Ciudad de México, 8 de septiembre (SinEmbargo).- Tener un personaje claro y preciso en la cabeza debe de ser –imaginamos- tener gran parte de la novela ya hecha. En ese proceso de construir una historia, la voz de quien la cuenta es lo más difícil de conseguir, cuentan los dedicados al noble y complejo oficio de la escritura.
Algo de eso le pasó a Felipe Lomelí, quien en su reciente Indio borrado (Tusquets), habla en nombre de “El Güero”, un adolescente que vive entre balas y chemo, entre violencia y abandono, con una voluntad de liderazgo y el espíritu emprendedor que es conocido en los nacidos en Monterrey, donde transcurre la historia.
Como novela de lenguaje, Indio borrado representó para el autor nacido en Jalisco en 1975, un desafío de grandes dimensiones. Se trataba de capturar el argot de las pandillas y hacerlo fresco, verídico, en el contexto de una narración que busca alejarse todo el tiempo de lo sentimental, sin por ello convertirse en un estudio psicológico sobre las tribus urbanas.
Autor del cuento más breve en lengua hispana titulado “El emigrante”, (“-¿Olvida usted algo? -Ojalá”), Luis Felipe timonea una obra literaria que ha sido traducida a más de 12 idiomas, entre éstos, el árabe, japonés y húngaro.
Ganador del Premio Nacional de Literatura de Bellas Artes, San Luis Potosí, por su libro de cuentos, Todos santos de California, también escribió la novela Cuaderno de flores y ahora presenta Indio borrado con la virtud melancólica de quien añora un paraíso perdido.
Lomelí, que ahora vive en Coahuila, estuvo durante muchos años en Monterrey, tanto como para sentirse regio y vivir en carne propia el declive de una ciudad que otrora fuera ejemplo de desarrollo económico y bienestar.
“¿Por qué la ciudad que más quiero de este país se había ido a chingar a su madre?”, es la pregunta que vuela sobre las páginas de su segunda novela, escrita al calor de visitas constantes a la colonia Revolución Proletaria, donde convivió con los miembros de la pandilla de “Los Rats” y se familiarizó con el lenguaje violento y las expresiones coloquiales de los que viven al margen de la sociedad establecida.
En “la tierra de gigantes”, “ciudad que arde” como pocas, “El Güero” expresa su monólogo interior con las limitaciones de un pensamiento absorbido por las experiencias alucinógenas. Es un discurso drogado que confunde realidad con fantasía en un juego donde el lector tendrá que decidir dónde está la verdad, si es que hay una sola y rotunda verdad en la novela.
Como género, podría decirse que Indio borrado tal vez sea una de las últimas novelas de eso que dio en llamarse narcoliteratura, aunque como reflejo y no como centro, puesto que no describe la violencia en forma taxativa, sino sus restos, los despojos que ha dejado el huracán de sangre y muerte en el México de nuestros días.
Es también una exploración al mundo de la delincuencia juvenil que produjo en nuestro continente obras como La vendedora de rosas, una película del colombiano Víctor Gaviria o Pixote, el recordado filme de Héctor Babenco en los ’80.
“Gaviria me parece un tipo sensacional, he conversado con él varias veces y describió como pocos la violencia en Medellín. Pero tanto La vendedora de rosas como su otra películas Rodrigo “D” No futuro ya son bastante viejas y vienen de un tiempo donde todavía no se había reconformado el asunto de la violencia con los elementos del capitalismo que tenemos ahorita”, dice Luis Felipe Lomelí en entrevista con SinEmbargo.
“Eran otras maneras de afrontar la violencia y las de ahora, por desgracia, son peores”, agrega el autor.
