María Rivera
Es amarga la pregunta, pero, ¿qué hubiese ocurrido si en realidad hubiese llegado al poder el Gobierno de izquierda por el que votamos?
Lo que la nueva normalidad asienta es que muchos morirán como si esto fuera inevitable y no producto de decisiones políticas en la estrategia de salud del Gobierno.
Nuestra situación cambió radicalmente, y nuestras necesidades también. Naturalmente, a todos nos gustaría que nuestra vida pudiera volver a ser la misma, o se pudiera parecer lo más posible. Lo cierto es que esto no parece que vaya a suceder en los próximos meses y es mejor asumir nuestra nueva realidad, adaptarse y crear nuevos caminos, seguros y razonables, que no pongan en riesgo a nuestros hijos ni a nosotros mismos.
Sí, estamos tristes, y cansados, pero la solución no es salir a la calle, exponerse al contagio, sino aceptar que la vida cambió, y que tendremos que vivir así mientras no haya una vacuna o una cura.
Si a este escenario mundial uno le suma un Gobierno incapaz de lidiar con la realidad, encaprichado con llevar a cabo proyectos que el tiempo ha vuelto inviables, carente de empatía con la tragedia nacional, empeñado en destruir al sector artístico, cultural y científico, no queda mucho de donde asirse: pura tristeza.
Ahora que México planea la reapertura de algunos sectores económicos y para el futuro de la reapertura de las escuelas, cuando sea que esta suceda y si es antes de que se cuente con una vacuna, las autoridades sanitarias deberían tomar muy en cuenta las evidencias de transmisión aérea del SARS-CoV-2 en espacios cerrados como serían los salones de clases, para tomar previsiones.
Exigirle, como mínimo al Gobierno, un plan responsable que incluya quitarse la venda de los ojos para que comience por donde debió comenzar, hace meses: ajustando el presupuesto y comprando pruebas, imponiendo restricciones a viajeros, entre otras importantes medidas.
Y es que sí, puede ser verdaderamente agotador y llevarnos al hastío vivir así, atrincherados. Sin poder resolver asuntos que antes eran cotidianos con una facilidad que se nos ha vuelto del todo anómala: súbitamente caemos en hoyos profundos y negros para tratar de resolver lo que antes era muy sencillo y ahora se presenta […]
Uno de los efectos de la crisis que vivimos es que nos ha abierto nuevas rutas de pensamiento, ¿qué haremos como familia ante esta situación?
¿Cómo atravesar este tiempo con entereza, sin que nuestra salud mental y emocional se deterioren progresivamente? Tal vez lo mejor sea no tener falsas expectativas.
No es pues el espacio, ni el aislamiento tan opresivo, como el hecho de vivir cercado por el mundo exterior que ha entrado en nuestros mundos personales, se ha infiltrado como un enemigo insidioso al que debemos combatir hasta en nuestros sueños.
Quizá lo peor de esta temporada sea el desasosiego sordo que nos acompaña, el miedo a la fatalidad que ya aqueja a cientos de familias mexicanas.
Sí, atravesamos tiempos difíciles, y tendremos que aprender a repensar nuestras vidas a partir de ellos, trenzar como nunca las redes de solidaridad que nos sostienen como individuos, como familia, como país, como seres humanos.
La irresponsabilidad del Gobierno mexicano, desde enero, de permitir el contagio en todos los estados del país, nos saldrá muy cara
Hay que decir con claridad que la razón por la cual la Secretaría de Salud no adopta la vigilancia epidemiológica a través de pruebas es una y solamente una: la enorme carga financiera que implica
López Obrador no entiende que no entiende, y esto es totalmente literal. No se da cuenta que cada vez que intenta “sumar” las exigencias de las mujeres a una exigencia general “humanista” lo que está haciendo es desapareciendo groseramente sus demandas.