Ciudad de México, 6 de julio (SinEmbargo).- Llegó a la Universidad de futbol para disfrutar de la fiesta de despedida que el Club Pachuca le había preparado tras confirmarse su fichaje como nuevo jugador del F.C. Porto. El club portugués, escuela Europea de grandes jugadores jóvenes, pactó en ocho millones de Euros el traspaso. Héctor Herrera es la transferencia más cara en la historia del futbol mexicano. Cuando se acercó a la puerta de las instalaciones del club tuzo, los guardias de seguridad no lo dejaban entrar.
En 2007, Herrera debutó como profesional en los Arroceros de Cuautla. A sus 17 años, jugaba en segunda división con el hambre de cualquier joven, pero pensando en el hambre que su pequeño recién nacido tendría. El camino hacia la primera división de gran solvencia económica se convirtió más que en un deseo, en una necesidad. De gestos somnolientos y de carácter tranquilo, Héctor siempre estuvo consciente de las cualidades que sus piernas tenían. Por eso nunca abandono a pesar de las inclemencias de su realidad con una novia adolescente embarazada.
Toma el balón en el centro de la cancha del St. James Park, casa del Newcastle United donde México está debutando en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. El mexicano hace una finta hacia la izquierda de espalda a su marcador y gira rápidamente con dirección contraria. “Hostia, Iniesta”, dice un periodista español que cubre el partido. De pronto sus ojos se abren y anota en su libreta “6, México”. De ahí en adelante, no le quitará los ojos de encima. Al igual que el reportero, varios agentes de equipos importantes están en la grada. Es muy probable que el seis mexicano esté también en sus libretas.
“De chiquito le iba al Cruz Azul”, dice ante la cámara que lo graba para un reportaje en su casa con su familia. La humildad que desborda es poco vista en jugadores profesionales. Héctor salió de un barrio bajo de Tijuana donde andaba en bicicleta más cerca del sueño americano que del profesionalismo en el futbol. Sin embargo, la pelota siempre colmó esos sueños que ante la gente que lo rodeaba siempre fueron más fantasía que un proyecto real a futuro. Los halagos se incrementaron y a la familia no le quedó más remedio que sucumbir a los deseos del futbolista.
Acabando el partido de su debut en Cuautla, un reportero local se le acerca con una cámara para entrevistar al nuevo refuerzo. Herrera usaba el número 40 y anotaba goles como especialidad. Con una timidez evidente, Héctor balbuceaba frases cortas de las que se escuchan cada fin de semana en las zonas mixtas de los estadios. Fue la figura de su primer partido, se sentía cómodo con el balón pero no tanto con el micrófono en frente. Sin embargo, tampoco tenía la autoridad de rechazar a los reporteros.
Shantal es una muchacha que cuida sus palabras cuando la entrevistan. Es la esposa de Héctor Herrera, la que muchas veces intentó disuadirlo de seguir con el futbol cuando el dinero no alcanzaba para ir al ginecólogo. “Me gustó su sencillez, nunca ha sido presumido”, dice sonriente mientras le toma la mano. La vida de Herrera cambió en 2011 cuando debutó con Pachuca en primera división tras un paso por Tampico Madero. Los sueños desde aquellas calles de aires fronterizos, se hacían realidad en Hidalgo.
El paso de la histórica selección olímpica en Londres, dependió mucho de las virtudes del jugador de Pachuca. En los hoteles de concentración, varios agentes deambulaban con tarjetas de presentación en mano. Héctor era de los más solicitados. Tomaba la tarjeta, sonreía tímido y agradecía por el gesto. El mexicano tenía la habilidad de romper un partido con su cambio de ritmo. La medalla de oro que se colgó en el cuello, tuvo efecto en el Porto que se comunicó con Pachuca.
“¿Quién eres?”, le cuestionaron los uniformados. “Héctor Herrera, jugador”, contestó el tijuanense. “¿De qué división?”, insistieron. “De primer equipo”, volvió a responder. Alguien de la directiva se dio cuenta y vino al rescate de tan penoso incidente. Cuando entró al reciento, fue recibido con aplausos. El futbolista tiene nada de arrogancia. Una persona que utilizó el balón para enterrar un poco su timidez. En aquel campo disparejo de Cuautla, se forjó la carrera del mexicano por el que más dinero se ha pagado. “Iniesta”, dijo aquel español con libreta en mano. El apellido Herrera, está a punto de darse a conocer.