En una mujer que se transforma en un hombre, a imagen y semejanza de Orlando, de Virginia Woolf; en el fuego que termina con los cuerpos desnudos y golpeados de dos hermanos, mientras las mujeres ya han huido de casa; en la tierra de Mogador, donde existen todas las posibilidades del deseo; en una lujosa casa de playa, donde un padre le hace el amor a su hija, en todos estos escenarios: cuatro escritores mexicanos de distintas generaciones escriben sobre el erotismo, el amor carnal, el roce de los cuerpos.
A una de ellas no le gusta que la llamen escritora de “literatura erótica”, con todas las comillas del asunto; otro, en cambio, dice sentirse cómodo con el término, mientras no se reduzca su obra sólo a esto. Lo que es cierto es que tanto Ana Clavel, como David Miklós, Alberto Ruy Sánchez y Jorge Alberto Gudiño Hernández nos han hecho estremecer, sudar, y sobre todo, desear estar en la piel de sus personajes por un momento.
ALMUDENA Y EL ORIGEN DE LA PRIMERA PREGUNTA
Cuando en 1989 Almudena Grandes escribió Las edades de Lulú, los lectores españoles, ávidos de esa descarga eléctrica que se produce cuando se lee una buena escena erótica, después de décadas de la mojigatería impuesta a golpes por el franquismo, se volcaron en Lulú, y por lo tanto en su creadora, Almudena, quien a sus 29 años de edad, se convirtió en una especie de sex symbol de las letras españolas.
Ese año Almudena Grandes ganó el premio La sonrisa vertical que desde 1979 otorgaba la editorial Tusquets a lo mejor de la literatura erótica con Lulú, su chica perversa.
La colección con el mismo nombre se volvió referente obligado de literatura del amor y el deseo, como si el Marqués de Sade, Georges Bataille, Anaïs Nin, Henry Miller y D. H. Lawrence hubieran reencarnado en una nueva generación de escritores iberoamericanos.
Eran los tiempos de la movida. La liberación se sentía en las calles y en los cuerpos; las adolescentes se mojaban mientras leían como Lulú se masturbaba en su camisón de dormir, soñando con el hombre que se ha ido, imaginándolo lejos, deseándolo.
Muchos años después, en un caluroso día de finales de noviembre del 2011, Almudena recibe otro premio: el Sor Juana Inés de la Cruz, que entrega la Feria Internacional del Libro de Guadalajara a una mujer por una obra destacada, o sea, un premio a la literatura femenina.
La autora de Inés y la alegría (Tusquets, 2011) está feliz. En entrevista me dice que no le gusta la etiqueta de “literatura femenina”, porque entonces debería hablarse también de una “literatura masculina”. Le pregunto si algún día volverá a escribir “literatura erótica”, género que le dio el impulso definitivo a su carrera, varios años atrás.
Almudena piensa un poco; entonces responde:
“Es que yo creo que en los años que han pasado desde que yo gané La sonrisa vertical hasta ahora, ha habido en la literatura una revolución silenciosa… Que no se ha percibido muy bien pero yo creo que el erotismo, el deseo, porque la materia literaria es el deseo, ha reconquistado un puesto entre los grandes temas de la literatura universal. Era un puesto que le corresponde por derecho propio pero que ha estado ausente durante muchos siglos por motivos extraliterarios. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que ahora mismo, en cualquier novela, se pueden contar cosas que hace 20 años sólo se podían contar en una novela erótica. En la medida en la que no hace falta escribir novela erótica, para escribir desde el punto de vista del deseo de los personajes, creo que la literatura erótica se ha muerto de éxito. Que es una buena manera de morir, ¿No?”
Pero si la literatura erótica de verdad se ha muerto de éxito, ¿por qué la ganadora del premio Lipp Brasserie 2011 es la historia de un amor incestuoso entre un padre y su hija?, ¿por qué una de las principales apuestas editoriales de este año es un título, precisamente, de la colección La sonrisa vertical?, ¿por qué décadas después de que Virginia Woolf tocara el tema de la transfiguración de género en Orlando Ana Clavel lo vuelve a utilizar en su Cuerpo náufrago?, ¿por qué Alberto Ruy Sánchez crea la tierra de Mogador para explorar las posibilidades infinitas del deseo?
