EL EXTRAÑO CASO DE LESLIE Y LAS BALAS MILITARES

05/03/2013 - 12:00 am

El 13 de febrero de 2011, la vida de Leslie Abigail cambió para siempre. Una bala de militares se alojó en su cabeza. Aún no camina pero sigue recuperándose. La Sedena reservó el caso 12 años.


Culiacán, 5 de marzo (SinEmbargo).– Al sur de Culiacán, en la colonia Antonio Nakayama, nueve militares persiguen y disparan a un grupo de personas que viajan en una camioneta Hummer.

Son las 11:30 de la noche del 13 de febrero de 2011 y, mientras continúa la persecución, la Hummer rebasa a toda velocidad a una Ford Lobo en la que se trasladan seis jóvenes.

Los militares mantienen los disparos y algunos proyectiles se insertan en la camioneta de los chavos. Asustados, ellos intentan huir del lugar pero los uniformados siguen disparando. Cuando la Ford Lobo se detiene, uno de los soldados reprende al conductor. Vienen los gritos, los golpes y los reclamos.

Poco a poco los militares se enteran de que estos jóvenes no son a quienes persiguen. Los supuestos delincuentes han escapado.

Así pasan los minutos, mientras una menor yace inconsciente en el asiento de la cabina de la camioneta con un hilo de sangre que le corre por el cráneo. Esa mujer de 17 años se llama Leslie Abigail Escobedo Niebla y tiene un pedazo de bala dentro de su cabeza: los militares le acaban de cambiar la vida para siempre.

Leslie. Foto: Especial

La versión de los hechos se conoce porque el Ejército y algunos testigos temerosos la han informado. Este es uno de los últimos casos donde soldados lesionan a una civil y son juzgados por militares.

En los primeros reportes se hablaba de que los jóvenes no se detuvieron ante un retén militar. Sin embargo, la verdad que consta en el expediente del caso de Leslie no se sabrá porque fue clasificado por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) como reservado por los próximos 12 años.

LA OPACIDAD DEL VERDE OLIVO

El 11 de mayo de 2012 una persona solicitó a la Sedena el expediente de Leslie a través de la Ley de Acceso a la Información, y lo hizo de la siguiente manera: “Por medio de la presente solicito la versión pública –copia electrónica o escaneada para entregar por Infomex– de los documentos que consignen la información sobre el accidente que involucró a elementos militares en la herida de la joven Leslie Abigail Escobedo Niebla”.

El expediente, agregó en la solicitud, podía ser entregado de manera testada para que se protegieran los datos personales. Sin embargo, la Secretaría de la Defensa Nacional prefirió ocultar la información por más de una década.

Esto es lo que respondió la Sedena el 6 de julio de 2012: “Se le hace de su conocimiento que no es posible proporcionarle la versión pública que solicita en virtud de que el expediente se encuentra como reservado, ya que dicha causa penal 215/2011 no ha causado estado, es decir se encuentra en la etapa de instrucción, por lo que podrá permanecer con tal carácter hasta por un periodo de 12 años”.

En 2011, cuando se conoció que Leslie Abigail había sido herida por una ojiva de bala en la cabeza, todas las miradas voltearon a los militares. Y es que en Sinaloa había dos antecedentes que cimbraron a la opinión pública donde soldados asesinaron a civiles inocentes.


El primero fue el que sucedió en La Joya de los Martínez, municipio de Sinaloa de Leyva. El 1 de junio de 2007 militares dispararon contra una camioneta, mataron a tres menores de seis, cuatro y un años, a la madre de éstos y a su compañera de trabajo, una profesora rural.

El segundo crimen fue en marzo de 2008 en Santiago de los Caballeros, Badiraguato. Seis personas iban en una camioneta Hummer en el poblado serrano cuando los militares dispararon contra ellos y mataron a cuatro civiles.

A pesar de esta historia negra, en un inicio el General de Brigada Moisés Melo García, responsable de la Novena Zona Militar de Culiacán, advirtió que aún no se podía afirmar que Leslie Abigail había sido víctima de los proyectiles militares, que para eso se había iniciado una investigación.

