La publicación de un libro sobre el primer año de Trump en la Casa Blanca confirma la idea del Presidente como un hombre de escasa talla intelectual hasta niveles difíciles de creer. El libro ya ha tenido una consecuencia política seria: la ruptura total entre Trump y Stephen Bannon, que fue su director de campaña y consejero de estrategia en la Casa Blanca.
Trabajar para él era como “intentar descubrir lo que quiere un niño”, dice una consejera que sólo duró dos meses en la Casa Blanca.
Por Iñigo Sáenz de Ugarte
Madrid/Ciudad de México, 5 de enero (ElDiario.es/SinEmbargo).– Todo Washington habla esta semana de un libro, Fire and Fury. Inside the Trump White House, de Michael Wolff. Durante un año, el periodista con una larga trayectoria dedicada a escribir sobre medios de comunicación, incluida una biografía de Rupert Murdoch, tuvo un amplio acceso a la Casa Blanca con el permiso de Donald Trump al que le había gustado una entrevista que le hizo Wolff antes de las elecciones. Fue un artículo amable. Al entonces candidato, al que muchos medios no tomaban en serio, le gustó especialmente la portada.
El libro ya ha tenido una consecuencia política seria: la ruptura total entre Trump y Stephen Bannon, que fue su director de campaña y consejero de estrategia en la Casa Blanca. El miércoles, se supo que Trump había dicho que su antes amado Bannon “había perdido la cabeza” tras abandonar su puesto.
Bannon salió de la Casa Blanca y volvió a ocupar su antiguo puesto de presidente de Breitbart News, la página web ultraconservadora con unos diez millones de usuarios únicos al mes que es uno de los principales puntos de apoyo mediático para Trump. La portavoz de la Casa Blanca dijo el jueves que Breitbart debería deshacerse de Bannon. Una de las accionistas de la empresa, la millonaria Rebekah Mercer, ya ha cortado relaciones con él y reafirmado su apoyo a Trump.
La fortuna de la familia Mercer era uno de los soportes con que contaba Bannon para desafiar con candidatos ultranacionalistas al establishment del Partido Republicano. Quizá los republicanos hayan conseguido acabar con una amenaza que les rondaba para las elecciones de 2018 gracias al libro de Wolff.
El libro no tiene desperdicio, sobre todo las partes en que se plantean serias dudas sobre la estabilidad mental de Trump, que tiene 71 años, y su capacidad de concentración para tomar las decisiones más simples.
Las dudas también alcanzan al propio libro. Wolff no tiene la reputación de ser un periodista concienzudo que toma notas de todo y que confirma lo que escucha por duplicado. No tiene por costumbre grabar las entrevistas. “Wolff explota la tendencia humana de confundir la franqueza y la crueldad con la verdad”, escribió el periodista Jack Shafer, que no es precisamente un enemigo suyo.
En The Washington Post, ya han descrito algunos de los hechos descritos como increíbles, no por llamativos, sino porque no se pueden creer.
En el libro hay una larga descripción con diálogos de una reunión entre Trump y Murdoch a la que Wolff no asistió. No consta en ningún lado cuál es su fuente y cómo pudo recordar todo.
Wolff es un reportero que no desaprovecha un rumor o cotilleo siempre que dé lugar a una buena historia. Ya hay quien dice que precisamente por eso no resultaba inapropiado para el nivel de drama habitual en la Casa Blanca de Trump. Su presidencia es en el fondo una sucesión de hechos difíciles de creer incluso cuando son ciertos.
Desde este jueves, el libro ya es el número 1 en el ranking de Amazon, y eso que aún no podía comprarse.
Trump ha demandado a decenas de personas en su carrera empresarial. No ha perdido la costumbre. Sus abogados han enviado una carta a Wolff y la editorial para que no continúen con sus planes de publicar el libro bajo amenaza de una demanda por difamación y violación de la intimidad. La respuesta de la editorial ha sido adelantar su publicación desde el 9 de enero hasta este viernes.
