La escritora y a la vez editora de la revista Literal, mexicana residente en los Estados Unidos, presenta una antología de cuentos donde la niñez en riesgo conforma la sustancia de relatos que pueden leerse como si de una novela corta se tratara
Guadalajara, Jalisco, 7 de diciembre (SinEmbargo).- En El agua que mece el silencio (Vaso Roto), la escritora mexicana residente en los Estados Unidos Rose Mary Salum expresa una necesidad persistente por encontrar algo que oculta la memoria, recreando una memoria familiar y hablar de los chicos de la guerra, del Líbano y de todas las fronteras y puentes que separan y unen mundos extraordinarios.
Salum es escritora, editora y directora de varias publicaciones. Fundadora y directora de Literal Publishing y Literal, Latin American Voices, es también utora de los libros de cuentos Delta de las arenas. Cuentos árabes, cuentos judíos (International Latino Book Award; Vigía, 2015, Literal Publishing, 2013) y Entre los espacios (Tierra Firme, 2002). En 2009 editó la compilación Almalafa y Caligrafía. Literatura de origen árabe en América Latina para la revista Hostos Review.
Por su labor literaria y editorial ha recibido el premio Author of the Year 2008 del Hispanic Book Festival, el Classical Award otorgado por la Universidad de St. Thomas, y un reconocimiento por el Congreso de Estados Unidos. Es colaboradora de la Academia Norteamericana de la Lengua y profesora de escritura creativa en la Universidad de Rice, Houston.
–El agua que mece el silencio son cuentos que pueden leerse como novela, los géneros están un poco a debate en la literatura contemporánea, ¿verdad?
–Sí, se están como desintegrando. La génesis de este libro está en el cuento que le da título y que cuando lo terminé de escribir hizo surgir en mí la necesidad de seguir hablando y escribiendo sobre el tema. El segundo cuento apareció pronto y me di cuenta de que estaba interconectado con el anterior. Hay un narrador en el primero, que es un niño y en el segundo el que narra es su amigo. Fue cuando me di cuenta de que debía seguir escribiendo bajo el mismo entorno, dentro de las mismas circunstancias. Así nació el libro.
–¿Cuál es el tema central?
–Se trata de niños de diferentes credos que viven en Medio Oriente, precisamente en El Líbano. De pronto explota una bomba. Surge una reflexión acerca de qué siente un niño frente a circunstancias tan agrestes, en medio de un mundo tan conflictivo, por decir lo menos. Son niños que han crecido muy protegidos, cada uno en su credo, que se encuentran en edad adolescente y por tanto inmersos en el despertar sexual y en el descubrimiento de un universo que pronto comenzarán a experimentar como adultos. Son almas vírgenes, no están contaminados por la narrativa del Medio Oriente, no están desgastados por el diálogo de la región, por esa violencia que no hay modo de parar.
–¿Te toca el tema de cerca?
–Sí. Mis abuelos se exiliaron en México a principios del siglo XX, después de la Primera Guerra Mundial y la idea de ellos era irse a los Estados Unidos, que increíblemente es el lugar donde vivo desde hace casi 20 años.
–Cumpliste el sueño de tus abuelos
–Así es, incluso una vez escribí un ensayo contando cómo terminé ese viaje que ellos iniciaron.
–Hay niños de la guerra en el Libano, pero también en México
–Sí y todo está relacionado. No he visitado Medio Oriente por lo que mis cuentos son fruto de mi imaginación, razón por la cual no es descabellado pensar que todo se cuela ahí, entre ello, la experiencia de la violencia en México, mi país natal. Las víctimas son los niños, tanto aquí como allá.
–¿Fue algo planeado hablar de la violencia y sobre todo de la violencia que sufre principalmente la niñez?
–No, fue algo totalmente inesperado. Así surge la escritura, al menos así nació este libro. Son esas cosas que te asaltan y sientes que las tienes que escribir. Al principio escuchas esa voz interna que te boicotea y te dice que no vale la pena escribir sobre ese tema, que cómo te atreves, pero luego poco a poco esa voz se acalla y surgen las historias. El hecho de haber sacado el libro me liberó de esa guerra interna y me hizo dar cuenta de que puedo encontrar cosas escondidas de mí.
–¿Y el lenguaje, cómo ha sido?
–Me sentí muy a gusto con el tono, el lenguaje fluyó muy bien y me sentí muy cómoda. Creo que repetiré la experiencia en mi próximo libro. No estaría mal retomar esas voces y ver cómo evolucionan, qué otras cosas tienen para decir.
–¿Cómo está el proyecto de Literal?
–El proyecto está evolucionando. Hace 12 años que iniciamos la revista y luego nos empezamos a dedicar a lo editorial, dando inicio a varias colecciones. Una de ellas es “Dislocados”, que hacemos en colaboración con la Universidad de Rice, en Houston. Se trata de publicar en español en los Estados Unidos a autores ya establecidos. Todo eso se archiva en la universidad. La otra colección es “Lateral”, con ediciones bilingües en español e inglés. Además, hay una colección de arte y otra de ensayos. Por si fuera poco, hace tres años lanzamos un concurso internacional de cortometraje, así que estamos muy contentos y muy ocupados.
–¿Qué significa dedicarse a la literatura desde lo editorial y desde lo autoral?
–Son compromisos diferentes y es a la vez el mismo. Se trata de estar comprometido con la palabra, para tratar de mejorar el mundo dejando una microhuella en los lectores que se sientan conmovidos por los textos que uno escribe y edita.