Alma Delia Murillo
Llegué con los restos del buen humor del fin de semana (muy restos, lo admito) al banco, a “mi sucursal” como dicen algunas nobles criaturas convencidas de que alguna sucursal es suya.
Aunque la evidencia estuvo ahí, frente a mis ojos, yo no quise verla.
Volveraempezar, así, todo junto, es un verbo que le falta al idioma español.
“Un día el Imperio decidió que los bárbaros eran una amenaza a su integridad. Primero llegaron al pueblo fronterizo policías, que detuvieron sobre todo a quienes no eran bárbaros pero sí diferentes. Torturaron y asesinaron.
Leer libros, en cambio, era algo que apenas figuraba en sus capacidades. Tenía una biblia, claro, y un montón de folletines de rezos. A veces leía también la historia de una tal Genoveva de Brabante, una aristócrata alemana convertida en mártir.
El juego pronto lo invadió todo: no pisar el borde de las escaleras del metro, no pisar las líneas blancas de los pasos de cebra, no pisar las coladeras. A veces imaginábamos que si pisabas raya, harías explotar una bomba de dimensiones épicas, o que al pisar la coladera caerías al fondo del infierno o liberarías a monstruos inenarrables. Lo hacía emocionante.
Me cuesta pensar que esas dos palabras impresas en un chillante globo metálico, en una anodina tarjeta con personajes de Disney o en la vitrina de los locales de un centro comercial, puedan invocar todo lo que invocan. Cómo va a ser, si el amor es abismarse ya lo dijo Roland Barthes, cómo carajos puede una abismarse frente a una tarjeta de Mickey Mouse y su novia la rata cuyo nombre no recuerdo. Por todos los dioses y todos los demonios, no.
Mis padres y Martín vivían en la sierra michoacana, el médico de cabecera de la familia era mi abuela: partera, curandera nata, cabrona con temple para limpiar heridas y tirar cubetas de sangre.
Sé que hay quienes prefieren alistarse a la defensa de los arrecifes, del vegetarianismo y los derechos de los mamíferos que no pertenecen a ninguna clase social incómoda ni confrontadora.
onreímos poco entre desconocidos y si alguien lo hace, damos por hecho que quiere algo de nosotros o que está loco. Si lo hacemos por inseguridad, por una reacción instintiva de defensa o porque no distinguimos un carajo de lo que ocurre en nuestro universo emocional, quién sabe.
Cuando no había libro o no había modo de leer en medio de aquel congal que parecía un festival incesante con música, borrachos y carros alegóricos de la vida misma, salía a caminar y pasaba los días merodeando por ahí.
Los años que viví en una vecindad fueron determinantes para que me entregara, hambrienta, a dos de los placeres que hoy más disfruto: leer y recorrer las calles en busca de más calles.
Estoy convencida de que nuestra existencia transita entre las coordenadas del deseo, la carencia y la domesticación. Estoy convencida, también, de que toda guerra vital viene acompañada de dolores inevitables. ¿Qué hacemos con la incomodidad? ¿qué hacemos con el dolor? ¿cuánto lo toleramos? ¿cuánto lo escuchamos?
Niebla, corazón, sangre, árboles. Ah, si pudiera no escribir sobre eso, sino convertir la escritura en eso. —Karl Ove Knausgard Quiero compartirles esto porque el asombro se atraganta si no se comparte. El vicio de la lectura es comparable al del alcohol o al enamoramiento, sé que tiene algo de sórdido y penoso insistir a […]
Nacimos en un escenario del mundo cosido a balazos por la exigencia de la bondad.
Occidente puede ser un tiroteo de infamias pero no detiene su adoctrinamiento de moral judeocristiana, políticamente correcta, exitosamente feliz, buena ondita y triunfadora. Todos ellos conceptos colindantes en nuestro tejido social.
Para ser exitoso y aceptado hay que ser bueno. Y para ser bueno hay que renunciar a los deseos, a las pulsiones animales que sistemáticamente reprimimos todos los días.
Pienso en el miedo de ida y vuelta, en el miedo palíndromo, en el que se leen los mismos espantos al derecho y al revés, el miedo como un monstruo de dos cabezas. La del gobierno aterrado porque se sabe culpable (el miedo nunca es inocente), y en la otra punta un gremio clasemediero cagado de miedo de perder sus privilegios. Eso somos.
La conocí hace unos meses y se volvió parte de mi rutina detenerme a saludarla. No es la distinguida discípula de Jesús ni la princesa de Suecia aunque comparta nombre con ellas; pero sus pómulos altos y su reposado silencio le dan una elegancia que algunos jamás alcanzaremos ni vaciándonos encima una botella de Givenchy. […]