Entonces los diputados del Congreso del Estado presionaron para que la milicia diera una explicación de lo sucedido y la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) se desplazó a la ciudad para iniciar una averiguación.

Con la presión encima, y cuatro días después del hecho, el General informó que nueve soldados estaban detenidos para ser investigados.

Pasaron casi 20 días más para que el General Melo aceptara que fue un militar el que baleó a Leslie Abigail. Informó que el soldado ya estaba tras las rejas, pero se negó a revelar el nombre del inculpado.

“Hay delitos dolosos y culposos, y aquí fue un delito culposo, desgraciadamente, y hay que aplicar la ley: cuenten que sí se está aplicando la ley”, dijo entonces a reporteros.

Mientras el General pedía que se confiara en sus palabras, los políticos exigían justicia para la menor y la CNDH investigaba el hecho, Leslie Abigail iniciaba un largo camino de recuperación que hasta la fecha no ha concluido.

LA ODISEA DE LESLIE

Es noviembre de 2011. Lelie Abigail usa el cabello corto y mira emocionada desde un sillón de su casa, una estrecha vivienda de paredes claras ubicada en la colonia Antonio Nakayama.

Al parecer, le gustan las entrevistas. Dice que ella quiere estudiar comunicación y ser conductora de un programa de revista, como el que encabeza Andrea Legarreta en Televisa.

Las terapias le han ayudado: se nota lúcida y con ayuda de sus padres puede ponerse de pie. Aún no camina, habla pausado y mantiene un problema motor en el brazo derecho.

Apenas nueve meses atrás Leslie luchaba por su vida en un hospital de Sinaloa, luego en uno de Guadalajara y más tarde en uno de la Ciudad de México.

Al verla así, con esa sonrisa extensa que ilumina sus mejillas rosadas, parece difícil imaginar aquel 16 de febrero cuando el director del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) dijo que la menor podría presentar daños cerebrales porque la ojiva llegó hasta algunas partes del cerebro.

En esos días, a la joven de segundo de preparatoria la mantenían en terapia intensiva, bajo el cuidado de neurocirujanos y terapistas pediátricos del ISSSTE; con sedantes y un respirador artificial.

Mientras tanto, el Ejército le hacía llegar despensas a los padres de la menor y pagaba los gastos médicos. Para el matrimonio era imposible hacerlo porque vivían con una pensión de 2 mil 260 pesos al mes que el padre de Leslie, Felipe Escobedo, recibía desde que se confirmó que no podía ver de un ojo ni escuchar de un oído y, por lo tanto, tampoco podía seguir de conductor de transporte público. Su esposa, la señora Sofía Niebla, era ama de casa.

Por eso los profesores y alumnos de la escuela Augusto Sandino, el bachillerato donde estudiaba Leslie, se organizaron, cooperaron y donaron 5 mil pesos a la familia, ya que el Gobierno del estado no había canalizado ningún tipo de ayuda.

La salud de la menor comenzó a mejorar poco a poco: empezó a respirar sin ventilador, a reír nuevamente y a abrir por completo los ojos pero aún mantenía el pedazo de bala alojado en su pequeña cabeza.


Leslie necesitaba de mayor especialización médica, por eso el 5 de marzo fue trasladada en una ambulancia militar a un hospital de la Sedena en Guadalajara. Ahí los médicos drenaron con éxito los líquidos almacenados en el cerebro de la muchacha.

Pasaron los meses, las terapias y las intervenciones médicas hasta que en julio de 2011 llegó el reto mayor: extraer la bala de su cabeza.

A mediados de mes, Leslie fue ingresada al quirófano del Hospital Militar de la Ciudad de México. Eran las ocho de la mañana cuando inició la operación que concluyó hasta las dos de la tarde. Fueron seis horas de trabajo médico para extraer el proyectil y reparar las zonas dañadas.

