Por Roberto C Balmori
Ciudad de México, 2 de mayo (SinEmbargo/LaCiudadDeportiva).– El ambiente de ilusión que dejó el Madrid, no pudo contagiarse en Barcelona. La tarea se presentaba mucho más complicada, una misión imposible dijeron muchos, pero el Barcelona dejó a su Ethan Hunt en el banquillo. El sueño blaugrana comenzó cuando se abrieron las puertas del Camp Nou, el mosaico de apoyo deslumbró con su color, pero al conocer que Messi no jugaría, se sintieron como un barco en aguas oscuras sin luz ni sonar. El Bayern Munich les hizo una herida profunda en la ida y dejó desangrarse lentamente a los blaugrana que veían cómo el suspiro de la vida se les escapaba en la Champions League.
Si el Madrid había rozado la gloria, el Barcelona tenía razones para creer. Si había un momento para que la magia de Guardiola regresara al templo blaugrana, era este miércoles; pero esa magia los había abandonado y ya tiene un nuevo receptáculo que jugará su décima final de Champions. Sin necesidad de cortes rápidos, el Barca se sabía con un pie en la tumba europea y los alemanes solo observaron mientras el color abandonaba la piel culé.
Durante la primera mitad del encuentro no hubo nada para ninguno y la preocupación se hizo presente. De llegar la remontada histórica el primer tiempo debía haber quedado 2-0 favor los locales cuando menos, pero al silbatazo intermedio la ausencia de goles acababa poco a poco con la ilusión catalana.
Los españoles habían logrado detener la hemorragia cuando al inicio de la segunda mitad, Arjen Robben volvió a abrir la herida y los ríos de sangre volvieron a llenar el piso del Camp Nou. Gerard Piqué fue nuevamente víctima del síndrome de Sansón y él mismo terminaría por clavar una daga en el cuerpo barcelonista y ya con los sueños destrozados no tenían más remedio que mirar al reloj mientras el monitor cardíaco daba sus últimos tonos.
El tiempo entre beeps se hacía más grande y Thomas Müller quiso terminar con el sufrimiento blaugrana con un último gol, más como un adorno a la eliminatoria dominante del Munich, que por la necesidad de hacer un gol. 7-0 dictaba el marcador global, ya no había nada que hacer y Lionel Messi observaba desde la ventanilla del cuarto de hospital el cambio de los picos verdes por la línea continua que marcó la muerte del Barcelona en semifinales por segunda vez consecutiva.
No hay palabras para describir lo que sucedió con el Barcelona, ni los rostros de la afición dejaban ver el verdadero sentimiento de una despedida que no tuvo ni siquiera la emoción final que se vivió en Madrid. Los blancos tuvieron la remontada cerca de las manos y ni con su mayor estirada pudieron alcanzarla; pero para los blaugrana siempre estuvo fuera de su alcance y la ilusión no pudo despertar.
Por entrega no quedó, simplemente la situación superó la historia reciente de un equipo que podía soñar con todo, pero en esta semifinal no logró emular las viejas glorias. Lentamente el Barcelona cerró los ojos y dejó salir su último suspiro de vida en la máxima competencia europea, como el paciente que únicamente sueña con terminar sus días, dejó su vida en las manos de sus victimarios bávaros.