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Adela Navarro Bello

01/02/2017 - 10:38 am

Patrioterismo contra nacionalismo

A Thomas Cromwell se le identifica en la historia por ser el cerebro, el ejecutor y el apostillador del Acta de Supremacía que entre 1532 y 1534 acabaría con las relaciones entre Inglaterra y Roma. Entonces el Papa tenía un liderazgo activo sobre las monarquías europeas, principio que Cromwell inculcó al rey Enrique VIII era […]

Steve Bannon, el principal estratega del Presidente Donald Trump. Foto: AP.

A Thomas Cromwell se le identifica en la historia por ser el cerebro, el ejecutor y el apostillador del Acta de Supremacía que entre 1532 y 1534 acabaría con las relaciones entre Inglaterra y Roma. Entonces el Papa tenía un liderazgo activo sobre las monarquías europeas, principio que Cromwell inculcó al rey Enrique VIII era mejor eliminar para llevar a cabo las ideas del monarca, convirtiéndolo en el líder supremo de la Iglesia Anglicana.

El simple recuerdo viene a la mente al pensar en Steve Bannon, el ahora Consejero de Seguridad, Jefe de Estrategia y Asistente de la Presidencia de los Estados Unidos a cargo de Donald Trump.

En una entrevista que concedió días después que el republicano ganara la Presidencia de la Unión Americana, al periodista Michael Wolff de The Hollywood Reportero, Bannon se identificó así: “Soy el Thomas Cromwell en la corte de los Tudors”. No lo expresó sin conocimiento de causa. Muchos le han acusado de ser un supremacista, un nacionalista, sexista, racista, xenófobo, un fascista que, ahora se sabe, ha ganado terreno y es la persona más cerca a Donald Trump.

Analistas de los Estados Unidos e internacionalistas, coinciden en que Bannon está detrás de las órdenes ejecutivas que ha firmado Trump en los primeros días de su gobierno para prohibir la entrada de refugiados musulmanes “sospechosos” a su territorio, de promover la construcción de un muro en la frontera con México, de salirse del Acuerdo Transpacífico para la Cooperación Económica, o de ideas como tasar con más impuestos a las empresas norteamericanas que importen productos o suministros de México, e incluso salirse del Tratado de Libre Comercio, o endurecer los trámites para las visas de mexicanos inversionistas, hombres de negocios, estudiantes e incluso turistas.

Antes si quiera que tomara posesión Trump, la clase política demócrata suscribió una carta, firmada por más de 160 representantes en el Congreso, solicitándole que relevara a Steve Bannon de la posición ya preponderante que tuvo en la etapa de transición, mientras ciertos republicanos permanecen atentos a la participación del consejero sobre quien en un editorial del periódico The New York Times, se preguntan si será el Presidente, más que Donald Trump, a partir de su cercanía y la evidente influencia en la toma de decisiones del neoyorkino. Sobre la inclusión de Steve Bannon en el Consejo de seguridad, en el editorial se posicionaron: “Pero una nueva orden ejecutiva que politiza el proceso para tomar decisiones de seguridad nacional sugiere que Bannon se quiere posicionar no solo como el titiritero sino como un presidente de facto”.

En la misma entrevista de Wolff, el consejero de Trump declaró, sin recato alguno: “La fuerza de Bill Clinton fue apelar a los votantes que no fueron a la universidad. Así se ganan elecciones. (...) Los globalistas destruyeron a la clase obrera de EU y crearon una clase media en Asia. La cuestión ahora es cómo logramos que los ciudadanos de EU no sigan jodidos. Si lo logramos, tendremos el 60 por ciento del voto blanco y el 40 por ciento del voto de los negros y los hispanos y gobernaremos durante 50 años.

Los demócratas no se han enterado de eso. Han estado hablando con esa gente que crea empresas con una capitalización de 9 mil millones de dólares y nueve empleados pero eso no es la realidad. Perdieron de vista o que de verdad es el mundo”.

Así ganaron la elección, y las primeras decisiones del Presidente Trump, aconsejado dicen por Bannon, han sido precisamente para dar marcha atrás a la globalización del mercado, de las religiones, el respeto a las razas, al libre tránsito, la poca conciencia sobre la defensa de los derechos humanos, y el nacionalismo a ultranza, medidas todas que están segregando a los Estados Unidos del resto del mundo.

En ese contexto internacional está México y su Presidente Enrique Peña Nieto, sin saber mucho qué hacer. Es evidente, por la forma tan pueril como ha reaccionado Peña, que no tiene un equipo de estrategas que le recomienden, más que pelear por el costo de un muro, centrarse en el desarrollo de la economía interna, en la creación de oportunidades para el desarrollo de los mexicanos. Si el gasolinazo del 28 de diciembre se debió al déficit del gobierno federal que le impide continuar administrando de manera óptima los recursos de la Nación, ante los embates de Donald Trump, las medidas emergentes que requiere el país van más allá de mensajes televisivos que solo promueven el patrioterismo, pero no la abonan al crecimiento del país.