Tras la intervención la joven continuó en el hospital donde recibió terapias de lenguaje, de gimnasia y baños en tinas de vapor. Con los días, las semanas y los meses fue mejorando con la promesa de regresar a su casa antes de la Navidad de 2011, y lo logró.

Después de pasar por la desesperación, la angustia y la impotencia, Leslie regresó nuevamente a su pequeña casa de la colonia Nakayama, a un mes de que llegara la Nochebuena.

Dice que en sus manos no caben los rencores, ni siquiera para el presunto militar que le disparó.

–Yo siento lástima por él porque me imagino que tiene su familia. Y un arma no se debe de disparar a lo loco –comenta mientras se acomoda un par de brochecitos que sostienen los mechones de cabello quebrado.

Felipe Escobedo, padre de Leslie, menciona que los militares le han dicho que hay una persona encerrada por el balazo que recibió la menor. Sin embargo, la palabra justicia no aparece en este hombre: lo único que le importa es que el Ejército le siga dando apoyo médico a su hija para que se recupere lo más rápido posible.

CNDH: CASO CERRADO

Leslie en su hogar. Foto: Iván Contreras/Noroeste

Para la Comisión Nacional de los Derechos Humanos el caso concluyó, o como le llaman ellos: quedó sin materia.

Marat Paredes, segundo visitador de la Comisión, afirma que la carpeta de Leslie fue cerrada desde el 15 de marzo de 2012 –más de un año después de que la menor recibiera el impacto– cuando se llegó a un acuerdo con la Sedena.

Los militares se comprometieron ante la CNDH a pagarle a la joven la rehabilitación médica de por vida, a castigar al responsable del balazo que recibió en la cabeza y a darle a la familia una indemnización económica.

Contrario a lo que sucedió cuando se solicitó la información por medio de la ley de transparencia, Marat Paredes afirma que la comisión sí tuvo acceso al expediente y pudo constatar que había una persona en prisión.

El funcionario confirma que, el de Leslie, es uno de los últimos casos en los que resulta lesionado un civil por un ataque de soldados y no es enjuiciado por tribunales civiles.

“A partir de la resolución del año pasado de la Suprema Corte, en todas las averiguaciones previas y en las causas penales se ha declarado la incompetencia por parte de la Procuraduría de Justicia Militar y por parte de los juzgados militares, y al menos en los que tenemos conocimiento así ha sido, así ha actuado –advierte el visitador”, dice.

CONTROL DE DATOS

Leslie en su hogar. Foto: Iván Contreras/Noroeste

Han pasado dos años desde aquel 13 de febrero de 2011 y Leslie aún no camina pero ya escribe con su mano derecha. Su papá, Felipe Escobedo, afirma que los doctores le han dicho que seguirá mejorando y le ven amplias esperanzas de recuperación. Por lo pronto, la joven empezó a asistir los sábados a la preparatoria y sigue en terapias.

El señor Escobedo comenta que los más de 200 mil pesos de la indemnización ya se gastaron en la conclusión y equipamiento de un cuarto para Leslie, y que la crisis familiar ha escalado tan fuerte que no ha podido pagar los servicios de un notario para que le dé certidumbre sobre las escrituras de su casa.

Sobre el supuesto militar que baleó a Leslie no se ha sabido nada. A él le han informado muy poco.

–Que está detenido, que está en juicio y hasta ahí nada más –menciona durante una conversación telefónica.

El padre de Leslie se dice positivo, pero habla de lo ocurrido con un dejo de resignación en sus palabras.

–Esta es la vida que me tocó, hacerme para atrás ya no se puede. Es la vida que me tocó llevar –advierte.

Las preguntas en torno al balazo que mantiene a Leslie en terapias quedarán abiertas por lo menos durante casi 12 años más: ¿Qué pasó en realidad ese día?, ¿por qué balearon a la menor?, ¿de verdad perseguían a unos delincuentes?, ¿quién está tras las rejas?, ¿qué pena le dieron?, ¿en verdad encerraron al culpable?

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