algo como “Ay, mi amor, estás loca”, Aura se ofendía.
NO TIRÉ A MAMÁ DEL TREN
A la tragedia que significó la muerte de su joven esposa, Goldman debió padecer la acusación de la madre de Aura Estrada, quien consideró responsable al escritor de la muerte de su hija.
Fue un periodo más amargo aún, de demandas legales que sólo sirvieron para que en Guatemala, donde el autor es odiado por parte de la cúpula militar a raíz del libro que investiga y denuncia el asesinato del sacerdote Juan Gerardi (El arte del asesinato político, editado por Anagrama), sus enemigos contaran con elementos que sirvieran para enlodar su figura.
Sin embargo, Di su nombre, que narra todas esas circunstancias, no se resuelve como un ajuste de cuentas, sino como una crónica puntillosa de los hechos donde la figura de la suegra adquiere para el escritor unas dimensiones colosales.
– Otro hombre en tu lugar hubiera mandado a esa suegra a volar, sin embargo ella terminó siendo para ti alguien tan importante como lo era para Aura…
– Mi psicóloga siempre me decía: ¿Por qué te importa tanto lo que ella piensa o dice? Ella no está pensando en tus sentimientos, ¿por qué piensas en los sentimientos de ella? Primero: uno no podía amar a Aura sin amar esa relación que tenía con su madre. No es que uno viera ese vínculo tan denso entre ellas dos como algo maravilloso, sino como algo que ya venía con Aura, que estaba en el paquete, por decirlo así. La relación de ella con su madre fue el gran desafío de su vida: cómo amarla, pero al mismo tiempo conseguir la independencia, separarse totalmente. Cuando escribía la novela me imaginaba haciéndolo desde la cárcel. Es algo que quité después, porque en realidad todo el rencor que me ocasionaron las denuncias debían dejarse de lado a la hora de hacer el libro. Y no fueron denuncias del momento. Todavía hay gente en la UNAM, donde trabaja la madre de Aura, que cree cosas horribles de mí. En Guatemala, mis enemigos aprovecharon las acusaciones para intentar desprestigiarme. El capitán Lima (considerado autor intelectual del asesinato del obispo Juan Gerardi y condenado a 20 años de cárcel por dicho crimen) escribió en su página web que yo era buscado en México por el asesinato de mi esposa. Fue una pesadilla total.
– Sobre todo porque cuando muere alguien tan cercano, uno tiende a sentirse culpable de todos modos. No necesita a nadie de afuera que venga a hacernos más culpable aún…
– Toda novela es un intento de decir aquello que no puedes decir de otra manera y, en ese sentido, en Di tu nombre rechazo las acusaciones tal como fueron hechas pero las acepto en términos existenciales y anuncio que el libro es también una auto-investigación. Hay un punto en el que descubro que yo soy la ola y lo soy sólo por el hecho de haber existido y de haber sido el hombre de quien Aura se enamoró. Aura también es la ola. Todo lo que soy, todo lo que fue ella, todo lo que fuimos juntos nos llevó a esa ola mortal. Y esa ola mortal es el destino. Fue un gran dolor descubrir y admitir que para Aura Estrada hubiera sido mejor no haberme conocido. Todas las circunstancias son evidencia, son la prueba. Si yo hubiera sido un cincuentón sedentario que se hubiera negado a ir a la ola, Aura se hubiera salvado, probablemente. Pero si hubiera sido un cincuentón sedentario, ella no se habría enamorado de mí.