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Adrián López Ortiz

08/09/2016 - 12:00 am

¿#RenunciaYA o el Gradualismo?

Tarde, pero el otrora poderoso Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, se ha ido. En su lugar entra al relevo más rentable de la política mexicana: José Antonio Meade. Con las “renuncias”, el Presidente busca desinflar la presión social y mandar el mensaje tan reclamado: un golpe de timón. El único real hasta ahora y que […]

Dudo mucho que el Presidente renuncie, pero de algo estoy seguro: el poder ciudadano es real. Difuso, pero está allí. Se siente. El Presidente debe saber que se le acabó el tiempo. Y a los mexicanos, la paciencia. Foto: Cuartoscuro
Dudo mucho que el Presidente renuncie, pero de algo estoy seguro: el poder ciudadano es real. Difuso, pero está allí. Se siente. El Presidente debe saber que se le acabó el tiempo. Y a los mexicanos, la paciencia. Foto: Cuartoscuro

Tarde, pero el otrora poderoso Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, se ha ido. En su lugar entra al relevo más rentable de la política mexicana: José Antonio Meade.

Con las “renuncias”, el Presidente busca desinflar la presión social y mandar el mensaje tan reclamado: un golpe de timón. El único real hasta ahora y que incluye a hombres de su completa confianza: Videgaray, Aportela, Núñez. El manotazo está ahí, la pregunta es sí todavía alcanza.

Aún no hay encuestas que midan el impacto del suceso Trump en la credibilidad de Peña Nieto, pero muchos pronosticamos un dígito… cuando más. La indignación ha sido tal que al Presidente se le acusa de traidor a la patria, de cobarde, iluso y hasta de… adjetivos peores. Los mexicanos podremos perdonar la estupidez, pero nunca la cobardía.

Reconocidos analistas escribieron esta semana sobre esa “estupidez”. Casar, Dresser y Silva-Herzog, desde distintas perspectivas, fueron muy duros con el Presidente y sus decisiones. En el control de daños, el Presidente concedió de inmediato entrevista exclusiva a Carlos Marín. (Es en serio)

La fallida operación diplomática con Donald Trump parecer ser la gota que derramó el vaso. Los mexicanos parecen decir “¡ya estuvo!”. Ha sido demasiado: demasiada ignorancia, demasiado egoísmo, demasiada soberbia.

En este contexto, el momento mexicano parece habitar dos posturas desde la sociedad civil: la del Gradualismo y la del Precedente (así la llamo yo).

Sobre el Gradualismo, sus promotores han venido empujando con conocimiento de causa, profesionalismo y mucha paciencia, cambios relevantes en diversos espacios para construir mecanismos de transparencia, rendición de cuentas y combate a la corrupción en la esfera pública. La crítica común: el avance es lento. No pasa nada.

Ahí se enmarcan las batallas por la Ley General de Transparencia, o más recientemente, la creación del nuevo Sistema Nacional Anticorrupción (SNA). Incluso, participo mucho desde esa cancha en Sinaloa. Admiro y respeto a muchos de ellos a nivel nacional. He sido testigo de la convicción y conocimiento con que académicos, empresarios y activistas, discuten con la clase política avances que representan afectaciones concretas a sus intereses y cotos de poder. A Eduardo Bohórquez, de Transparencia Mexicana, le escuché decir en el Foro Anticorrupción de Coparmex algo que emociona: no estamos acostumbrados a ganar, con el SNA ganamos algo que todavía no dimensionamos.

Pero en otros espacios sucede algo harto interesante. La idea del “Precedente”. Es decir, la idea de que no basta con empujar cambios en las legislaciones, los reglamentos y los procedimientos vía el diálogo y la propuesta, sino que el estado de cosas es tan malo que urge ejecutar acciones concretas contra la ineptitud, la opacidad y la corrupción de nuestra clase política. Sentar precedentes de justicia y legalidad. La crítica: es demasiado radical y, por lo tanto, riesgoso.

En esa idea cabe, por ejemplo, el discurso del Diputado Independiente Manuel Clouthier con motivo del Cuarto Informe: “¡Ya basta! ¡Ya basta del ejercicio patrimonial del poder! ¡Ya basta de sentirse dueños del país y de la cosa pública!”.

Desde esa perspectiva se gesta la idea de proponer la renuncia de Peña Nieto con argumentos políticos, éticos y técnicos. No es para asustarse, en su columna Alberto Serdán lo dice bien: “La renuncia Presidencial es un acto legal, legítimo, democrático y pacífico previsto por la Constitución que en el Artículo 86 establece que el “cargo de Presidente de la República solo es renunciable por causa grave…”. Y vaya que hay causas graves en materia de derechos humanos, procuración de justicia, corrupción, etc.

Obvia decir que tras la convicción con la que ha defendido sus absurdos, no veo a este Presidente renunciando por puro decoro. Pero lo más relevante de apretarle las tuercas a la clase política desde la sociedad civil es que sí funciona. Por frustrante que parezca a veces.

Más allá de la inexistencia de mecanismos reales de rendición de cuentas como la revocación de mandato, la sociedad mexicana ha venido encontrando formas de presionar a la clase política y expresarle su hartazgo vía la protesta y/o el diálogo. Las encuestas, las redes sociales y ciertos espacios periodísticos son ahora imposibles de soslayar en la toma de decisiones desde Los Pinos.

Creo que las dos posturas no son excluyentes, sino complementarias. Ambas tiene mucho que aprender una de otra. Cuando el diálogo se vuelve simulación, hay que tensar la cuerda; y cuando ésta corre el riego de romperse, hay que volver al diálogo. Así sucesivamente.

En el mismo foro, le escuché a Juan Pardinas una frase que ejemplifica esta idea: meter a la cárcel a Duarte no va a solucionar la corrupción sistémica de México. No, para eso está el SNA, ¡pero cómo ayudaría!

La carrera de largo plazo desde la sociedad civil debe continuar de frente a la clase política. Con inclusión, pero sin complicidad. #RenunciaYA puede ser, en ese sentido, un catalizador relevante de la indignación; pero, lo más importante, es que sea una vía, un acelerador, para la acción coordinada.

Dudo mucho que el Presidente renuncie, pero de algo estoy seguro: el poder ciudadano es real. Difuso, pero está allí. Se siente. El Presidente debe saber que se le acabó el tiempo. Y a los mexicanos, la paciencia.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.

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