María Rivera
La vacunación es la única arma que México tendrá contra el virus, nuestra última esperanza.
Quizá, una de las más penosas verdades que la epidemia nos hizo ver, es que no somos iguales.
Los restaurantes, no solo en México, sino en todos los países, han demostrado ser una importantísima fuente de contagio.
Ah, qué Navidad más triste, la verdad, cuántas sirenas de ambulancias. Cuántos pésames, cuánta zozobra, cuántos podrían hoy estar entre nosotros todavía.
Ningún ciudadano tiene el poder de evitar los contagios.
Sí, serán fiestas anómalas, pero también son una oportunidad excepcional para reencontrarnos con el sentido profundo del amor.
La brutalidad de la muerte que se sabe perseguida por la muerte, como nunca antes.
Nuestra incapacidad de responder organizadamente es evidente.
No queda, pues, sino exigir que se castigue con todo el rigor de la ley a los responsables de la represión de Cancún.
Los covidiotas me recuerdan a esas parejas que se embarazaban y decían que no sabían por qué si se “cuidaban”.
Los familiares de víctimas siguen recorriendo los caminos, buscando a los suyos con sus propias manos porque no hubo, no hay autoridad que lo haga por ellas, les dé certeza y justicia a su pérdida.
Trágicamente, se seguirán contagiando y muriendo, en un fracaso que supera, con mucho, la jerga soberbia de aquellos que se dicen doctos pero son, esencial y profundamente, legos en el arte de proteger la vida.