El Presidente Peña ha ponderado las palabras de confort por encima de las medidas de acción a partir de su gobierno, para generar certeza interna, que lleve a otros mercados a establecer acuerdos con México y al crecimiento de los negocios de los mexicanos. Peña no puede, ante las circunstancias, dar marcha atrás al gasolinazo sin establecer un verdadero plan de ahorro desde el gobierno que encabeza, y un consensuado acuerdo nacional; de otra manera, de recular con el incremento a las gasolinas, resultaría que nos estuvo mintiendo. O que desaparecerá los programas de desarrollo social, algunos del Instituto Mexicano del Seguro Social, el Seguro Popular, porque eso fue lo que fundamentó para hacer el aumento, cuando pretendiendo que los escuchas lo entendiéramos, preguntó ¿Ustedes qué harían?

A la falta de acciones claras, precisas, en pesos y centavos de ahorros, simplificaciones fiscales, mejora regulatoria, austeridad real, los consejeros del Presidente y muchos de su partido, han acudido al patrioterismo. Y así hacen alarde de la patria en lugar de construir una nación.

México no será mejor, ni tendrá mejores oportunidades de crecimiento y desarrollo, mientras su gobierno obeso, ineficiente para la administración de los recursos, y promotores del terrorismo fiscal, promuevan el patrioterismo con banderitas tricolores a diestra y siniestra, por todas partes como marca de agua de una Nación sin más plan que envolverse en la bandera o rasgarse las vestiduras.

No es patrioterismo mexicano la respuesta al nacionalismo norteamericano. Si es, cosa contraria, la salida de Peña a los males políticos que le aquejan ante la sociedad y que podrían levantar su popularidad al mostrarse como el defensor de la patria, llamado a partir de exitosos empresarios, o políticos populistas, a las masas a portar “con orgullo” la bandera mexicana. Donald Trump le está dando elementos suficientes a Peña para remontar su gobierno a dos años de la salida, para que los mexicanos lo acuerpen mientras dejan de lado la corrupción que impera en este sexenio en gobierno federal, estados y municipios, el abuso que de las arcas hacen, la ausencia de certeza jurídica, y la impunidad criminal y política que prevalece, fenómenos que de ser erradicados en un real acuerdo nacional, provocarían el crecimiento del País.

Ahí está lo importante. En mostrar a México como un pueblo que castiga a los corruptos, encarcela a los criminales, cuyos funcionarios viven en la justa medianía, y los programas sociales son suficientes para sacar a la población de la pobreza, hacer a los trabajadores más compettivos, y colocar a la educación en un nivel superior para generar el crecimiento interno, el desarrollo tecnológico y la creación de empresas, un escenario tal, que sea atractivo a otros países, y beneficie al nuestro. Este es el momento justo para enderezar todo lo que se había torcido, sacar la casta y crecer.

Está bien la unión, el acuerdo nacional, pero no con banderitas o discursos de motivación personal, sino con acciones claras, concretas, con resultados determinados en plazos cortos y medianos.

De otra manera, promoviendo boicots a productos de los Estados Unidos, visitas a aquel país, no se establecen relaciones comerciales entre individuales, que a la larga nos afectan a todos. A los que producen, a los que venden, a los que crean empleos, aquí en otro lado.

A los asesores del Presidente, más que recomendarle tratar el tema del muro en lo oscurito, dejando a los mexicanos en la ceguera social, les hace falta ver más al enemigo político para establecer una estrategia de largo alcance en lugar de los fuegos pirotécnicos que hoy lanzan.

A Steve Bannon las banderitas mexicanas en todos lados no le hacen la más mínima mella, continúa junto a su Jefe (o títere, implicara The New York Times), viendo la forma en que sea México quien pague el muro, en que las empresas norteamericanas no se instalen de este lado de la frontera, en que los mexicanos de aquel lado sean expulsados. El mal es el mal, y Bannon lo sabe. Así lo dijo al periodista Wolff:

“La oscuridad (de maldad) es buena. Dick Cheney, Darth Vader, Satanás. Ese es poder. Y solo ayuda cuando ellos (los liberales) lo hacen mal. Cuando están ciegos a quienes somos y qué es lo que hacemos”.

De ese tamaño el influyente estratega de Donald Trump, que no teme terminar como Thomas Cromwell con los Tudor. Decapitado. Ante lo cual es evidente, la supremacía de su líder y el nacionalismo de su sociedad le representan todo.

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