Peniley Ramírez Fernández
“Mamitas, les informamos que este 10 de mayo tendremos un festival por el día de las madres, las esperamos”, exhibía una cartulina verde fijada con cinta transparente a la puerta de acceso de una guardería del Instituto Mexicano del Seguro Social.
Una barrena gigante perfora la tierra. Allá abajo, donde llega, un choque eléctrico agrieta la roca, la abre en pedazos, le raja su apretado enjambre, como si fuera una fruta madura.
La crónica de estas 32 muertes se compone de dos años en que el abandono de la planta, la falta de mantenimiento, la reubicación, jubilación y liquidación de cientos de trabajadores de Pemex, los incidentes no atendidos, la contratación de proveedores externos sin experiencia en trabajos de alto riesgo para trabajos mínimos de mantenimiento y remodelación, que habrían sido los fallecidos a decir de Mexichem, resultan un ominoso camino a una tragedia anunciada.
Faltan 90 días para la elección del candidato del partido republicano a las elecciones de Estados Unidos. Entre el 18 y el 21 de julio en Cleveland, Ohio, los republicanos decidirán si Donald Trump será quien les represente ante un electorado que se polariza cada día, mientras las comunidades que han sido afectadas por el discurso del empresario endurecen su discurso y sus posturas.
Creo que el gran impacto que ha tenido Panama Papers ha sido precisamente que no se han publicado listas, sino historias. Cada una de ellas ha sido medida con la vara del “interés periodístico” ese término que no hace sentido para muchos políticos ni empresarios y que pasa por tratar de comprender, en cada caso, hasta dónde un dato en una historia es de interés público, hasta donde es muestra del comportamiento de una colectividad y hasta dónde se convertiría simplemente en la divulgación de pistas para el morbo.
Creo que la experiencia de Panama Papers nos marcó a cada uno de los 376 periodistas que en distintos momentos nos incorporamos a la investigación colaborativa más grande de la historia. La madrugada del sábado 2, cuando faltaban diez horas para arrancar, la sensación que percibí entre todos era una mezcla de tensión y alegría. A pesar de que teníamos husos horarios diferentes, temas disímiles, contextos políticos tan diversos, en todos iba la certeza de que estábamos formando parte de una experiencia única, bajo la coordinación extraordinaria de los colegas de ICIJ.
La frase que da título a la canción de Habana Abierta resume el saludo más común que sucede cotidianamente entre cubanos: asere, ¿qué bolá?, que dicho en México significaría: “¿Qué onda cuate?” Este mismo saludo alejado de los protocolos diplomáticos fue elegido por los asesores de Barack Obama para marcar en Twitter su primer intercambio verbal con Cuba, a la llegada del avión presidencial al suelo de la isla.
La “liberación femenina” no era un tema, ni siquiera de conversación, tampoco otras etiquetas derivadas como ser licenciada, madre soltera, vivir en unión libre.