Alma Delia Murillo
Hay unas miradas compasivas, otras de reproche y algunas que de plano brillan con destellos corrigeplanas cuando le dices a la gente que no tienes hijos.
Ah, es eso. Es así ahora que el tiempo y el aire se venden a precio de un salario mínimo y para estar en una comunidad no hace falta poner tu persona ni ver a otras personas. Los miro y me pregunto qué los motiva, qué quieren, qué piensan.
Mi vecina de cama me despertó temprano, iríamos al ataque sobre el armario de Karina. La odiábamos. A sus doce años tenía formas de mujer y, sobre todo, unos senos bellísimos y bien desarrollados.
Ocurrió otra vez, nos acercamos a un final. Los últimos días del año se desvanecen y no exagero cuando digo que entre mis mejores vivencias de este agonizante 2018, están los libros que se me prendieron al alma.
Sé que no vas a creerlo pero tu obesa y obsolescente figura pronto será cosa del pasado.
Siempre hemos sabido que para ser actriz premiada en-el-extranjero es necesario ser rubia y de rasgos caucásicos, digamos. Ojos redondos, boca de cereza y narizfinita, la narizfinita es fundamental. Fundamental, por el amor de Dios.
Las personas a las que más he amado son aquellas con las que he tenido las mejores y más iluminadoras conversaciones de mi vida.
En el estado de Veracruz hay más fosas clandestinas que municipios, así se titula un artículo de Luis Pablo Beuregard en el periódico El País.
Un olor agridulce de clóset, era el interior de un guardarropa que me parecía una recámara, muchos años después aprendería que eso se llama “walk in closet”; a mí me resultaba cognitivamente imposible relacionar el concepto ropero con aquella cosa descomunal. Apretaba las rodillas contra mi abdomen y mis orejas rozaban un vestido animal print de la marca Versace.
Ese era el ejercicio básico que debíamos representar los alumnos de actuación de la Escuela Nacional de Arte Teatral donde pasé un par de años tratando de convertirme en actriz.
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el 510 y en el 2000 también.
La primera vez que noté que mi madre estaba haciéndose pequeña, algo dentro de mí también empequeñeció.
Dices en tu columna: “Me preocupa, mucho, la confusión del abuso o el hostigamiento con el deseo” y creo que en lo concerniente a los feminismos, no hay tal confusión.
Hoy, como siempre, existen grupos que se empeñan en dictar reglas de conducta para decir cómo hay que empatizar, moralizar, amar y desear. Acabáramos.
La Ciudad de México es así: mitad estancamiento y mitad progreso, toda desastre. Mitad gozo y mitad desesperanza, toda emoción.
Te dices, porque así te lo dijeron, que hay que ser alguien en la vida.