Óscar de la Borbolla
Son muchas las lecturas que pueden hacerse de la moral provisional cartesiana y hoy elijo la que posiblemente sea la más cínica: no creerse todo lo que uno piensa o tomar distancia de lo que la razón nos dicta, que equivale a no creérnosla.
Lo que soñamos posee tanta viveza como lo experimentado en la vigilia como lo constata cualquiera que haya despertado de una pesadilla con el corazón y el pulso a todo galope y con una sensación de terror que tarda en irse.
Las palabras son el instrumento con el que dominamos el mundo, la manera como lo disgregamos, definimos, lo volvemos inteligible.
¿Qué será de nosotros cuando la inteligencia artificial comprenda lo irrelevante de nuestra existencia?
"Hoy regreso a este asunto porque he comprendido que no sólo el amor feliz no tiene historia, sino que no la tienen ni la alegría ni la tristeza ni la felicidad ni el odio ni nada que se mantenga invariable, sin altibajos, sin alternancias".
Hoy no solo se consume lo mismo en todas partes y se aspira a lo mismo, sino el estado de ánimo también es un fenómeno global, la actual pandemia ha terminado por empatarnos: la humanidad está triste, desganada. Y por eso hablar de mi tristeza es hablar de la tristeza de todos.
Y no resulta difícil prever la soledad y el desempleo que aguardan en el futuro a quienes hoy viven sin echar raíces en nada, ensayando y aventurándose en lo que sea.
En el caso de la obsolescencia programada es clarísimo, pues no es sensato producir de manera ilimitada en un mundo limitado, y los efectos los estamos observando: un desgaste excesivo del planeta que pone en peligro incluso nuestra subsistencia como especie.
Aunque en el mundo todo cuanto existe se acaba, se gasta o se descompone no resulta del todo impertinente preguntarnos ¿por qué?
De entre las muchas cosas que me intrigan, hay una relacionada con la creación que aún hoy, luego de haber escrito tantos libros de literatura, no consigo explicármela bien a bien: ¿cómo ocurre el proceso que conduce a la novedad?
La idea del alma, de que tenemos un alma, que propiamente somos nuestra alma, aparece en los primeros textos que fundan nuestra cultura.
Había una vez un ente que creía ser la medida de todas las cosas, el centro del universo y el favorito del Creador. Y aunque haya asuntos que no dependen de la impresión que se tenga de ellos, como por ejemplo que el acero es más duro que la madera, hay otros, en cambio, que son exactamente la idea que nos hacemos de ellos.
Hay un concepto que —desde que pienso— me ha resultado fascinante: el concepto "todo".
Solo podemos decir que la vida es propiamente nuestra vida, cuando en la infancia, en la adolescencia, en la juventud o en la vejez decidimos en función de ese proyecto que hemos elegido por nosotros mismos.
Al adaptar las analogías de Bacon se me ha ocurrido, por ejemplo, clasificar un buen número de actividades diciendo que algunas son como de mineros y otras como de pescadores.
Conforme voy escribiendo este renglón de palabras, se arma un pretil para apoyarme y mirar a lo lejos: delante está la niebla de la página en blanco, y en ella, apenas se insinúa una idea que —lo presiento— irá formándose paulatinamente según me la sugieran los significados que tienen las palabras. He escrito "pretil", y […]