Óscar de la Borbolla
El mundo es hipócrita, dos caras, lleno de incertidumbres y ambiguo.
Cuando se habla de instituciones, de leyes, de costumbres, de creencias hay algo firme en ellas que da fundamento a una sociedad.
No parece quedar más remedio que admitir el popurrí de las realidades y acostumbrarnos a convivir de la manera más pacífica en este manicomio donde cada quien vive convencido de su alucinación de clase social, de formación cultural, de género, edad y biografía personalísima.
Pasan unas horas o unos minutos y, de pronto, ya es hora de comer o se me hace tarde para acudir a una cita.
Más que las 7 diferencias habría que buscar las 7 semejanzas.
Este mundo me condena a una nostalgia sin objeto, pues aunque consigo identificar su causa con la trilogía mencionada, yo mismo no defiendo el "por mi dios, por mi rey y por mi dama".
Escribir no es más que el residuo físico que deja el pensamiento.
Lo interesante del asunto es la riqueza que puede obtenerse de la relación analógica.
Fuerza es lo que hace falta para ir más allá de uno y de todos.
Mis manos que han celebrado el arte aplaudiendo frenéticas.
No hay mejor educación que la que nos capacita para enfrentar los problemas por nosotros mismos.
El cerebro, llamémosle así, necesita estímulos.
La mayoría madura, se estabiliza, se estanca, se contenta con lo que tiene.
Contra nuestra más honda condición: seres hechos para morir, nos contuvimos y optamos por la comodidad tibia de lo doméstico.