Estos son algunos de los elementos más polémicos del libro, conocidos gracias a un extracto publicado por la revista New York y explicados por Wolff en un artículo en The Hollywood Reporter, medio del que es columnista habitual.
EL CANDIDATO QUE IBA A PERDER
Wolff sostiene que Trump nunca creyó que podía ganar las elecciones. “Puedo convertirme en el hombre más famoso del mundo” incluso en caso de derrota, cuenta Wolff que Trump dijo a uno de sus asesores. “Ahora Trump, animado por (Roger) Ailes (expresidente de Fox News), estaba especulando con la idea de una cadena televisiva” centrada en él. Aunque perdiera, saldría de esa campaña “con una marca personal más poderosa e incontables oportunidades”.
Ese es un tema del que se habló en campaña, cuando la inmensa mayoría de medios y analistas pensaban que Trump no podía ganar. De todas formas, la idea de que un personaje tan competitivo como Trump en sus negocios, con un ego obsesionado con cultivar la imagen de ganador, se conformara con ser el segundo en una carrera que en realidad sólo tenía dos competidores resulta muy extraña.
A las ocho de la tarde del día de las elecciones, cuando se empezó a intuir que podía ganar, el hijo mayor contó a un amigo que Trump parecía “como si hubiera visto a un fantasma”. “Melania (su esposa) estaba llorando, y no de alegría”. Trump pasó de la incredulidad al terror, y finalmente al convencimiento de que estaba perfectamente capacitado para el puesto.
“NECESITAS A UN HIJO DE PUTA”
Es sabido que, a diferencia de la campaña de Hillary Clinton, Trump no hizo preparativos sobre la transición a la Casa Blanca antes de las elecciones. No quería hablar del tema por pura superstición. El libro de Wolff incide en lo que después se confirmó como un terrible error, lo que ha sido descrito en detalle por los medios en el último año.
Roger Ailes le insistió en que nombrara a un tipo duro como jefe de Gabinete, un puesto clave para muchos presidentes de EU. “Necesitas a un hijo de puta como tu jefe de Gabinete”, dijo Ailes a Trump. “Y necesitas a un hijo de puta que conozca Washington. Querrás ser tu propio hijo de puta, pero no conoces Washington”.
Por eso, le propuso a John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes hasta 2015. “¿Quién es ese?”, respondió Trump, según el libro.
Como explica The Washington Post, es imposible creer que Trump no conociera a Boehner. Jugaron al golf juntos en 2013. Se refirió a él en cuatro ocasiones en la campaña.
Incluso la aparición del nombre de Boehner resulta un tanto absurda en este contexto. Alguien que ha sido presidente de la Cámara Baja, la tercera autoridad del Estado y el político republicano con más poder en los años de Obama, no aceptaría la idea de trabajar en un puesto tan inferior como el de jefe de Gabinete de la Casa Blanca.
MIEDO A SER ENVENENADO
La vida cotidiana de Trump en la Casa Blanca no podía faltar en un libro basado en confidencias. Es la primera vez desde los tiempos de Kennedy en que la pareja presidencial duerme en habitaciones separadas. En su dormitorio Trump hizo instalar dos televisores más, aparte del que ya existía, lo que confirma su obsesión por la información, o más bien lo que se dice de él en la televisión.
El dormitorio es su refugio personal. Quiso instalar una cerradura, lo que era un problema para los agentes del Servicio Secreto, que necesitan acceso a cualquier habitación del edificio.
Al personal de la Casa Blanca le prohibió tocar nada allí, ni siquiera una camisa usada que él dejara en el suelo. La prohibición de tocar sus cosas era aún más severa en el caso de su cepillo de dientes. “Desde hace tiempo, tiene miedo a ser envenenado. Es una razón por la que le gusta comer en MacDonald’s. Nadie sabe que va a aparecer y la comida ya está hecha”, escribe Wolff. Es cierto que es muy habitual que Trump envíe a alguien a traerle comida de McDonald’s.
