Susan Crowley
Un viejo colchón recargado en la pared manchado con restos de líquidos de dudosa procedencia; sobre él, dos melones y una cubeta, al lado un pepino en forma vertical sostenido por dos naranjas.
Cualquier intento de definir la obra de Bruce Nauman (Indiana, 1941), sin tomarse el tiempo suficiente para conocerla y analizarla, seguramente dará como resultado la frustración al no poder asir un solo concepto lógico, incluso, la evidente imposibilidad de agruparla o delimitarla racionalmente. La práctica indeterminada del artista es una constante danza entre los más diversos medios en los que ha desarrollado obras majestuosas a la vez que incomprensibles: objetos encontrados que incluyen fragmentos del cuerpo humano reutilizados, esculturas con formas anómalas y hasta espeluznantes, fotografías de situaciones incoherentes, neones con frases irritantes, dibujos que parecieran hechos por un niño, impresiones en papel con frases vulgares, videos que rebasan el entendimiento o acciones performáticas que exponen al artista a situaciones límite. En fin, ideas, juegos de lenguaje e inteligencia, semántica, estados de alerta constante que ponen todo nuestro sistema de pensamiento en shock para producir un estado propicio al conocimiento.
La vasta cultura afroamericana es suma de muchas y muy variadas expresiones. Desde su inicio una suerte de ritual representado en cantos espirituales, voces que lloran la injusticia y remiten al trabajo de miles de esclavos, himnos de protesta.
La vida de un artista es más que una inclinación, una vocación. Es por demás difícil y parece estar llena de intentos fallidos y fracasos, de noches oscuras y frustración más que de triunfos y aplausos. Todos escuchamos sobre los éxitos de los artistas convertidos en rock stars y sus ventas millonarias, pero también hay libros enteros que se dedican a contarnos las vidas trágicas de quien un día recibió un llamado, fue dotado con un don y decidió dedicarse a esto del arte. Lo sé desde que tuve mis primeros acercamientos a este universo, primero como estudiante de la carrera y después como maestra, consultora y ahora como curadora del grupo de residentes de zona 6 en la galería de Luis Adelantado. Cada vez que tengo contacto con un artista o acudo a una exposición, no dejo de hacerme la misma pregunta, ¿cómo logra soportar la vida que ha de llevar y no abandonarla en el intento?
El primero de octubre, se cumplen cincuenta años de la muerte de Marcel Duchamp. Una fecha por demás significativa para nosotros, la víspera del día más triste de nuestra historia, la fecha en la que la juventud de nuestro país fue condenada a la más nefasta de las torturas y castigada con guardar un silencio demoledor. ¿Cuántos años han pasado para poder recuperarse del movimiento del 68?, ¿realmente podemos hablar de una recuperación? El espíritu de miles de jóvenes se apagó y fue tatuado con el dolor de madres llorando a sus hijos perdidos. En una noche, la de Tlatelolco, se desdibujó la fuerza de las nuevas generaciones irreverentes e insolentes que buscaban cambiar al mundo. Triunfaron las ideas recalcitrantes y demagógicas y lograron arrancar de las manos de los universitarios el porvenir y así, cualquier posibilidad de anhelo y deseo.
El arte contemporáneo nació en tiempos difíciles. La suma de movimientos artísticos que fueron surgiendo a lo largo de la historia reciente y las distintas irrupciones individuales que lo han visto madurar, han tenido que lidiar con factores ajenos a su esencia. Hijo de la posmodernidad y de los fenómenos globalizantes, ha sostenido una parte importante de su narrativa a partir de la crisis que nos afecta a todos. El arte de hoy se ha sumado a la lucha en defensa del planeta que vive uno de los más dolorosos conflictos de sobrevivencia en todos los sentidos, político, económico, social, ecológico. De todo ha pasado, lo único que no habíamos visto es una absurda discusión con pretensiones artísticas que culminara, por lo menos hasta ahora, en un pastelazo. Eso suena a una mala comedia de muy bajo presupuesto.
La primera vez que escuché esta música tendría unos cinco años de edad. Se trataba de una serie de dibujos animados, los cuentos clásicos infantiles que transmitían los domingo por la tarde. Al inicio se alcanzaban a oír los primeros acordes. Mientras aumentaba la intensidad dramática del sonido, aparecían los personajes de los cuentos (Cenicienta, la Bella Durmiente, Blancanieves) hasta llegar a un estallido provocado por el crecendo de la música. Era un tema trágico y lacerante sin duda. En cada parte de mi cuerpo sentía la vibración y la energía de las cuerdas y metales. Mi madre, a quien jamás dejaré de agradecerle compartirme su devoción por el conocimiento, puso en mis manos un pesado álbum con la ópera completa (seis acetatos de los de antes). En la portada, ya desgastada por el uso, se podía apreciar una imagen de John William Watherhouse, uno de los artistas de la hermandad prerrafaelita: Tristan und Isolde, los amantes medievales, se debatían entre la adoración y el odio, era una estampa fascinante.