–Lo que hay ahora es una decisión política tomada en las mesas del poder que equivale a abandonar a la juventud
–Sí, un abandono total y recordarla sólo en tiempo de elecciones. Grosso modo no hay programas reales de apoyo a los más jóvenes. En algunos puntos específicos hay programas maravillosos, pero en general no se propicia la creación de tejidos sociales ni existe una política social incluyente. En el caso de Monterrey, lo que pasa ahora se veía venir desde los ’90 y fuimos muchas las personas que trabajábamos en las barriadas asesoradas por amigos sudamericanos como la dramaturga argentina Coral Aguirre, que nos ayudaron a ver que el sistema de opresión sobre las colonias populares era el mismo que aplicaron las dictaduras en los ’70, al sur del continente. Luego fui a Medellín, por mi trabajo de ingeniero, y cuando regresé a Monterrey quedé horrorizado. Todo estaba a punto de explotar. Por desgracia tuve razón. Hubiera querido estar equivocado.
–Dicho esto, Indio borrado no tiene nada de crónica, es literatura pura y dura, sobre todo por el protagonista, “El Güero”
–Quería escribir por qué Monterrey se fue a la mierda y lo intenté mediante ingenieros o estudiantes y no pasaba nada. Cuando encontré a “El Güero”, encontré la novela. Coincidió que cuando empecé a escribirla, mi mujer anuncia su embarazo, así que tomé el deadline del nacimiento de mi hija también como el deadline de la novela. Luego, hubo otros nueve meses para corregirla, sobre todo por el tema del lenguaje, cómo lograr que sea fresco, real…
–Precisamente, el lenguaje es una de las grandes virtudes de la novela, ahora veo que fue bastante complicado
–Sí, las palabras que no se entendían o que presentan significados contrapuestos planteaban problemas que llevaba días resolverlos. Apelé también mucho al lenguaje poético y a la Biblia, que es muy poética, para que el significado si bien no fuera tan claro produjera efectos sentimentales en el lector.
–¿En qué momento se vino abajo Monterrey?
–La violencia del narco fue la cerecita del pastel, pero alguien había puesto desde hace mucho los explosivos. La novela funciona como metáfora de lo que pasó, en el sentido de que el protagonista busca matar al padre. Los industriales que crearon Monterrey, por las razones que fueran, tenían un sistema de prestaciones maravilloso para sus trabajadores. El sueño regiomontano era un sueño increíble. Mucha gente se hacía millonaria, además, como fruto del trabajo y del esfuerzo. Cuando llega la globalización, se cortan las prestaciones y se termina el futuro. Convivían además empresarios y trabajadores en una ciudad con poco racismo y eso se acabó con el advenimiento de las nuevas generaciones.
–Luego entró la violencia
–Así es. Lo curioso es que este espíritu emprendedor tan característico en los regiomontanos abarca todos los estratos sociales. Monterrey en ese sentido es muy parecida a Medellín, donde empezó el sicariato. Un chavito regiomontano puede empezar trabajando para un patrón, pero a la larga querrá independizarse. En el proceso de exclusión social, el espíritu emprendedor creado por la ciudad se vuelve en contra de la propia ciudad.
–Para ser emprendedor, “El Güero” está bastante ido de la realidad
–El que sale a matar necesita estar ido de la realidad. Por otro lado, llámese Facebook o Resistol, la fuga de la realidad es un signo de nuestros tiempos.
–Además de buscar al padre, “El Güero” busca su propia masculinidad
–Sí, es la realidad de millones de niños en el mundo, frutos de esos matrimonios que no cuajaron; a la edad en que el chavo decide ser hombre piensa que tiene que serlo con todo, siente que tiene que mantener la casa, cuidar el territorio, proteger a la familia, nadie puede tocar a mi hermana, a mi madre, etc. En todo eso, no se anima a dar su primer beso, reflejo de las grandes contradicciones de la edad: odio todo, pero a la vez estoy ilusionadísimo con todo.
–¿La violencia de las barriadas regiomontanas que pintas en tu novela es así ahora?
–Ahora es peor, incluso. Aunque lo que he tratado de hacer es pintar ese paisaje a través de la literatura más que del periodismo. Intentando destacar las historias personales alrededor de la violencia y no la violencia en sí.