DAVID MIKLOS: LA CASA EN LLAMAS
András y Béla son hermanos. Toda la vida, Béla ha despojado a András de todo: desde el amor de su madre, Moira, hasta el de la mujer de su deseo, Milena. Una casa en llamas, como metáfora perfecta de la pasión que todo lo consume, es el escenario en que comienza y termina Brama, la novela más reciente de David Miklos (1970).
En donde un triángulo amoroso ya no era suficiente para contar la historia de la pasión devastadora, Miklos introduce un cuarto elemento: Marina, el amor de la infancia de András, también arrebatado por Béla, el hermano mayor, el macho alfa:
“Dije: bueno voy a hacer que la casa sea un campo de batalla, pero un campo de batalla a puerta cerrada, contenido, como una pequeñísima guerra nuclear o un holocausto íntimo. Sin embargo, necesitaba, además de la casa como testigo, un personaje venido de fuera, como para romper la típica historia de triángulo: era muy fácil, los hermanos, la mujer que comparten de algún modo o que ella decide ser compartida para recuperar algo del pasado con el hermano menor, tener la casa con el hermano mayor o lo que sea, Y aparece este personaje que sería la extranjera de la historia, que viene a azuzar el fuego. Marina es un personaje muy personaje porque finalmente es la memoria de todo lo que ocurrió, y es la que realmente resuelve el conflicto, porque los hermanos se inmolan, no puede haber otra salida, es una historia de desintegración en la que el sexo aparece no como elemento creativo, sino destructivo, y Marina es la única que sabe capitalizar la historia de la que ella es parte, y recuperar y resolver. Y salir de ahí con algo, que no es ni la casa, ni ninguno de los hermanos.
Y así nació ese cuadrángulo, y es como una buena descripción, porque finalmente sí es eso, es un ring, es esa confrontación permanente entre los cuatro personajes”.
En Brama las escenas de sexo son completamente explícitas. Miklos no repara en describir a Milena como una mujer que exprime hasta la última gota del “jugo” de un hombre, o en contar cómo a András le sangra el pene después de una larga noche de actividad sexual en la que no ha podido llegar el orgasmo.
Al escribir esta historia de devastación, David Miklos dice estar influenciado por escritores más identificados con lo perverso que con lo amoroso:
“Más que D. H. Lawrence estaría la balanza inclinada con la transgresión hecha y derecha. Con esta economía creada a partir de lo sexual de Bataille. Está Klossowski como escritor, está su hermano Balthus como pintor, sí hay mucha materia gráfica en Brama, desde libros de arte erótico japonés, arte erótico europeo, El origen del mundo de Courbet. Y en México, en particular, Juan García Ponce, La crónica de la intervención, como el gran libro erótico menos leído en México.
Me interesa también lo que hizo Marguerite Duras en El amante, me parece finísima su manera de retratar la sexualidad, el erotismo, y hay un autor importantísimo, un libro en particular, que es El animal moribundo (The dying animal) de Phillip Roth, de los norteamericanos es el que ha sabido muy bien cómo narrar el sexo. El animal moribundo es un portento en ese sentido”.
David encontró estas lecturas en los libreros de la casa de su infancia guiado por un instinto básico:
“Típico, en la casa los libros transgresores los forraban, La historia de O, los libros de Salvador Novo… Bueno, Salvador Novo no es literatura erótica pero es un cronista de la sexualidad en la Ciudad de México, que es una delicia”.
Las portadas reveladoras estaban encubiertas. Quizá por eso la de Brama sugiere el paraíso entre las piernas de una chica apenas vestida con camiseta y pantaletas: la sonrisa vertical que le da nombre a la famosa colección, renovada con las letras de Miklos.