Entrar al moderno y majestuoso edificio de la colección Brandhorst, en Munich, Alemania y encontrarse con las doce obras gigantes tituladas La batalla deLepanto (2001) del autor, puede ofrecer algunas vías para entender por qué Cy Twombly es uno de los más significativos autores del cambio del arte en el siglo XX y lo que va del XXI.
El artista ofrenda su alma a cambio de sentido. Sentir, pensar y lograr el acto de voluntad que lo haga trascender a la materia y a su destrucción. Vista de esta manera,la crea ción parece más una misión que un gusto por lo bello. Grandes artistas han puesto el alma al servicio del espíritu inquebrantable del arte. Uno de ellos es Oscar Wilde, el otro Richard Strauss.
Los sistemas están a la orden. Las agencias de viaje, los sitios de internet hacen su “agosto” de esta nueva forma de vida. Las tarjetas de crédito colaboran de una manera impecable y nosotros creemos que somos libres y además originales y creativos, ¿cuántas combinaciones de viajes puedes hacer?, ¿cómo acumular más millas?, ¿cómo ganarle a quién presume conocer?.
Llamamos belleza a esa cualidad que provoca a los sentidos y a la contemplación y exalta el espíritu. Así la definimos, eso es lo que creemos que es. Pero existe otro tipo de estímulo, uno que sin deleitar y complacer remueve y cuestiona lo que somos.
Palermo, la capital de Sicilia, es uno de los sitios más fascinantes de Europa. Visitar esta pequeña ciudad, centro vital de la isla, nos somete a un mar de contradicciones y nos confronta con algunos de los mejores ángeles y los peores demonios de la sociedad occidental. El esplendor de la Magna Grecia, la belleza de sus iglesias y edificaciones medievales (normandas, bizantinas, árabes, otomanas), la exuberancia de los palacios renacentistas y barrocos españoles y franceses, la vida que brota en sus calles llenas de turistas, la popular Vucciria, mercado en el que conviven la belleza de los productos con el agitado trajín de sus vendedores, la deliciosa gastronomía mediterránea o el paisaje en el que igual encontramos una palma egipcia que un agave mexicano. En fin, una riqueza de olores, sabores e imágenes que contrastan irremediablemente con la basura en las calles, la pobreza de muchos de sus barrios y, lo más grave, con la dolorosa tragedia de la Europa de hoy, la migración.
La cuarta revolución de México, emblema del cambio prometido por AMLO nos ha colocado en la posibilidad, como observadores de la cultura, de reflexionar, valorar y por qué no, anhelar lo que queremos ver en México para los siguientes seis años.
“Esta es la sociedad del espectáculo”, proclamó Guy De Bord para hacer patente que todo y todos somos mercancía. Para nadie es novedad, dejamos de relacionarnos como seres del mundo real y nos convertimos en representaciones, espejo de lo que ambicionamos y nunca seremos, una visión de nosotros mismos que jamás se ajustará a lo que soñamos ser. Vivimos el estertor de la era globalizante, el sistema capitalista se fractura y sus fisuras dejan ver los grandes errores en los que incurrió. El culto a la personalidad y las pulsiones de una sociedad del consumo han vuelto al ser humano héroe y victima del sistema, lo han obligado a convertirse en una extensión del mundo digital, en músculo de la información desvirtuada, parte de los eventos mediocres, de las sensaciones banas e inmediatas.
Mozart in the Jungle es una serie que atrapó a los espectadores. Una de sus virtudes es el encantador y sensual Gael García quien caracteriza a Rodrigo De Souza y logra que el inaccesible mundo de la música clásica parezca muy cercano y hasta divertido. Pero las aventuras del director de orquesta resultan tema de análisis. Vamos por partes, tiene un perico (que invita a los ensayos), bebe mate como desesperado, resulta ser una especie de híbrido pos colonialista (solo porque sabemos que es mexicano lo identificamos como tal, podría ser carioca o tal vez venezolano, yo qué sé); además de las rastras tiene una intensa y vehemente capacidad de hacer el ridículo y está enamorado de una especie de artista feminista posmoderna y revolucionaria que toca el violín mientras hace los más extravagantes performances. Rodrigo es capaz de dejarlo todo, abandonar sus ensayos y a los músicos por ir en busca de su amada.
19 millones de entradas tuvo el video Apeshit de Beyoncé y Jay-Z grabado en el Louvre en tan solo un par de semanas. 8.8 millones de personas visitaron este museo durante un año. Las cifras no están mal. ¿Pero quién se atreve a explorar esta afamada institución como lo ha hecho Natan Schottenfels productor del video?