Susan Crowley
Llamamos belleza a esa cualidad que provoca a los sentidos y a la contemplación y exalta el espíritu. Así la definimos, eso es lo que creemos que es. Pero existe otro tipo de estímulo, uno que sin deleitar y complacer remueve y cuestiona lo que somos.
Palermo, la capital de Sicilia, es uno de los sitios más fascinantes de Europa. Visitar esta pequeña ciudad, centro vital de la isla, nos somete a un mar de contradicciones y nos confronta con algunos de los mejores ángeles y los peores demonios de la sociedad occidental. El esplendor de la Magna Grecia, la belleza de sus iglesias y edificaciones medievales (normandas, bizantinas, árabes, otomanas), la exuberancia de los palacios renacentistas y barrocos españoles y franceses, la vida que brota en sus calles llenas de turistas, la popular Vucciria, mercado en el que conviven la belleza de los productos con el agitado trajín de sus vendedores, la deliciosa gastronomía mediterránea o el paisaje en el que igual encontramos una palma egipcia que un agave mexicano. En fin, una riqueza de olores, sabores e imágenes que contrastan irremediablemente con la basura en las calles, la pobreza de muchos de sus barrios y, lo más grave, con la dolorosa tragedia de la Europa de hoy, la migración.
La cuarta revolución de México, emblema del cambio prometido por AMLO nos ha colocado en la posibilidad, como observadores de la cultura, de reflexionar, valorar y por qué no, anhelar lo que queremos ver en México para los siguientes seis años.
“Esta es la sociedad del espectáculo”, proclamó Guy De Bord para hacer patente que todo y todos somos mercancía. Para nadie es novedad, dejamos de relacionarnos como seres del mundo real y nos convertimos en representaciones, espejo de lo que ambicionamos y nunca seremos, una visión de nosotros mismos que jamás se ajustará a lo que soñamos ser. Vivimos el estertor de la era globalizante, el sistema capitalista se fractura y sus fisuras dejan ver los grandes errores en los que incurrió. El culto a la personalidad y las pulsiones de una sociedad del consumo han vuelto al ser humano héroe y victima del sistema, lo han obligado a convertirse en una extensión del mundo digital, en músculo de la información desvirtuada, parte de los eventos mediocres, de las sensaciones banas e inmediatas.
Mozart in the Jungle es una serie que atrapó a los espectadores. Una de sus virtudes es el encantador y sensual Gael García quien caracteriza a Rodrigo De Souza y logra que el inaccesible mundo de la música clásica parezca muy cercano y hasta divertido. Pero las aventuras del director de orquesta resultan tema de análisis. Vamos por partes, tiene un perico (que invita a los ensayos), bebe mate como desesperado, resulta ser una especie de híbrido pos colonialista (solo porque sabemos que es mexicano lo identificamos como tal, podría ser carioca o tal vez venezolano, yo qué sé); además de las rastras tiene una intensa y vehemente capacidad de hacer el ridículo y está enamorado de una especie de artista feminista posmoderna y revolucionaria que toca el violín mientras hace los más extravagantes performances. Rodrigo es capaz de dejarlo todo, abandonar sus ensayos y a los músicos por ir en busca de su amada.
19 millones de entradas tuvo el video Apeshit de Beyoncé y Jay-Z grabado en el Louvre en tan solo un par de semanas. 8.8 millones de personas visitaron este museo durante un año. Las cifras no están mal. ¿Pero quién se atreve a explorar esta afamada institución como lo ha hecho Natan Schottenfels productor del video?
Para ti que eres fan del futbol y asumes que Rusia figura en el mundo por sus bellas mujeres (de exportación, ¡ja!), por los internacionales berrinches de Putin y por la nutrida lista de los hombres más ricos del mundo; te va un puñado de historias que surgen del poder de sus artistas. Son momentos en los que ya sea como Rusia o la Unión Soviética y ahora como un desarticulado mosaico de naciones, ha tenido en cada uno de sus creadores un valor trascendente para la historia del arte.
¿Qué puede ocurrirle a alguien que de un momento a otro cambia por completo su idea del mundo?, y más aún ¿cómo explicar que, al cambiarla, transforma también al mundo? Eso es justo lo que sucedió con Herald Szeemann, un hombre que modificó la manera en que tú y yo vivimos el arte, aunque no lo sepamos.
