María Rivera
Mientras se resuelve la incertidumbre, querido lector, y más allá de la vacunación, tenemos que implementar medidas para frenar la transmisión del virus
La pandemia nos ha mostrado qué clase de gobernantes tenemos.
La OMS ha recomendado, incluso, cancelar las fiestas para evitar contagiarse y en países como Estados Unidos o Dinamarca, están viendo una aceleración en el contagio del todo inédita.
La amenaza de Ómicron, que está demostrando transmitirse a una velocidad muy alta, es muy real, sobre todo, si pensamos que la inmunidad que teníamos se ha visto seriamente disminuida por el tiempo.
La Secretaría de Salud desde hace meses activamente se negaba a su aplicación, arguyendo que no había evidencias de su necesidad, como lo hizo con la vacunación de adolescentes y niños, irresponsablemente.
La emergencia de Ómicron no debería sorprender a nadie. Era perfectamente predecible que si el virus se seguía replicando sin control mutaría hasta crear variantes de muy alta preocupación.
Críticos que gritaban en plazas contra la militarización y llamaban al expresidente Calderón “asesino” por los miles de muertos de todo el país, que crearon banderas como “No + Sangre”, hoy no dicen nada ante el agravamiento de la violencia.
Mientras atacaban a la izquierda, el país se les fue descomponiendo a pasos agigantados. De la esperanza de la transición democrática, pasamos, en diez años, a desenterrar muertos o huesos o polvo de huesos de personas desaparecidas o disueltas en ácido, en “cocinas”.
Es irónico que el presidente que abandona a la niñez de su país, ande por el mundo promoviéndose como “humanista” y protector de los pobres.
La muerte es dulce, dulce, y si lo pensamos bien, devorarla es la única manera que tendremos de sobrevivirla. Mientras estamos vivos, su calavera se disuelve en nuestra boca.
¿Cómo entendemos entonces que haya sido el propio Presidente de la República quien, lejos de aprovechar su viaje a Guerrero para desalentar esta práctica criminal expuesta en los medios, recriminándola, mandara exactamente el mensaje opuesto?
¿A quién se le podía ocurrir que AMLO era un peligro para niños y adolescentes mexicanos, sobre todo, pobres?
Desde el 24 de junio, cuando la Cofepris autorizó la vacuna de Pfizer para la población adolescente, han fallecido en México, por COVID confirmado, al menos 107 adolescentes.
La presencia de las fuerzas armadas se ha expandido a todos los campos posibles de lo que otrora era la vida civil.
El problema, y muy grave, es que cuando los juicios sobre las personas provienen del poder presidencial, se convierten en llanas injusticias.