Francisco Ortiz Pinchetti
01/09/2017 - 12:05 am
Los pobres… y los miserables
Y en tanto esos miserables (en el sentido de la primera acepción del término, como “ruin o canalla”, según la RAE) se confrontan hasta entre correligionarios, conocemos las cifras sobre la pobreza en nuestro país y sobre la distribución del ingreso.
En medio de la batahola mediática en la que nuestra clase política se retrata de cuerpo entero –y se desnuda— con toda clase de acusaciones, denuestos, demandas, insultos, descalificaciones y filtraciones, conocemos los índices de pobreza que describen crudamente la realidad nacional. Mientras los miserables se baten en las cloacas y la ignominia, nuestros pobres denuncian con su sola existencia una situación de injusticia y desigualdad que no atinamos a remediar. Esta es la verdadera tragedia de México.
Medios y redes sociales se saturan literalmente con la estridencia de los escándalos de la corrupción, el reparto multimillonario entre los partidos, las acusaciones mutuas de enriquecimiento ilícito, las traiciones, los negocios al amparo del poder, las mentiras, los fraudes, las simulaciones. Debería darles vergüenza. Debería darnos vergüenza.
Tan solo en la última semana han sido protagonistas de ese espectáculo deprimente personajes de todos los partidos, de todos los colores. Entre ellos se tildan de esquiroles, tramposos, mapaches, chantajistas. Ahí han estado lo mismo panistas que priistas, perredistas, verdes y morenistas. Todos.
Y en tanto esos miserables (en el sentido de la primera acepción del término, como “ruin o canalla”, según la RAE) se confrontan hasta entre correligionarios, conocemos las cifras sobre la pobreza en nuestro país y sobre la distribución del ingreso. Y concluimos que la situación de la mayoría de los mexicanos es absolutamente inaceptable, pero al parecer irremediable, como resultado precisamente de un sistema político corrupto e ineficaz del que se benefician unos cuantos.
Debiera resultar alentador saber que según las mediciones del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en 2016 se registraron reducciones en pobreza y en pobreza extrema respecto a 2014. No lo es, si ocurre que todavía tenemos en condición de pobreza a 53.4 millones de mexicanos (43.6 por ciento de la población total), aunque la cifra sea dos millones menor que la registrada en 2014. Y a 9.4 millones (el 7.6 por ciento) en pobreza extrema, contra 11.4 millones de la medición anterior. Según el Coneval, la pobreza se redujo en 27 entidades federativas, y aumentó en Chiapas, Campeche, Oaxaca, Tabasco y Veracruz. La pobreza extrema se redujo en todas las entidades, salvo Tabasco.
Hay que aceptar que, según la estadística, mejoramos. O para ser más precisos, estamos menos mal en cuanto a la cantidad de compatriotas que no alcanzan los niveles mínimos de bienestar. Quiere decir que a pesar de todas nuestras calamidades, algo está funcionando bien. La economía, el empleo, los programas sociales, las transferencias de los paisanos, la suerte.
Sin embargo, la realidad más cruel y dolorosa es que, pese a esos avances, la desigualdad entre los más ricos y los más pobres en México no cede, sino se agrava. La diferencia entre los ingresos que perciben los hogares ricos es 21 veces mayor a los que captan los habitantes de las viviendas más pobres en el país. De ese tamaño. Entre 2014 y el año pasado, el ingreso corriente promedio en el estrato más bajo fue de 91 pesos por día, mientras que en el extremo contrario registró los mil 876 pesos diarios. La distancia es brutal.
Otra forma de decirlo, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) correspondiente al 2016 y presentada el lunes pasado por el INEGI, es que el 30 por ciento de los hogares con mayores ingresos concentró el 63.3 ciento de los ingresos corrientes totales, mientras que el 30 por ciento de los hogares con menores ingresos obtuvieron apenas el nueve por ciento del costal.
En ese sector privilegiado de nuestra sociedad se ubican precisamente los funcionarios de alto nivel, los senadores y los diputados federales y locales, cuyos salarios superan los 120 mil pesos mensuales libres (es decir, cuatro mil pesos diarios), a los que habría que agregar prestaciones, bonos, gratificaciones, aguinaldos… y moches.
En ese contexto, datos como la erogación de seis mil 800 millones de pesos como subsidio a los partidos políticos indignan, por más que se quiera justificar como una inversión necesaria para el funcionamiento de nuestro sistema democrático. En total, el INE reclama un presupuesto de más de 25 mil millones de pesos para 2018. “Ni modo, hacer elecciones es caro”, dijo con cierto cinismo el presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, uno de los afortunados miembros de la elite burocrática mexicana. Él gana más de 236 mil pesos brutos al mes, más prestaciones. Sí, nos sale caro.
Es obvio que el reducir los sueldos de los políticos y altos funcionarios no resolvería en absoluto nuestros problemas de pobreza, marginación y desigualdad. Pedirlo, ofrecerlo o prometerlo como solución mágica para nuestros males es pura demagogia. Serviría al menos, eso sí, para no premiar la ostentación y el dispendio con los que los miserables de este país ofenden a los más pobres. Válgame.
@fopinchetti
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