Apasionado por este género, David dice que no se está escribiendo buena literatura erótica en México en nuestros días:
“No creo. Se han creado de pronto ciertas colecciones y se han invitado a ciertos escritores. Tenemos a Andrés de Luna que también toca lo erótico, y otros tanto escritores que en mayor o menor medida han recurrido a lo erótico pero no creo que haya una literatura, que haya una tendencia o una tradición. Creo que el único que lo hizo deliberadamente y con una ascendencia obvia fue Juan García Ponce, y más acá Alberto Ruy Sánchez y ya. Ciertamente es uno de los derroteros de Ana Clavel, pero hasta ahí llegamos. En México sí hay como un velo grande que impide o que impidió el florecimiento de esta literatura”.
ANA CLAVEL: SI LAS VIOLETAS…
Una joven sirvienta se separa los labios con la mano para dejar ver al artista su flor secreta, ese botón rosa y húmedo que a él lo asusta en un primer momento; después se vuelve esclavo de ella. Es una escena de El dibujante de sombras (Alfaguara, 2009), de Ana Clavel (1961).
Bajita, con el cabello negro rizado y ojos traviesos, como de niña, Ana Clavel me mira fijamente antes de decir:
“Estás equivocada. Yo no escribo novela erótica, yo no escribo cuento erótico de manera deliberada, salvo cuando me lo piden específicamente, como la antología de Nochebuena en tu cuerpo (Tusquets, 2011). Y te voy a decir por qué creo que no hay una buena literatura erótica en este momento, no sólo en México, sino en el mundo: porque las buenas narrativas en estos momentos en que los límites están más flexibles permiten incorporar el registro del cuerpo, las relaciones sexuales sin tanto tabú. Y entonces una buena novela en general te va a tratar de muchos aspectos, entre otros, el aspecto del cuerpo, el aspecto de las relaciones amorosas, de las relaciones sexuales, ¿no?
Entonces pienso, por ejemplo, en una novela como Aura, de Carlos Fuentes, tú no la catalogarías como una novela erótica, y sin embargo tiene capítulos que son muy fuertes, de sensualidad”.
Ana no se reconoce como una escritora de novela erótica, o no exclusivamente; sin embargo en Las violetas son flores del deseo (Alfaguara, 2007) aborda la relación sexual entre un padre y su hija, como resultado de una búsqueda por explorar el deseo desde el punto de vista masculino:
“Entonces por eso se me ocurrió que qué mejor tema, más candente, más terrible, que el de un hombre deseando a su propia hija adolescente. Y entonces fue como tratar de encarnar esa idea previa y por eso derivó a este registro, el porqué Julián Mercader, el padre de Violeta, el que empieza en un cierto tono confesional a contar los recovecos y los pozos en los que se ha hundido a partir de haber contemplado en un momento a su hija con deseo.
En ese sentido, por la propia temática de lo que he desarrollado, me veo impelida a trabajar de esa manera, con esos tratamientos. Ni modo de que quiera, pretenda, explorar el deseo masculino y que nada más cuente cosas como muy superficiales. A la mejor a otro tipo de autores les puede interesar; a mí no.
Y entonces en ese sentido es que no hay una intención pretendidamente erótica, sino que se va dando, en todo caso, en el transcurso de la maneras por un lado, en que se aborda un cierto tema”.
Antes que por la razón, a los personajes de Ana las cosas les pasan por el cuerpo:
“A diferencia de otros autores, que son muy cerebrales, muy racionales, a los que de pronto sus personajes son entelequias muy intelectualizadas, para mí es muy importante el asunto del cuerpo porque siento que nada pasa sin el registro del cuerpo. Que por eso usamos las metáforas. Porque las metáforas son la manera de articular el reino del abstracto con el reino de lo sensorial”.
La transfiguración del género también fue tema de una novela de Ana Clavel: Cuerpo náufrago (Alfaguara, 2005) es su homenaje a Orlando:
“Cuerpo Náufrago es una novela que trata de la indagación del deseo, así erótico, a partir de una cierta definición e indefinición de género del personaje cuando cambia de ser mujer a ser varón. Pero ahí inicialmente, sustancialmente, fue un ejercicio literario; yo estaba retomando la estafeta del Orlando de Virginia Woolf.
