María Rivera
Anoche pensaba, mientras veía a la gente afuera, sin protección, interactuando con los otros, en el enigma de cómo sopesan las decisiones, qué valores los guían.
Esa manera de aceptar, resignadamente, que no volveremos a vernos en mucho tiempo, que no volveremos a abrazar a los que amamos.
¿Qué hacer frente a la locura y la incapacidad de quienes nos gobiernan? No nos queda más que resistir, organizarnos y oponernos activamente.
La “nueva normalidad” no es otra cosa que la asunción de que ya nada es “normal”, que cada salida implica un riesgo.
Todavía hoy me pregunto la razón por la cual un político que luchó durante décadas fue combatido de manera brutal y continua en varias elecciones, que ganó de manera arrolladora, logró suscitar un apoyo mayoritario de la población, que venció a las campañas negras y a la “mafia del poder”, usa el poder como si fuera un opositor vengativo y no el Presidente de todos.
El uso de cubrebocas generalizado aunado a las medidas de sana distancia otorgan una protección mucho mayor para todos.
Resistir a la presión creciente de que se debe salir y exponer la vida será lo más difícil que tendremos que enfrentar en las siguientes semanas, querido lector. Sí, aunque parezca delirante, la presión social producida por las medidas gubernamentales de cambio de semáforo, cuando la epidemia no ha sido controlada, se encuentra en fase […]
Es amarga la pregunta, pero, ¿qué hubiese ocurrido si en realidad hubiese llegado al poder el Gobierno de izquierda por el que votamos?
Lo que la nueva normalidad asienta es que muchos morirán como si esto fuera inevitable y no producto de decisiones políticas en la estrategia de salud del Gobierno.
Nuestra situación cambió radicalmente, y nuestras necesidades también. Naturalmente, a todos nos gustaría que nuestra vida pudiera volver a ser la misma, o se pudiera parecer lo más posible. Lo cierto es que esto no parece que vaya a suceder en los próximos meses y es mejor asumir nuestra nueva realidad, adaptarse y crear nuevos caminos, seguros y razonables, que no pongan en riesgo a nuestros hijos ni a nosotros mismos.
Sí, estamos tristes, y cansados, pero la solución no es salir a la calle, exponerse al contagio, sino aceptar que la vida cambió, y que tendremos que vivir así mientras no haya una vacuna o una cura.
Si a este escenario mundial uno le suma un Gobierno incapaz de lidiar con la realidad, encaprichado con llevar a cabo proyectos que el tiempo ha vuelto inviables, carente de empatía con la tragedia nacional, empeñado en destruir al sector artístico, cultural y científico, no queda mucho de donde asirse: pura tristeza.
Ahora que México planea la reapertura de algunos sectores económicos y para el futuro de la reapertura de las escuelas, cuando sea que esta suceda y si es antes de que se cuente con una vacuna, las autoridades sanitarias deberían tomar muy en cuenta las evidencias de transmisión aérea del SARS-CoV-2 en espacios cerrados como serían los salones de clases, para tomar previsiones.
Exigirle, como mínimo al Gobierno, un plan responsable que incluya quitarse la venda de los ojos para que comience por donde debió comenzar, hace meses: ajustando el presupuesto y comprando pruebas, imponiendo restricciones a viajeros, entre otras importantes medidas.
Y es que sí, puede ser verdaderamente agotador y llevarnos al hastío vivir así, atrincherados. Sin poder resolver asuntos que antes eran cotidianos con una facilidad que se nos ha vuelto del todo anómala: súbitamente caemos en hoyos profundos y negros para tratar de resolver lo que antes era muy sencillo y ahora se presenta […]
Uno de los efectos de la crisis que vivimos es que nos ha abierto nuevas rutas de pensamiento, ¿qué haremos como familia ante esta situación?