Ciudad de México, 4 de junio (SinEmbargo).- Una vida agitada, una herencia vigente, una figura que se mantiene incólume en la historia del espectáculo mundial son los signos que construyen la imagen de Charles Chaplin (1899-1977), el cómico nacido como Charles Spencer Chaplin hace 125 años, supuestamente en Londres.
El célebre Carlitos es sin quererlo timonero de una paradoja que no se resuelve a pesar del tiempo transcurrido. Por un lado se trata de un personaje que la humanidad puede presumir de conocer casi al detalle y del que por otro lado poco se sabe.
¿Era un hombre malhumorado? ¿Era avaro? ¿Era comunista? En su biografía se destacan su infancia llena de carencias, con una madre (Hannah) actriz de music hall y con tendencia a sufrir enfermedades mentales y un padre (Charles Spencer) actor, alcohólico y abandónico. En el pequeño teatro familiar hizo Charles Chaplin su primera actuación. Tenía apenas cinco años.
Su destino estaba sellado desde edad temprana y nunca trabajó en otra cosa que no fuera el espectáculo, un camino que lo llevó a dibujar con pulso maestro al vagabundo de anchos pantalones, zapatos deformados, bigote, bastón y bombín con el que crecieron varias generaciones en el mundo.
“El bastón representa la dignidad de la persona, el bigote la vanidad y los zapatos deformados las preocupaciones”, dijo en una ocasión el autor de The Tramp (Charlot, vagabundo), el filme de 1915 que lo hizo inmortal y que esta semana es recordado por su hija, la también actriz Geraldine Chaplin, quien llegó a encarnar a su abuela Hannah en la película que dio el Bafta a Robert Downey Junior.
La hija mayor de Charles Chaplin y de Oona O’Neill, ex esposa de Carlos Saura, con el que filmó la inolvidable Cría Cuervos, se encuentra en Buenos Aires para apoyar el estreno de Amapola, de su amigo Eugenio Zanetti y en el que ella participa.
“El tango era el baile favorito de mi padre, él no escuchaba tangos, pero los bailaba muy bien”, dijo Geraldine, de 69 años, en una entrevista otorgada al periódico argentino La Nación, en cuyo marco se refirió al inminente museo en que se abrirá en Suiza, en la casa donde vivió Chaplin.
“No tengo nada que ver. El día que murió mi madre vendí mi parte de la casa, porque eran todas peleas: somos ocho hermanos y para peor siempre las votaciones daban par. Pero estamos todos de acuerdo en contribuir a su acervo con los objetos que tenemos de él.
En el sótano estará recreada su infancia en Londres y se construirá un edificio nuevo para ver sus películas. En la casa, como en el proyecto participa el Musée Grevin, pondrán figuras de cera, como Michael Jackson, que visitó mucho a mi madre y ella lo adoraba. Pero hay otros personajes en discusión: quieren incluir a Marilyn Monroe, que se acostó con uno de mis hermanos como con otras 28 mil personas”, cuenta con su humor habitual.
Desmiente Geraldine el carácter agrio de su padre en la faz hogareña y, por el contrario, de él destaca su origen en la época victoriana, un hecho que explica la rigurosidad evidenciada cuando la mandó a trabajar y ella terminó por conchabarse como mucama en Londres.
“Papá me dijo: – No vamos a estar pagando tus caprichos, tienes 17 años y tienes que aprender a trabajar. Vas a la universidad o te las arreglas. Así de simple. Era imposible pensar entonces que podías irte como una niña consentida, aunque lo fueras. Tenía que estudiar y trabajar también. Me tocó limpiar la casa de una señora encantadora que fue una especie de segunda madre”, cuenta al periodista.
UN POBRE QUE SE VOLVIÓ RICO Y FAMOSO
“Soy conocido en partes del mundo en las que la gente ni siquiera ha oído hablar de Jesús”, afirmó. Y tenía razón. Incluso algunos monarcas reconocieron que les gustaba el vagabundo y alabaron a Chaplin.
El actor inglés, nacido en la pobreza, se convirtió en la primera estrella mundial de Hollywood. Un cine de Nueva York llegó a proyectar durante nueve años seguidos sus películas, con una única interrupción: cuando se incendió el edificio”, recuerda Chris Melzer, de la agencia dpa.
Con Vida de perro (A Dog’s Life ) y sobre todo con El chico (The Kid), logró emocionar a millones de personas hasta las lágrimas. Y con El circo (The Circus), Luces de la ciudad (City Lights) y Tiempos modernos (Modern Times) rodó entre 1928 y 1936 y de forma consecutiva tres películas que todavía hoy muchos críticos consideran grandes obras de la historia del cine.
Eran películas mudas, en un tiempo en que el mundo entero se desvivía por las cintas habladas. Y cuando Chaplin dio el paso a la palabra, logró una de las sátiras más brillantes de la historia del séptimo arte: El gran dictador (The Great Dictator, 1940).
Durante una de sus estancias en Europa, el FBI le prohibió volver a Estados Unidos, pues lo acusaba de comunista. Chaplin se vengó con Un rey en Nueva York (A King in New York), en la que interpretaba a un ex monarca europeo invitado por el Senado estadounidense que se enreda en una manguera de incendios y acaba mojando a todos los políticos. La película, rodada en 1957, no pudo verse en Estados Unidos hasta 1973.
“Su gag comiéndose el zapato en La quimera del oro fue algo universal. Cualquiera, hombres o mujeres de todos los colores, naciones y religiones, podía identificarse con él. Estaba ante un problema que todo el mundo conocía”, dice Lisa Stein Haven, profesora en la Universidad de Ohio Zanesville, considerada una de las más versadas expertas en Charlie Chaplin.
“Cuando viene una persona y me habla de él con lágrimas en los ojos, es muy emocionante. Me sentiría muy desamparada si no tuviera eso. Charlot es mi héroe porque yo conocí a mi papá siendo un hombre viejo, muy diferente al de las películas.
En donde vivo, muchas veces las mamás les dicen a sus hijos: “Ella es la hija de Charlot”, pero los niños no les creen, porque él es joven en las películas y ¿cómo voy a ser su hija entonces? Ahora en el pueblo me conocen como la mamá de Charlot”, recuerda su hija.