Entonces, que le diera el giro, que en este momento yo me pudiera permitir cosas a nivel de límites de lo que sería censura en estos temas tabúes, que yo pudiera explorar mucho más estas relaciones que establece el personaje con hombres, con mujeres, cómo se va dando cuenta de que lo que realmente lo define, la define, a Antonia-Antón es el deseo, no tanto una especie de armadura o disfraz corporal, que eso es lo que la va a distinguir cuando se le despierta el deseo”.
Insisto con Ana: no se asume como una escritora de literatura erótica, ¿entonces este género es un invento de las editoriales, una estrategia comercial?
“Sí”. Responde de inmediato. “Pero ahora lo que sí creo es que hubo una época, en el XVIII por ejemplo europeo, en el que sí hubo una fuertísima presencia de historias que se trabajaban como a manera de divertimento y en las que todo el universo giraba en torno al deseo o al goce sexual. Creo que esas sí serían eróticas, o las que ahora se encargan para ventas o para un cierto mercado. Casi sobre pedido, incluso como una fórmula que de pronto ciertos autores que tienen una idea muy mercantil de la literatura utilizan, que yo creo que ni Almudena Grandes ni Juan García Ponce ni Tomás Segovia, ni Fuentes, ni Serna, que también en La sangre erguida de algún modo aborda también la temática de la sexualidad, son autores que estén priorizando el asunto de confeccionar una novela al gusto de cierto público para que se venda.
Pero yo creo que sí hay autores que tienen otra idea de lo que es la literatura o de lo que son los libros y lo relacionan mucho con la cuestión del éxito editorial. Entonces, claro, un gran gancho siempre va a ser la sexualidad y lo sabemos porque la publicidad nos maneja esos cartabones precisamente porque son muy efectivos”.
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ: EL INCESTO
Con amor, tu hija (Alfaguara, 2011) es la historia de un amor prohibido, el más grande de los tabúes: el de un padre por su hija, que a su vez tiene una relación lésbica con otra chica de su edad.
Así, el ingrediente extra de esta novela, ganadora del Premio Lipp Brassiere 2011, es el triángulo amoroso que de primer momento se insinúa entre el padre, la hija, y la amante de la hija, y que sólo servirá de detonador para el verdadero motor: el deseo que éste siempre ha sentido por su sangre.
A diferencia de Ana Clavel, a Jorge Alberto Gudiño Hernández (1974) no le incomoda que le cuelguen la etiqueta de escritor de “literatura erótica”; incluso reconoce que esta categorización funciona como estrategia comercial:
“Yo creo que las dos cosas: no lo temo mucho porque es la novela más reciente y hay novelas anteriores, y en el caso específico de Con amor, tu hija, sí tiene una carga erótica, coincido con ello, porque necesitaba que la tuviera en la medida en que el personaje está siendo seducido por lo que ve en estas dos mujeres. Entonces necesitaba que tuviera esa carga erótica.
En la novela anterior, Los trenes nunca van hacia el este (Ediciones B, 2010), esa carga no existía porque la novela iba por otros destinos, entonces en ese sentido no temo que se me etiquete así, pero si se me llegara a etiquetar tampoco sería tan grave, porque como ya te comentaba la cuestión comercial sería muy favorecedora. Ahora, el problema es que si te etiquetan así con la que sigue, y la que sigue no trae nada parecido, pues va a ser una decepción en los lectores en ese sentido, porque además el erotismo tiene que ver mucho con las expectativas de los lectores: el lector está esperando que haya tales cosas, necesita que las haya para activar su erotismo”.
Pero el erotismo puede ser agresivo, abierto, expuesto, como en Bataille o en algunas cosas de Sade, o la más sutil de las representaciones:
“Sabemos de escenas eróticas de la literatura, grandes ejemplos de la literatura erótica que son sutiles a más no poder: la escena del carruaje de Madame Bovary cuando le dice al cochero: “vaya y de más vueltas, y de más vueltas”… ¡Hombre! No hay una sola descripción de lo que pasa allá adentro, ni la descripción del cuerpo de ninguno de los dos, y es súper erótica… Entonces bueno, ser erótico así, pues funciona”.
