María Rivera
Sí, es que nosotros no somos como ellos, no señor, nosotros no somos iguales, servimos al pueblo, todo cambió, estamos en la cuarta transformación.
Ay, querida lectora, hipotético lector, todo parece indicar que vamos a recorrer el infame siglo del que venimos, con sus mazmorras: no hay nada nuevo bajo el sol. No, no nos llevó Peña Nieto, fue López Obrador.
En los hechos, lo que el Presidente solicita es que los medios y columnistas no critiquen su quehacer, como si fuese algún tipo de reyezuelo y no un funcionario público encargado de los asuntos que nos conciernen a todos.
. El clima de linchamiento por motivos políticos que el Presidente promueve desde su mañanera agrava ominosamente el estado de las cosas y exhibe, lastimosamente, que el espíritu de su Gobierno no es ni amplio, ni plural, ni está a favor de las libertades.
Mucho y muchos advertimos sobre las peligrosas consecuencias que los ataques diarios del presidente contra la prensa, periodistas y defensores de derechos humanos podían ocasionar, especialmente en la realidad social que atraviesa el país que, lejos de haberse pacificado, continúa desangrándose, más allá del odio vertido en la discusión pública de las redes sociales.
No, no hay nada que celebrar, pienso, a una semana de los festejos patrios.
Estamos, pues, en un escenario ya de suyo muy complicado y trágico porque la gente desconoce el estado real de la epidemia, juega a la ruleta rusa cada vez que sale, sin saberlo, empujada por la irresponsabilidad de un Gobierno capaz de priorizar sin asomo de ética alguna la economía sobre la vida de millones de personas.
Nostalgia de aquellos días donde una podía imaginar que mejoraríamos la gran mayoría, empezando por los pobres. Nostalgia de aquellos días en que uno podía decidir quedarse en casa, voluntariamente.
No se necesita ser epidemiólogo, ni quiera doctor, para tener un poco de decencia y cierto sentido de la moralidad para entender la dimensión catastrófica que representa la muerte, perfectamente prevenible, de más de 60 mil mexicanos.
Anoche pensaba, mientras veía a la gente afuera, sin protección, interactuando con los otros, en el enigma de cómo sopesan las decisiones, qué valores los guían.
Esa manera de aceptar, resignadamente, que no volveremos a vernos en mucho tiempo, que no volveremos a abrazar a los que amamos.
¿Qué hacer frente a la locura y la incapacidad de quienes nos gobiernan? No nos queda más que resistir, organizarnos y oponernos activamente.
La “nueva normalidad” no es otra cosa que la asunción de que ya nada es “normal”, que cada salida implica un riesgo.
Todavía hoy me pregunto la razón por la cual un político que luchó durante décadas fue combatido de manera brutal y continua en varias elecciones, que ganó de manera arrolladora, logró suscitar un apoyo mayoritario de la población, que venció a las campañas negras y a la “mafia del poder”, usa el poder como si fuera un opositor vengativo y no el Presidente de todos.
El uso de cubrebocas generalizado aunado a las medidas de sana distancia otorgan una protección mucho mayor para todos.
Resistir a la presión creciente de que se debe salir y exponer la vida será lo más difícil que tendremos que enfrentar en las siguientes semanas, querido lector. Sí, aunque parezca delirante, la presión social producida por las medidas gubernamentales de cambio de semáforo, cuando la epidemia no ha sido controlada, se encuentra en fase […]