Demandó a Stanley Kubrick por utilizar sin autorización su Requiem en la famosa Odisea del Espacio (curiosamente la película popularizaría su hasta entonces desconocida música). La compensación que exigió fue de sólo 5 dólares, así sentó un precedente de respeto a los derechos de autor.
Canalla, mentiroso, viejo, enfermo, farsante, mafioso, corrupto; ha sido el lenguaje los candidatos durante la campaña para presidente de México. La opinión pública no se queda atrás: lo odio, qué coraje, me da rabia, siento impotencia, bola de ladrones, ignorantes, etcétera. Una triste reducción del lenguaje a adjetivos negativos que se convierten en balazos verbales, parte seminal de un discurso para descalificar al oponente y que logran, con un mínimo de imaginación y en un tiempo reducido, encarnar las emociones y sensaciones de muchos.
Esta semana el tema relevante para la cultura fue el diálogo por los proyectos culturales de los equipos aspirantes a la presidencia; ocurrió el lunes por la mañana. Un encuentro entre las distintas propuestas y posturas culturales como no se había dado antes. Raúl Padilla representando a Ricardo Anaya, Beatriz Paredes a José Antonio Meade, Consuelo Sáizar a Margarita Zavala (antes de defenestrarse) y Alejandra Frausto por Andrés Manuel López Obrador. Para ser sinceros fue un debate entre las visiones de la cultura entre Padilla y Frausto; las otras dos representantes, Sáizar y Paredes, sabedoras de no tener posibilidad alguna de triunfo, tuvieron un papel meramente testimonial. Este debate, comparado con el de candidatos presidenciales, ganó por mucho al establecer de entrada que no se trataba de atacar al otro, sino de exponer y dialogar sobre cada una de las políticas que tendrá el próximo secretario de Cultura.
Me voy a permitir citar dos películas; la primera, romántica y hoy anacrónica, Love Story. “Amor es nunca tener que pedir perdón” dice la protagonista antes de morir. El mayo francés de 1968 se vivió meses después en México, fue el 2 de octubre y se recuerda como la más cruda represión de la historia […]
Recientemente una de las obras del artista alemán Joseph Beuys (1921-1986), Das Kapital Raum (creada para la Bienal de Venecia de 1970), se vendió en la increíble cifra de 20 millones de dólares. Si la pudiéramos observar a simple vista, sería difícil imaginar que un montón de pizarrones negros con fórmulas y códigos ininteligibles borroneados y escritos a gran velocidad, al lado de un piano, además de una tinaja de grasa y un micrófono, pudieran alcanzar ese precio en el mercado. Pero el valor de estos objetos que Beuys solía llamar en su conjunto “instalación”, no resulta tan exorbitante comparado con cualquiera de las últimas escandalosas ventas de arte: Salvatore Mundi de Leonardo 450 millones; Femme assise, robe bleue, de Picasso 415 millones; Untitled de Basquiat 335 millones; son un ejemplo del ascenso de los mercados del arte moderno y contemporáneo. Es cierto que los nombres Leonardo Da Vinci, Pablo Picasso y Jean-Michel Basquiat, son un cheque al portador. Nadie duda que los precios de sus obras escalen cifras nunca antes imaginadas. El caso de Joseph Beuys es distinto. Su cuerpo de obra consiste en apenas “residuos”: grasa, miel, pedazos de felpas en un tono gris, una liebre muerta, linternas, un coyote salvaje dentro de una galería, pizarrones llenos de discursos escritos elaborados durante días enteros en los que pasaba dialogando con sus alumnos y seguidores.
Loveless parece un retrato del enojo con el otrora sistema soviético
Esto es México. Un país donde en una sola tarde podemos vivir el cielo y el infierno. Y más cuando se trata de ópera, en esta ocasión, la Gala Rossini en la que uno de los mejores tenores del mundo, Javier Camarena, mostró su excelsa y única voz y emitió sobreagudos con una fuerza, intensidad y perfección únicas. Al mismo tiempo, pudimos confirmar la inconsistencia de los valores locales que lo acompañaron pese a su empeño. Una inconsistencia que se advertía también entre el público mismo: asistentes apasionados y habitués de Bellas Artes, flanqueados por villamelones atraídos por la celebridad de la estrella.
Debido a que la semana pasada estuve muy densa e intensa y los tres o cuatro lectores que suelo tener y que valoro y agradezco profundamente lo habrán sentido, decidí que esta semana iba a tratar algún tema con más ligereza. Creo que no se me da, pero voy a intentarlo.