Aunque, advierte Gudiño Hernández, la literatura actual cada vez se inclina más por una expresión más cruda de la sexualidad, y menos por la sutileza de un roce de manos, de unos labios que se encuentran apenas:
“Nuestro devenir cotidiano hace que cada vez estemos más cerca de cuestiones que ya no son eróticas sino pornográficas, es decir, cada vez estamos más expuestos a la piel, tal cual así, de forma muy cruda. Eso hace que en las novelas actuales que se escriben parezca necesario incluir escenas de ese tipo porque si no están ahí va a parecer que estamos en otra realidad, en una realidad disfrazada”.
ALBERTO RUY SÁNCHEZ: EL REINO DE MOGADOR
No se puede hablar de literatura erótica mexicana sin pensar en Alberto Ruy Sánchez (1951). El creador de Mogador, espacio dedicado al placer, ciudad de experimentación del deseo, está consciente de que a él se le identifica plenamente con este género, y hasta se atreve a jugar con esta idea en sus propias obras:
“Una buena parte de mi novela La mano del fuego trata justamente de este asunto. El narrador, incómodo de ser clasificado en ese subgénero que él considera una banalidad y un equívoco, va buscando capítulo a capítulo otra manera de existir, otra manera de entender el erotismo, otra manera de escribirlo: es decir, otra manera de estar en el mundo”.
Sin embargo, el autor de Elogio del insomnio coincide con Almudena Grandes en esta apreciación de que las fronteras de lo que antes se consideraba literatura erótica se desdibujan cada vez más:
“El erotismo existe, y la escritura erótica también, pero entendida y vivida sobre todo de manera muy diferente por cada persona que escribe y cada persona que lee. Y cada persona que hace el amor o no lo hace.
Lo que ha desparecido es la necesidad de colecciones de literatura erótica como “reservas de libertad libertina”, las primeras hechas en la Inglaterra victoriana, las últimas en la España franquista. Y al mismo tiempo ha desaparecido la necesidad de secciones especiales en las bibliotecas (secciones llamadas “infiernos”, como en la Biblioteca Nacional de Francia, donde hace poco hubo una exposición sobre ese momento cultural).
Ha desaparecido con todo eso, creo yo, la necesidad de romper prohibiciones, de subvertir reglas y mandamientos, de obedecer morales públicas beatas e ignorantes, limitativas del ser humano”.
A Ruy Sánchez no le intimidan los grandes transgresores, a quienes algunos consideran piedra angular del género:
“Por eso muchos de los principios y conceptos y escenas de Georges Bataille, por ejemplo, con su idea estereotípica de “transgresión”, han mostrado su raíz religiosa profundamente católica. El era un beato rebelde que se excitaba con monjas y prostitutas. Sus relatos son mayoritariamente patéticos. Es un autor interesante por muchas otras cosas, no por sus monjas”.
Alberto Ruy Sánchez coincide con Jorge Alberto Gudiño Hernández en que lejos, pues, de los tabúes que la acompañaban en épocas de corsés apretados y alientos suspendidos, o de la represión de las dictaduras, la novela actual está llena de referencias al cuerpo y sus anhelos:
“Es un hecho que hasta la novelita más chafa y comercial suelta su escenita erótica llena de lugares comunes. Muchos de ellos influenciados por Bataille. Y que la crítica de arte más superficial no deja de hablar de “transgresión” con enorme comodidad.
Eso no quiere decir que en algunos medios especialmente atrasados no siga habiendo personas con mentalidad y moral decimonónicas. Pero ya no es la norma de la misma manera”.
Y ahora escribir “literatura erótica” implica traspasar otro tipo de límites:
“La nueva prohibición que se necesita sobrepasar, la nueva frontera del erotismo escrito es la de la poesía del acto erótico. Entender y escribir el erotismo hoy en día se enfrenta más al reto de vivir y escribir sus profundas dimensiones poéticas, el delirio interior y exterior de la revelación erótica, mucho más que al reto de escribir escenas crudas de manera naturalista”.