LA CASA BLANCA DE LOS LÍOS
Trump no soportaba a la gente que le rodeaba en la Casa Blanca, sus asesores más directos, y despotricaba a gusto contra ellos en llamadas telefónicas nocturnas a otras personas (a Trump le encanta hablar por teléfono con sus amigos millonarios, sobre todo si es él el que habla en la mayor parte de la conversación).
Así aparecen resumidas esas críticas en el libro: “Bannon era desleal (sin mencionar que siempre tiene un aspecto terrible). Priebus [jefe de Gabinete hasta su cese] era débil (sin mencionar que era bajito, un enano). Kushner [su yerno y consejero] era un pelota. Sean Spicer [portavoz de la casa Blanca hasta su cese] era estúpido (y también tenía un aspecto terrible). Conway [consejera y portavoz habitual en televisión] era una llorona. Jared e Ivanka [su yerno y su hija] nunca debieron haber venido a Washington”.
Políticamente, es más relevante la idea, esta sí, confirmada por una persona identificada en el libro y que tuvo un alto cargo en la Casa Blanca, de que Bannon, Priebus y Kushner no se tragaban y no trabajaban juntos, lo que confirma el estado caótico y disfuncional de la presidencia de Trump. Ahora el jefe de Gabinete es el exgeneral John Kelly y las cosas son algo más convencionales. Nadie entra al despacho oval cuando le apetece, como ocurría antes.
REPETIRLO TODO VARIAS VECES
La capacidad de Trump de desarrollar argumentos en sus conversaciones con asesores es realmente limitada, según el libro. Quedaba patente por su manía de repetir lo que dice varias veces.
“Todos eran dolorosamente conscientes del ritmo creciente de sus repeticiones. Solía ocurrir que en 30 minutos repetía palabra por palabra y expresión por expresión las mismas tres historias. Ahora eso lo hacía cada 10 minutos. De hecho, muchos de sus tuits eran producto de esas repeticiones. No podía parar de decir lo mismo”.
Cualquiera que haya visto un mitin de Trump o una entrevista en televisión no se sorprenderá.
“EL PRESIDENTE SEMIANALFABETO”
Esa persona que fue alto cargo en la Casa Blanca, Katie Walsh, es la fuente de una descripción de los límites intelectuales del presidente de EEUU. Se supone que la información la aporta Walsh y las palabras las pone Wolff: “No procesaba información en un sentido convencional. No leía. Ni siquiera echaba un vistazo a las páginas. Algunos creían que en la práctica no era más que un semianalfabeto. Confiaba en su propio criterio, no importa que fuera escaso o irrelevante, más que en el de cualquier otra persona”.
Numerosos artículos han destacado que a Trump no le gustan los informes largos. No tiene un ordenador en la mesa del despacho oval y es normal que sus ayudantes le lleven impresos los emails que necesita leer. La orden es que si alguien necesita entregarle un informe, le presente un folio con un resumen del mensaje que necesita transmitir.
Trump comienza la jornada en torno a las 5.30 de la mañana leyendo algunos periódicos. Su lectura habitual antes de la Casa Blanca consistía en el tabloide The New York Post y The New York Times. No tiene costumbre de leer libros. Es un voraz consumidor de los canales televisivos de noticias, aunque él siempre lo niega, en especial de Fox News. Del programa matutino Fox & Friends, saca algunos de los temas de los que escribe en Twitter a primera hora de la mañana.
Trabajar con él era imposible, dice Walsh, que sólo duró dos meses en la Casa Blanca antes de salir corriendo. La mezcla de autoritarismo, gran ego, indecisión y falta de experiencia política hacía que trabajar para él fuera como “intentar descubrir lo que quiere un niño”.