María Rivera
La pandemia nos hundió en un bache de incapacidad, esto ya lo sabemos.
Al presidente le urgía, ya desde antes de que la epidemia llegara a México, que terminara. Por eso la subestimó, minimizó e ignoró.
Somos los que sobrevivimos, llegamos incompletos, familias que perdieron un padre, un hermano, un hijo, pero ahí estamos, formados, con nuestra credencial y nuestro expediente de vacunación.
La Ciudad de México está de luto, de manera redoblada, querido lector. Como si no fuera ya suficiente con la terrible epidemia, ahora pone sus banderas a media asta por la caída de vagones del metro.
La hora en que los pájaros vuelan en parvadas rumbo a sus nidos, inundan el cielo.
Conforme pasan los días y uno escucha el ruido electoral subir de tono, mira como los argumentos se convierten en estridencia machacona, en exageraciones casi delirantes, gritos histéricos, o francas condescendencias, más rápido quisiera una que pasara ya junio (o incluso, el sexenio).
En estos días, varios familiares recibieron la segunda dosis de la vacuna contra COVID-19.
Este marzo se cumplen diez años de que se formó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, tras el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia, en Morelos.
No sé si usted lo ha percibido, querido lector, pero mucha gente parece haber enloquecido. Con la paulatina e irresponsable reapertura de los negocios y la vacunación en marcha a adultos mayores, muy publicitada pero sin importancia epidemiológica aún, las personas parecen haber olvidado que seguimos inmersos en la misma epidemia, con un nivel de riesgo muy alto.
Las mujeres le sirvieron al Presidente como mero instrumento demagógico y electoral, no tienen ningún poder ni peso si se oponen a su machismo.
El presidente no entiende, no. O no quiere entender lo que sucede con las mujeres.
Hay días, querido lector, en los que nomás no vemos la luz, se nos escapa de las manos como agua o se va por la rendija de nuestra pequeña ventana.
La semana pasada en este mismo espacio, escribía sobre la esperanza que las vacunas han traído hasta nosotros, tras un año de zozobra y dolor.
Es una nota de felicidad, sí. Innegable y contundente, saber que adultos mayores están empezando a ser vacunados ante un virus letal que ha acabado con la vida de cientos de miles de mexicanos.
No es solo la pandemia, como he escrito aquí, sino la funesta combinación con el gobierno lopezobradorista en varios órdenes.